¿entonces dónde podría estar?
Merk se quedó de pie horrorizado y sin poder moverse. Pensó en todas las leyendas que conocía sobre la Espada de Fuego. Recordó escuchar acerca de las dos torres, la Torre de Ur en la esquina noroeste del reino, y la Torre de Kos en la sudeste, cada una en extremos opuestos del reino y haciendo contrapeso entre sí. Sabía que sólo una de ellas guardaba la Espada. Pero aun así Merk siempre había asumido que esta torre, la Torre de Ur, era la elegida. Todos en el reino así lo creían; todos hacían sus peregrinajes hacia esta torre y las leyendas siempre parecían señalar a Ur. Después de todo, Ur estaba en el continente y cerca de la capital, cerca de una gran y antigua ciudad; mientras Kos estaba la final del Dedo del Diablo, una ubicación remota sin ningún significado y cerca de nada.
Tenía que estar en Kos.
Merk se quedó impactado y lentamente se dio cuenta: él era el único en el reino que conocía la ubicación correcta de la Espada. Merk no sabía qué secretos o tesoros contenía la Torre de Ur, si es que contenía alguno, pero sabía con certeza que no guardaba la Espada de Fuego. Se sintió decepcionado. Había descubierto lo que se suponía no debía saber: que él y todos los demás soldados aquí estaban protegiendo en vano. Era información que los Observadores no debían conocer; pues esto por supuesto los desmoralizaría. Después de todo, ¿a quién le gustaría proteger una torre vacía?
Ahora que Merk conocía la verdad, sintió un ardiente deseo de huir de este lugar, de dirigirse a Kos para proteger la Espada. Después de todo, ¿por qué se quedaría aquí a cuidar paredes vacías?
Merk era un hombre simple que odiaba los acertijos más que cualquier otra cosa, y todo esto le dio un gran dolor de cabeza, haciendo que aparecieran más preguntas que respuestas. ¿Quién más conocería esto? Merk se preguntaba. ¿Los Observadores? Seguramente algunos de ellos debían saberlo. Si lo sabían, ¿cómo era posible que tuvieran la disciplina para proteger un señuelo todos los días? ¿Era todo esto parte de su trabajo, de su deber sagrado?
Ahora que lo sabía, ¿qué debería hacer? Ciertamente no les podría decir a los otros. Esto les quitaría el ánimo. Tal vez ni siquiera le creerían y pensarían que él había robado la Espada.
¿Y qué es lo que haría con el cuerpo muerto del traidor? Y si este traidor estaba tratando de robar la Espada, ¿había alguien más intentándolo? ¿Había actuado solo? ¿Y cuál era su motivo para tratar de robarla? ¿A dónde la llevaría?
Mientras estaba de pie tratando de descubrirlo todo, de repente se estremeció al escuchar el estruendoso sonido de campanas apenas encima de su cabeza, sonando como si estuvieran en esta misma habitación. Se escuchaban tan urgentes y apremiantes que no podía entender de dónde venían; hasta que se dio cuenta que la campana de la torre, en el techo, estaba apenas encima de él. La habitación se estremeció con el sonido y no pudo pensar claramente. Después de todo, su urgencia daba a entender que estas eran campanadas de guerra.
Una conmoción de repente apareció en todas partes de la torre. Merk pudo escuchar el alboroto distante como si todos estuvieran preparándose. Tenía que saber qué estaba pasando; podría volver a este dilema después.
Merk hizo el cuerpo a un lado, cerró la puerta completamente, y corrió fuera de la habitación. Corrió hacia el pasillo y vio a docenas de soldados apresurándose subiendo las escaleras, todos con espada en mano. Al principio se preguntó si venían por él, pero entonces volteó hacia arriba y vio a más soldados subiendo; entonces se dio cuenta de que iban al techo.
Merk se unió a ellos apurándose por las escaleras, saliendo por el techo en medio del ensordecedor sonido de las campanas. Se apresuró hacia la orilla de la torre y miró hacia afuera quedando impactado por lo que vio. Su corazón se desplomó al ver en la distancia el Mar de los Lamentos cubierto de negro, con un millón de barcos llegando a la ciudad de Ur en la distancia. Pero la flota parecía no dirigirse hacia la Torre de Ur, que estaba a un día de cabalgata al norte de la ciudad, así que no había peligro inmediato. Merk se preguntó por qué sonaban las campanas con tanta urgencia.
Entonces vio a los guerreros voltear hacia la dirección opuesta. Él también se dio la vuelta y lo vio: ahí, saliendo del bosque, estaba una banda de troles. A estos les seguían más troles.
Y después más.
Hubo un gran ajetreo seguido de un rugido y, de repente, cientos de troles salieron del bosque gritando y avanzando, con sus alabardas en alto y sangre en sus ojos. Su líder iba al frente, el trol conocido como Vesuvius, una bestia grotesca portando dos alabardas y con el rostro cubierto en sangre. Todos se agrupaban alrededor de la torre.
Merk inmediatamente se dio cuenta de que este no era un ataque de troles ordinario. Parecía como si la nación entera de Marda hubiera invadido. ¿Cómo es que habían pasado Las Flamas? se preguntaba. Claramente habían venido buscando la Espada con el deseo de bajar Las Flamas. Merk pensó en lo irónico que era, ya que la Espada no estaba aquí.
Merk entonces se dio cuenta de que la torre no resistiría tal ataque. Era el fin.
Merk se sintió aterrado pero se preparó para la que sería su última batalla al verse rodeado. Todo alrededor los guerreros tomaban sus espadas y miraban hacia abajo con pánico.
“¡HOMBRES!” gritó Vicor, el comandante de Merk. “¡A SUS POSICIONES!”
Los guerreros tomaron sus posiciones en las almenas y Merk inmediatamente se les unió apresurándose hacia la orilla, tomando arco y flechas al igual que los otros, apuntando y disparando.
Merk vio con gusto cómo una de sus flechas atravesaba a uno de los troles en el pecho; pero, para su sorpresa, la bestia continuó corriendo incluso con la flecha saliéndole por la espalda. Merk disparó otra vez encajando una flecha en el cuello de la bestia; pero aun así, para su sorpresa, esta continuó corriendo. Disparó una tercera vez golpeando al trol en la cabeza, y esta vez el trol cayó al suelo.
Merk se dio cuenta rápidamente de que estos troles no eran oponentes ordinarios y de que no sería tan fácil derrotarlos. Sus probabilidades se hicieron más escasas. Pero el siguió disparando una y otra vez derribando a tantos troles como pudo. Sus compañeros soldados disparaban también oscureciendo el sol con sus flechas, haciendo que los troles tropezaran y cayeran bloqueando el camino para los demás.
Pero muchos siguieron pasando. Pronto llegaron a las gruesas murallas de la torre, levantaron sus alabardas, y las golpearon contra las puertas doradas tratando de derribarlas. Merk pudo sentir las vibraciones en sus pies, y esto lo hizo estremecerse.
El sonido del metal llenaba el aire mientras la nación de troles golpeaba las puertas sin cesar. De alguna manera, Merk sintió alivio al ver que las puertas los detenían. Incluso con cientos de troles golpeándolas, las puertas, como por obra de magia, no se doblaron ni abollaron.
“¡ROCAS!” gritó Vicor.
Merk vio a los otros soldados apresurarse hacia unas rocas alineadas en la orilla, y él se les unió mientras todos levantaban una. Juntos, él y otros diez más lograron levantarla y empujarla por encima del muro. Merk se retorció y gimió por el esfuerzo, empujando con todas sus fuerzas hasta que todos la dejaron caer con un gran grito.
Merk se asomó junto con los otros y vieron la roca caer con un silbido.
Los troles debajo voltearon hacia arriba, pero fue demasiado tarde. Esta aplastó a un grupo de ellos dejando un gran cráter en la tierra junto a la torre. Merk ayudó a los otros soldados mientras arrojaban rocas por toda la orilla de la torre, matando a cientos de troles y haciendo que el suelo se estremeciera con las explosiones.
Pero estos siguieron viniendo como una corriente interminable de troles avanzando desde el bosque. Merk vio que se acabaron las rocas; las flechas se acabaron también y los troles no daban señales de disminuir su ataque.
Merk de repente sintió algo pasar por su oreja y se volteó para ver volar una lanza. Miró hacia abajo sorprendido y vio a los troles levantando lanzas y arrojándolas hacia las almenas. Se quedó impactado; no tenía idea de que tuvieran la fuerza para lanzar tan alto.
Vesuvius los guiaba levantando una lanza dorada y lanzando directamente