Морган Райс

El Destino De Los Dragones


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ido al lugar equivocado.

      "Disculpe, señor, estoy buscando a una mujer", dijo Erec al hombre de pie junto a él: alto y robusto, con una gran barriga, sin afeitar.

      "¿En verdad?", gritó el hombre, burlándose. "Bueno, ¡viniste al lugar equivocado! Esto no es un burdel. Aunque hay uno al otro lado de la calle—y dicen que las mujeres son lindas y regordetas!".

      El hombre empezó a reír, muy fuerte, en la cara de Erec, y varios de sus compañeros hicieron lo mismo.

      "No busco un burdel", respondió Erec, sin reír, "sino a una sola mujer, que trabaja aquí”.

      "Debe referirse entonces a la sirvienta del tabernero", gritó alguien, otro hombre robusto y borracho. "Probablemente está atrás, fregando los pisos. Lástima – ¡ojalá estuviera aquí, en mi regazo!".

      Todos los hombres gritaban y reían, abrumados por sus propios chistes y Erec enrojeció de solo imaginarlo. Se sintió avergonzado por ella. Tener que servir a todos esos tipos—era demasiado indignante para verlo.

      “¿Y tú quién eres?”, dijo otra voz.

      Un hombre se acercó, más robusto que los demás, con barba y ojos oscuros, con el ceño fruncido, la mandíbula ancha, acompañado de varios hombres sórdidos. Tenía más músculo que grasa, y se acercó a Erec amenazadoramente, visiblemente territorial.

      "¿Estás intentando robar a mi sirvienta?", preguntó. "¡Entonces vete!".

      Él se acercó y sujetó a Erec.

      Pero Erec, endurecido por años de entrenamiento, siendo el caballero más grande del reino, tenía mejores reflejos de lo que este hombre imaginaba. En el momento en que puso sus manos sobre Erec, entró en acción, agarrando su muñeca e inmovilizándola, girando al hombre con la velocidad del rayo, sujetándolo por la parte trasera de su camisa y empujándolo en la habitación.

      El hombre robusto salió volando como bala de cañón y sacó a otros tantos con él, estrellándose todos en el piso del pequeño lugar, como bolos de boliche.

      Todos guardaron silencio, y se detuvieron para observar.

      "¡LUCHEN! ¡LUCHEN!", corearon los hombres.

      El tabernero, aturdido, tropezó y arremetió contra Erec con un grito.

      Esta vez Erec no esperó. Dio un paso adelante para recibir a su atacante, levantó un brazo y bajó su codo hacia la cara del hombre, rompiendo su nariz.

      El tabernero tropezó hacia atrás, y luego se derrumbó, aterrizando en el piso, de espaldas.

      Erec dio un paso adelante, lo levantó, y a pesar de su tamaño, lo alzó por encima de su cabeza.

      Dio varios pasos hacia adelante y lanzó al hombre, y salió volando por el aire, derribando la mitad del salón con él.

      Todos los hombres en la sala quedaron congelados, parando sus cánticos, guardando silencio, dándose cuenta de que alguien especial estaba entre ellos. El cantinero, sin embargo, de repente llegó corriendo, con una botella de vidrio sobre su cabeza, apuntando hacia Erec.

      Erec lo vio venir y ya tenía su mano sobre su espada—pero antes de que Erec pudiera sacarla, su amigo Brandt dio un paso adelante, al lado de él, sacó un puñal de su cinturón y sostuvo la punta en la garganta del cantinero.

      El cantinero corrió hacia él y se detuvo de repente, la hoja estaba a punto de perforarle la piel.  Se quedó allí, con los ojos bien abiertos de miedo, sudando, paralizado, con la botella en el aire.  En el salón hubo tanto silencio que se podría haber oído cómo caía un alfiler.

      "Tírala", ordenó Brandt.

      El cantinero obedeció, y la botella se rompió en el piso.

      Erec sacó su espada con un retumbo de metal y se acercó al tabernero, quien yacía gimiendo en el piso y la apuntó en su garganta.

      "Sólo diré esto una vez", anunció Erec.  "Saca de esta habitación a toda esta gentuza. Ahora. Exijo una audiencia con la señorita. "A solas".

      “¡El Duque!”, gritó alguien.

      Todos voltearon a ver y finalmente reconocieron al duque ahí parado, en la entrada, flanqueado por sus hombres. Todos ellos se apresuraron a quitarse sus gorras y bajar sus cabezas.

      "Si el salón no está despejado para cuando termine de hablar", anunció el Duque, "cada uno de ustedes será encarcelado de inmediato".

      La sala entró en un frenesí, mientras todos los hombres se las arreglaban para salir, alejándose rápidamente del duque, hacia la fuerte principal, dejando sus botellas de cerveza sin terminar donde estaban.

      "Y vete tú también", dijo Brandt al cantinero, bajando su daga, sujetándolo del cabello y empujándolo hacia la puerta.

      La sala, que había sido tan escandalosa momentos antes, ahora estaba vacía, en silencio, salvo por Erec, Brandt, el duque y una docena de sus hombres más cercanos. Cerraron la puerta detrás de ellos con un rotundo golpe.

      Erec volteó a ver al tabernero, sentado en el suelo, todavía aturdido, limpiando la sangre de su nariz. Erec lo agarró por la camisa, lo izó con ambas manos y lo sentó en uno de los bancos vacíos.

      "Has arruinado mi negocio de esta noche", se quejó el tabernero. "Pagarás por esto".

      El duque se adelantó y le dio una bofetada.

      “Puedo hacer que te maten por intentar poner una mano sobre este hombre", lo regañó el duque. "¿No sabes quién es?“.  Es Erec, el mejor caballero del rey, el campeón de Los Plateados. Si quiere, puede matarte ahora".

      El tabernero miró Erec, y por primera vez, un miedo verdadero cruzó por su rostro. Casi temblaba en su asiento.

      "No lo sabía.  Usted no dijo quién era".

      "¿Dónde está ella?". Erec exigió, impaciente.

      “Ella está atrás, fregando la cocina. ¿Qué es lo que quiere con ella? ¿Le robó algo? Ella es sólo otra chica obligada a trabajar de sirvienta".

      Erec sacó su daga y la sostuvo en la garganta del hombre.

      "Si vuelves a llamarla 'sirvienta' otra vez", le advirtió Erec, puedes estar seguro de que te cortaré el cuello.  ¿Entiendes?", preguntó con firmeza mientras sostenía la cuchilla contra la piel del hombre.

      Los ojos del hombre se inundaron de lágrimas, mientras asentía lentamente.

      "Tráela aquí y rápido", ordenó Erec y lo levantó de un tirón y lo empujó, enviándolo volando por toda la habitación, hacia la puerta de atrás.

      En cuanto se fue el tabernero, hubo un ruido de cacerolas detrás de la puerta, gritos apagados y luego, momentos después, la puerta se abrió y salieron varias mujeres, vestidas con harapos, delantales y gorros, cubiertos de la grasa de la cocina.

      Había tres mujeres mayores, como de sesenta años, y Erec se preguntó por un momento si el tabernero sabía de quién le había estaba hablando.

      Y luego, ella salió—y el corazón de Erec se detuvo.

      Apenas podía respirar.  Era ella.

      Llevaba un delantal, cubierto de manchas de grasa y mantuvo la cabeza baja, avergonzada para mirar hacia arriba. Su cabello estaba atado, cubierto con un paño, sus mejillas estaban cubiertas de mugre—y aun así, Erec estaba enamorado de ella. Su piel era tan joven, tan perfecta. Tenía los pómulos altos, cincelados y mandíbula, una pequeña nariz cubierta de pecas y labios carnosos. Tenía una frente amplia, majestuosa y su hermoso cabello rubio caía por debajo del gorro.

      Ella lo miró, solo por un momento, y sus grandes y maravillosos ojos verdes almendrados, cambiaban a un azul cristalino con la luz y después, otra vez, lo mantuvo en su lugar sin moverse. Se sorprendió al darse cuenta de que él estaba aún más fascinado por ella, de lo que había estado cuando la acababa de conocer.

      Detrás de ella, salió el tabernero, con el ceño fruncido, limpiando aún la sangre de su nariz.

      La chica caminó hacia