El vídeo del exterior del lugar muestra a alguien llegando a pie. Pero esa persona viste una amplia sudadera con una capucha y gafas de sol. La he hecho circular, pero no será de mucha ayuda. Es difícil decir incluso si es hombre o mujer.
—¿Qué hay acerca del interior de la tienda FedEx? —preguntó Castillo.
Suarez sacó del sobre una segunda hoja de papel y la puso sobre la mesa también. Se veía como una foto, pero era básicamente blanca con negro a lo largo de los bordes.
—Esta es una foto fija de la cámara interior —dijo—. Se ve como que tenía puestas gafas de sol de refracción láser que blanquearon cualquier cosa en la pantalla. Así es como se ve el vídeo todo el tiempo que la persona está allí.
—Eso es tecnología de punta —observó Edgerton, impresionado—. Usualmente ese tipo de cosas solo son usadas en robos de alta gama.
—¿Qué hay con las otras cámaras? —preguntó Ray— Las que no miró directamente.
—No fueron afectadas. Pero el sospechoso se paró convenientemente fuera del alcance de cada una de ellas. Es como si, sabiendo exactamente dónde estaría cada cámara las hubiese evadido todas, excepto la que está justo al lado de la caja. Y esa fue la que quedó blanqueada.
—¿Asumo que evitó también toda cámara exterior al salir? —supuso— ¿Ninguna oportunidad de que haya caminado a su auto y podamos conocer la marca o la matrícula?
—Ninguna —confirmó Suárez—. Lo tenemos caminando hasta doblar la esquina. Pero la dirección que tomó lleva a una cuadra industrial donde ninguno de los negocios tienen cámaras. Puede haber ido a cualquier lado desde allí.
—Odio sumar algo a la pila —añadió Edgerton, mientras estudiaba la portátil que tenía al frente—. pero tengo más malas noticias. El morral y el teléfono de Jessica no arrojaron nada. Escena del Crimen acaba de enviarme un correo, para decir que no encontraron ninguna huella no esperada.
El celular del Teniente Hillman repicó, pero él le indicó a Edgerton que continuara mientras salía de la sala a atender la llamada. Kevin prosiguió donde se había quedado.
—Y he estado corriendo un programa usando su tarjeta SIM para encontrar cualquier actividad sospechosa. Acaba de finalizar. Pero no hay nada fuera de lo ordinario. Cada llamada que hizo o recibió en los últimos tres meses es de su familia o amigos.
Keri y Ray intercambiaron una mirada silenciosa. Ni siquiera la tensión entre ellos podía socavar la preocupación compartida de que este caso se estaba complicando con rapidez.
Antes de que nadie pudiera responder a Edgerton, Hillman entró de nuevo. Keri tuvo la certeza, por la expresión de su cara, de que venían más malas noticias.
—Era el Dr. Feeney —dijo—. Él también acepta la teoría del estafador. Piensa que este sujeto está simulando toda la parte loca y solo quiere el dinero.
Grandioso. Cada pista que tenemos no ha ido a parar a ningún lado y ahora el consenso de la unidad es que este sujeto es solo el secuestrador de costumbre.
Keri no podía explicarlo, ni siquiera a sí misma. Pero sus instintos le estaban diciendo que el consenso estaba peligrosamente equivocado, que este secuestrador era algo completamente distinto. Y ella temía que si no se colocaban pronto en el sendero correcto, Jessica Rainey pagaría el precio.
CAPÍTULO SEIS
Mientras los minutos que antecedían a la entrega pasaban. Keri trató de ignorar el creciente pinchazo de ansiedad en su estómago. El tiempo se agotaba y Keri sentía que perdía opciones con rapidez. Se ordenó a sí misma no perder la esperanza, y recordar que Jessica estaba allá afuera, en algún lugar, esperando desesperadamente que alguien la encontrara.
Ya que la oficina de FedEx y el morral y el celular de Jessica fueron callejones sin salida, el equipo comenzó a seguir opciones menos relativas al caso, y por tanto menos prometedoras.
Edgerton puso los parámetros del caso en una base de datos federal para ver si había algún registro de secuestros similares. Los resultados saldrían pronto, pero sacar algo de los mismos llevaría tiempo.
También introdujo la nota de rescate en el sistema, con la remota posibilidad de que el lenguaje coincidiera en alguna medida con los de cartas anteriores. Era una apuesta arriesgada. Si una carta así de extraña había sido enviada antes a alguien, estaban seguros de que habrían escuchado acerca de ella.
Suárez estaba mirando una lista de ofensores sexuales que vivieran en la zona para ver si alguno de ellos tenía un registro de este tipo de crimen. Castillo se había ido al parque a preparar la vigilancia. Brody había dejado la estación, afirmando que iba a hablar con algunos de sus informantes de la calle. Keri sospechaba que solo había salido a comer algo.
Ella y Ray examinaron los archivos de casos antiguos, buscando cualquier caso viejo o no resuelto que coincidiera con el de Jessica. Era posible que este fuera el trabajo de alguien que estuviera de regreso en las calles luego de un largo lapso en prisión. Si esa era la situación, sería anterior al tiempo en la fuerza de cualquiera de ellos y no recordarían los detalles. Ninguno de ellos creía que el ejercicio arrojaría frutos, pero no sabían qué otra cosa hacer.
Al cabo de más de una hora sin éxito salieron. Eran casi las 10 p.m. y ella y Ray iban de regreso a la casa de los Rainey. Era la misma ruta que habían tomado esa mañana, cuando todo había sido normal, justo hasta el momento cuando él le propuso una cita. Ambos estaban conscientes del hecho, pero estaban demasiado atareados para permitir que eso se cruzara en su camino por los momentos.
Mientras conducía, Ray estaba al teléfono hablando con el Detective Garrett Patterson, todavía en la estación para coordinar la vigilancia del sitio de la entrega, el Parque Chace.
Patterson, un hombre callado, libresco, en la treintena, era un experto en tecnología como Edgerton. Pero a diferencia de su colega más joven, Patterson parecía contentarse con los detalles más nimios de los casos. Adoraba actividades como examinar registros telefónicos y comparar direcciones IP, tanto que ello le había ganado el apodo de Trabajo Laborioso, cosa que no le molestaba para nada.
Patterson no era la clase de detective que iba a hacer saltos instintivos de deducción, pero se podía contar con él para instalar todo un perímetro de vigilancia electrónica y de vídeo que fuese tan efectivo como indetectable.
—Están preparados —le dijo Ray al colgar—. El equipo de vigilancia está en su lugar. Manny se dirige ahora a la casa del jefe de Rainey, para acompañarlo a él y al dinero al puesto de comando remoto en la van situada en el centro comercial Waterside.
—Grandioso —dijo Keri—. Mientras hablabas, tuve una idea. Tengo un amigo que conozco de cuando vivía en la casa bote en la marina. Tiene un velero y apuesto a que él nos llevaría para poder observar la zona de entrega desde el agua. ¿Qué dices?
—Digo que lo contactes —dijo Ray—. Mientras más ojos podamos poner en la zona de entrega sin ser notados, mejor.
Keri texteó a su amigo, un apergaminado y viejo marinero llamado Butch. En realidad era menos un amigo que un eventual compañero de bebida a quien le gustaba el escocés tanto como a ella. Luego de perder a Evie, su matrimonio, y su trabajo, en rápida sucesión, había comprado una destartalada casa bote en la marina y vivido allí varios años.
Butch era un hombre amistoso, jubilado de la Armada a quien le gustaba llamarla “Copper”, no le hacía preguntas sobre su pasado, y estaba feliz de intercambiar historias profesionales de guerra con ella. En ese tiempo, esa era exactamente el tipo de compañía que estaba buscando. Pero desde que se había mudado de la marina a su apartamento, y significativamente reducido el consumo de alcohol, no se habían visto mucho en tiempos recientes.
Aparentemente no albergaba resentimiento alguno puesto que ella recibió casi de inmediato un texto que rezaba: “no hay problema - nos vemos, Copper”.
—Somos