Eso no le impidió gobernar efectivamente como rey".
"Pero afectó su reinado", espetó ella. "Cada momento de él".
"Si" eres tan infeliz con mis inhabilidades”, dijo Gareth furioso, "¿por qué no te vas de este lugar? ¡Déjame! Deja nuestra parodia de matrimonio. Ahora yo soy el rey. Ya no te necesito".
"Me alegro de que plantearas ese punto", dijo ella, "porque esa es precisamente la razón por la que vine. Quiero terminar nuestro matrimonio oficialmente. Quiero el divorcio. Hay un hombre al que amo. Un hombre de verdad. De hecho, es uno de sus caballeros. Es un guerrero. Estamos enamorados, es un amor verdadero. Diferente a cualquier amor que haya tenido. Divórciate de mí, para que pueda dejar de mantener esto en secreto. Quiero que nuestro amor sea público. Quiero casarme con él”.
Gareth la miró fijamente, sorprendido, sintiéndose hueco, como si una daga hubiera sido sumida en su pecho. ¿Por qué Helena tenía que salir a la superficie? ¿Por qué ahora, de todos los tiempos? Era demasiado para él. Sentía como si el mundo entero le diera de patadas mientras estaba en el suelo.
A pesar de sí mismo, Gareth se sorprendió al darse cuenta de que sentía algo por Helena, porque cuando él oyó las palabras exactas de ella, pidiéndole el divorcio, algo lo movió por dentro. Le molestó. A pesar de sí mismo, le hizo darse cuenta de que no quería divorciarse de ella. Si él lo dijera, era una cosa; pero viniendo de ella, era distinto. No quería que ella se saliera con la suya, y no tan fácilmente.
Sobre todo, se preguntaba cómo un divorcio influiría en su reinado. Un rey divorciado levantaría demasiadas preguntas. Y a pesar de sí mismo, se hallaba celoso de ese caballero. Y resentido de que ella le embarrara en la cara su falta de hombría. Quería vengarse. De los dos.
"No puedes tenerlo", dijo él. "Estás atada a mí. Serás mi esposa para siempre. Nunca te dejaré libre. Y si alguna vez me encuentro con ese caballero con el que me estás engañando, voy a hacer que lo torturen y ejecuten”.
Helena lo vio con cara amenazante.
"¡Yo no soy tu esposa! Tú no eres mi esposo. Tú no eres un hombre. La nuestra es una unión impía. Así ha sido desde el primer día. Era una sociedad arreglada por el poder. Todo esto me da asco – siempre ha sido así. Y ha arruinado mi única oportunidad de realmente estar casada".
Respiraba, aumentando su furia.
"Me darás el divorcio, o voy a revelar a todo el reino el tipo de hombre que eres. Tú decides".
Con eso Helena le dio la espalda, atravesó la habitación y salió por puerta abierta, sin molestarse en cerrarla detrás de ella.
Gareth estaba solo en la cámara de piedra, escuchando el eco de sus pasos y sintiendo un escalofrío en cuerpo que no podía quitarse. ¿Había algo estable a lo que se podía sostener?
Mientras Gareth estaba ahí parado, temblando, viendo la puerta abierta, se sorprendió al ver a alguien entrar por ella. Apenas había tenido tiempo para registrar su conversación con Helena, para procesar todas sus amenazas, cuando llegó un rostro familiar. Firth. El rebote habitual de su caminar había desaparecido cuando entró en el cuarto con vacilación, con una mirada de culpa en su rostro.
"¿Gareth?" preguntó pareciendo inseguro.
Firth lo miró, con los ojos bien abiertos, y Gareth pudo ver lo mal que sentía. Debería sentirse mal, pensó Gareth. Después de todo, era Firth quien le hizo empuñar la espada, quien finalmente lo convenció, quien le había hecho pensar que valía más de lo que era. Sin el susurro de Firth, ¿quién lo sabía? Tal vez Gareth ni siquiera habría intentado empuñarla.
Gareth se volvió hacia él, echando humo. En Firth finalmente encontró un objeto al cual dirigir toda su ira. Después de todo, Firth había sido quien mató a su padre. Era Firth, ese estúpido mozo de cuadra, quien le metió en este lío para empezar. Ahora era sólo otro fallido sucesor al linaje MacGil.
"Te odio", dijo Gareth furioso. "¿Qué hay de tus promesas ahora? ¿Qué hay de la seguridad que tenía que yo podría blandir la espada?".
Firth tragó saliva, pareciendo muy nervioso. Se quedó sin habla. Obviamente, no tenía nada que decir.
"Lo siento, mi señor", dijo él. "Me equivoqué".
"Te equivocaste sobre un montón de cosas", Gareth espetó.
Sin duda, mientras Gareth más pensaba en ello, más se daba cuenta de lo mal que había estado Firth. De hecho, si no fuera por Firth, su padre aún estaría vivo hoy—y Gareth no estaría en ninguno de estos desastres. El peso de la realeza no estaría en su cabeza, todas estas cosas no irían mal. Gareth anhelaba los días sencillos, cuando no era rey, cuando su padre estaba vivo. Sintió un repentino deseo de regresar a esos días, a la manera como eran las cosas antes. Pero no podía. Y Firth tenía la culpa de todo esto.
"¿Qué haces aquí?", presionó Gareth.
Firth aclaró su garganta, evidentemente nervioso.
"He oído… rumores… susurros de los sirvientes que hablan. Dicen que tu hermano y tu hermana están haciendo preguntas. Los han visto en donde trabajan los sirvientes. Examinando el conducto de residuos buscando el arma homicida. La daga que utilicé para matar a tu padre".
Gareth sintió un escalofrío al escuchar sus palabras. Estaba paralizado de asombro y de temor. ¿Podría empeorar el día?
Aclaró su garganta.
"¿Y qué encontraron?", preguntó él, sintiendo su garganta seca, las palabras apenas escapaban.
Steffen meneó la cabeza.
"No sé, mi señor. Todo lo que sé es que sospechan algo".
Gareth sentía un odio renovado hacia Firth, que no sabía que era capaz de sentir. Si no fuera por su torpeza, si hubiera desechado el arma correctamente, no estaría en esta posición. Firth le había dejado vulnerable.
"Sólo voy a decirlo una vez", dijo Gareth, acercándose a Firth, con la mirada más firme que pudo tener. "No quiero verte nunca más. ¿Me entiendes? Aléjate de mi presencia y nunca regreses. Te voy a relegar a una posición muy lejos de aquí. Y si alguna vez vuelves a poner un pie en los muros de este castillo, te aseguro que haré que te arresten.
"¡AHORA, VETE!", gritó Gareth.
Firth, con los ojos llenos de lágrimas, se dio vuelta y salió corriendo de la habitación; sus pasos resonaban mucho después de haberse alejado del pasillo.
Gareth regresó a pensar en la espada, en su intento fallido. No podría evitar sentir que había puesto en marcha una gran calamidad para sí mismo. Sentía como si se hubiera lanzado desde un acantilado, y que de ahora en adelante, sólo enfrentaría su descenso.
Se quedó allí, arraigado al suelo, en el silencio reverberante, en la habitación de su padre, temblando, preguntando qué había puesto en marcha. Nunca se había sentido tan solo, tan inseguro de sí mismo.
¿Esto era lo que significaba ser rey?
Gareth corrió por la escalera espiral de piedra, piso tras piso, apresurándose hacia los parapetos superiores del castillo. Necesitaba aire fresco. Necesitaba tiempo y espacio para pensar. Necesitaba un sitio con vista privilegiada de su reino, una oportunidad para ver su corte, a su pueblo y para recordar que todo esto era suyo. Que, a pesar de todos los eventos del día que parecían una pesadilla, él, después de todo, todavía era el rey.
Gareth había despedido a sus asistentes y corrió solo, piso tras piso, respirando con dificultad. Se detuvo en uno de los pisos, inclinado para recuperar el aliento. Las lágrimas caían por sus mejillas. Veía la cara de su padre, regañándolo a cada paso.
"¡Te odio!", gritó al vacío.
Podría haber jurado que escuchó una risa burlona. La risa de su padre.
Gareth necesitaba alejarse de ahí. Se volvió y siguió corriendo, corriendo, hasta que finalmente llegó a la cima. Salió intempestivamente por la puerta, y el aire fresco le golpeó en la cara.
Respiró