iglesias, torres de vigilancia, fortificaciones, murallas; todos eran despedazados por las bolas de cañón. Se desplomaron frente a sus ojos.
Entonces hubo una avalancha de escombros mientras los edificios caían uno tras otro.
El verlo era enfermizo. Mientras Dierdre rodaba en el suelo, vio una torre de piedra de cien pies empezar a caer. No pudo hacer nada más que ver como cientos de personas bajo ella gritaban aterrorizadas mientras la torre de piedra caía sobre ellas.
A esto le siguió otra explosión.
Y una más.
Y otra más.
Todo a su alrededor edificios explotaban y caían, aplastando a miles de personas en olas de grandes esocombros y polvo. Rocas rodaban por la ciudad mientras los edificios chocaban uno contra otro, derrumbándose al desplomarse sobre el suelo. Y aún así las bolas de cañón seguían viniendo, atravesando un edificio tras otro y convirtiendo esta mágnifica ciudad en un montón de escombros.
Dierdre finalmente pudo ponerse de pie. Miró confundida hacia los lados y entre las nubes de polvo vio montones de cuerpos en las calles y charcos de sangre, como si la ciudad entera hubiera sido arrasada en un instante. Volteó hacia el mar y vio a mil barcos más esperando atacar, y entonces se dio cuenta que toda su planeación había sido en vano. Ur ya estaba destruida y los barcos ni siquiera habían llegado a la orilla. ¿Ahora de qué les servirían todas esas armas y cadenas con picos?
Dierdre escuchó gemidos y vio a uno de los valientes hombres de su padre, un hombre al que ella apreciaba, morir a unos cuantos pies de ella aplastado por una pila de escombros que habría caído sobre ella si ella no hubiera tropezado y caído. Quiso ir a ayudarlo cuando el aire de nuevo se estremeció con más cañonazos.
Y después más.
A esto le siguieron los silbidos y las explosiones y los edificios derrumbándose. Los escombros se apilaron más altos y más personas murieron, mientras ella caía una vez más con un muro de piedra colapsándose a su lado y casi aplastándola.
Entonces los disparos se detuvieron y Dierdre se puso de pie. Una pared de piedra ahora bloqueaba su vista al mar, pero ella sintió que los Pandesianos ya estaban cerca de la playa y que por esto habían cesado los disparos. Había grandes nubes de polvo en el aire y, en medio del silencio aterrador, no hubo nada más que los gemidos a su alrededor. Miró a Marco a su lado que gritaba con desesperación mientras trataba de liberar el cuerpo atrapado de uno de sus amigos. Dierdre vio hacia abajo y supo que el muchacho ya estaba muerto, aplastado por un muro que antes había sido de un templo.
Se volteó recordando a las chicas y se sintió devastada al ver que varias de ellas también habían muerto. Pero tres de ellas sobrevivieron, y ahora trataban sin lograrlo de salvar a las otras.
Entonces se escuchó el grito de los Pandesianos en la playa que se abalanzaban sobre Ur. Dierdre pensó en la oferta de su padre y sabía que sus hombres todavía podrían sacarla de ahí. Sabía que quedarse aquí significaría su muerte; pero eso era lo que deseaba. No correría.
A su lado su padre, con un corte en la frente, se levantó del escombro, sacó su espada, y guio a sus hombres valientemente en un ataque. Ella se sintió orgullosa al ver que iba a encontrarse con el enemigo. Ahora sería una pelea a pie, y cientos de hombres se juntaron detrás de él con tal valentía que ella se llenó de orgullo.
Ella los siguió sacando su espada y escalando las grandes rocas delante de ella, lista para pelear a su lado. Mientras llegaba a la cima, se detuvo impactada por lo que vio frente a ella: miles de soldados Pandesianos con su armadura amarillo y azul llenaban la playa y se lanzaban sobre las pilas de escombro. Estos hombres estaban bien entrenados, bien armados y descansados; a diferencia de los hombres de su padre que apenas eran unos cuantos cientos, con armas simples y todos ya heridos.
Sabía que sería una masacre.
Pero aun así su padre no se detuvo. Ella nunca había estado tan orgullosa de él como lo estaba en este momento. Ahí estaba él, orgulloso, con sus hombres a su lado y listo para entrar en batalla aunque esto seguramente significaría su muerte. Para ella, esta era la encarnación misma del valor.
Antes de bajar, él se dio la vuelta y miró a Dierdre con una mirada de amor. Había una mirada de despedida en sus ojos, como si supiera que esta era la última vez que la miraba. Dierdre estaba confundida; su espada estaba en su mano y ella estaba lista para atacar junto a él. ¿Por qué se despedía de ella ahora?
De repente sintió unas manos fuertes que la tomaban por detrás, sintió que la jalaban hacia atrás y se volteó para ver a dos de los comandantes de confianza de su padre. Un grupo de hombres también tomaron a las otras tres chicas y a Marco y sus amigos. Ella peleó y protestó, pero fue en vano.
“¡Déjenme ir!” gritaba.
Ellos ignoraban sus protestas mientras la arrastraban, claramente siguiendo las órdenes de su padre. Alcanzó a ver por última vez a su padre antes de bajar por el montón de escombros.
“¡Padre!” gritó.
Sintió que se partía en dos. Justo cuando sentía admiración por el padre que amaba otra vez, ella estaba siendo alejada de él. Deseaba desesperadamente estar con él. Pero él ya se había ido.
Dierdre sintió cómo la arrojaban en un pequeño bote mientras los hombres inmediatamente empezaban a remar por el canal alejándose del mar. El bote giró una y otra vez por los canales dirigiéndose hacia una abertura secreta en el muro. Delante de ellos se distinguió un pequeño arco de piedra, y Dierdre inmediatamente reconoció a dónde iban: el río subterráneo. Era una corriente salvaje del otro lado del muro y esta los llevaría muy lejos de la ciudad. Saldrían a muchas millas de distancia de aquí seguros en el campo.
Todas las chicas se voltearon a verla como preguntándose qué deberían hacer. Dierdre tomó una decisión inmediata. Ella pretendió aceptar el plan para que todas ellas continuaran. Quería que todos escaparan de este lugar.
Dierdre esperó hasta el último momento y, justo antes de que entraran, saltó del bote cayendo en las aguas del canal. Para su sorpresa, Marco la miró y saltó también. Esto dejó a los dos solos flotando en el canal.
“¡Dierdre!” gritaron los hombres de su padre.
Se voltearon para tratar de tomarla, pero fue muy tarde. Lo había hecho en el momento perfecto y ellos ya estaban en las fuertes corrientes que se llevaban el bote.
Dierdre y Marco se dieron la vuelta y nadaron rápidamente hacia un bote abandonado subiéndose a este. Se sentaron escurriendo agua y se miraron el uno al otro, ambos respirando agitadamente.
Dierdre miró hacia atrás hacia el centro de Ur en donde había sido separada de su padre. Se dirigiría a ese lugar, ahí y a ninguna otra parte, incluso si esto significaba su muerte.
CAPÍTULO TRES
Merk estaba en la entrada de la cámara secreta en el piso más alto de la Torre de Ur, con Pult, el traidor, yaciendo muerto a sus pies mientras miraba hacia la resplandeciente luz. Apenas si podía creer lo que miraba por la puerta entreabierta.
Estaba en la cámara sagrada del piso más protegido, la única habitación diseñada para guardar y proteger la Espada de Fuego. La puerta estaba tallada con la insignia de la espada y las paredes de piedra estaban talladas con la misma insignia también. Era este cuarto y sólo este cuarto al que el traidor quería llegar para robar la reliquia más sagrada del reino. Si Merk no lo hubiera atrapado y matado, no podía imaginarse en dónde estaría la espada ahora.
Mientras Merk observaba la habitación con sus lisas paredes de piedra en forma circular, empezó a ver que ahí, en el centro, estaba una plataforma dorada con una antorcha encendida debajo de ella y una base de acero en la parte superior, claramente diseñada para sostener la Espada. Pero mientras observaba, no podía entender lo que vio.
La base estaba vacía.
Parpadeó tratando de entender. ¿Ya había robado la Espada el ladrón? No, el hombre estaba muerto a sus pies. Esto sólo podía significar una cosa.
Esta torre,