Скачать книгу

      —Todavía no —dijo Ray—. Es muy posible que hagamos eso pronto, pero no hasta que tengamos más información que compartir. No sabemos todavía lo suficiente.

      —Pongámonos en marcha —dijo Keri—. Mientras más rápido tachemos todas estas tareas, más clara será la imagen que tendremos de lo que pudo haber sucedido.

      Todos se pusieron de pie. Carolyn Rainey tomó su bolso y los condujo a la puerta principal.

      —Te haré saber si averiguamos algo —le dijo a su marido al tiempo que lo besaba en la mejilla. Él asintió, para luego atraerla hacia sí y estrecharla en un largo y fuerte abrazo.

      Keri echó un vistazo a Ray, que estaba observando a la pareja. En contra de su voluntad, él la miró. Ella pudo ver todavía el dolor en sus ojos.

      —Te llamaré cuando lleguemos a la escuela —Keri le dijo en voz baja a Ray. Este asintió sin palabras.

      Ella se sintió tocada por su frialdad, pero lo entendió. Él se había abierto y había tomado un gran riesgo. Y ella lo había rechazado sin explicaciones. Era quizás bueno que ambos tuvieran algo de espacio por un rato.

      Cuando las dos mujeres salieron a la calle y comenzaron a alejarse caminando de la casa, un pensamiento reverberó en su cabeza.

      Lo he arruinado por completo.

      CAPÍTULO TRES

      Noventa minutos después, de regreso a su escritorio, Keri dejó salir un suspiro de profunda frustración. La mayor parte de la última hora y media había sido infructuosa.

      No habían hallado nada inusual en la caminata a la escuela y no se toparon con evidentes señales de lucha. No había inusuales marcas de llantas cerca del sitio donde la Sra. Rainey había encontrado las cosas de Jessica. Keri se había detenido ante cada casa cercana para determinar si algunos de los residentes tenían cámaras que vieran hacia la calle, y que pudieran ser de utilidad. Ninguno las tenía.

      Cuando llegaron a la escuela, Ray ya estaba allí hablando con el director, quien prometió enviar un correo-e con carácter de urgencia a todos los padres de los alumnos solicitando cualquier información que pudiesen tener. El oficial de seguridad tenía todos los vídeos de vigilancia del día en cola, así que Keri le sugirió a Ray que se quedara y los viera mientras ella llevaba a la Sra. Rainey a su casa, y después regresaba a la oficina para llamar a todas las posibles pistas.

      A Carolyn Rainey debió simplemente haberle parecido que eran dos compañeros repartiéndose eficientemente las tareas. Y hasta cierto punto, así era. Pero el pensamiento de ir incómoda en el asiento de pasajero, mientras Ray conducía de regreso a la División Los Ángeles Oeste, era algo para lo que ahora mismo no estaba dispuesta.

      Así que en en lugar de ello, abordaron un Lyft de regreso a la casa de los Rainey y Keri continuó desde allí hasta la estación, donde había pasado la última media hora llamando a todos los amigos y compañeros de clase de Jessica. Ninguno tenía nada inusual que compartir. Tres amigos la recordaban yéndose de la escuela en su bici, y despidiéndose de ellos mientras salía del estacionamiento. Todo parecía estar bien.

      Llamó a los dos chicos con los que Jessica se había encaprichado en las últimas semanas y aunque ambos sabían quién era, ninguno parecía conocerla bien o siquiera estar al tanto de lo que ella sentía. Keri no se extrañó por eso. Recordaba cuando tenía esa edad, y llenaba cuadernos enteros con los nombres de los chicos que le gustaban, sin siquiera llegar a hablar con ellos.

      Habló con, o dejó mensajes a todos los maestros de Jessica, su entrenador de softball, su tutor de matemáticas, e incluso el responsable del grupo de vigilancia nocturna del vecindario. Ninguno de los que contactó sabía algo.

      Llamó a Ray, que contestó al primer repique.

      —Sands.

      —No tengo nada aquí —dijo, decidida a concentrarse en el asunto presente—. Nadie vio nada fuera de lo ordinario. Sus amigos dicen que todo parecía estar bien cuando dejó la escuela. Todavía estoy esperando algunas llamadas, pero no soy optimista. ¿Te está yendo mejor?

      —Hasta ahora no. El alcance de la cámara de vídeo solo se extiende hasta el final de la cuadra donde está la escuela, en ambas direcciones. Puedo verla diciéndole adios a su amigos, como lo has descrito, y luego salir pedaleando. Nada sucede mientras está visible. Le he pedido al guardia que junte los vídeos de principios de semana para ver si hubo alguien merodeando en días previos. Podría llevar tiempo.

      Implícita estaba en la última frase la presunción de que no regresaría pronto a la estación. Ella simuló no notarlo.

      —Creo que debemos activar el Alerta Ámbar —dijo—. Son ahora las seis p.m. Han pasado tres horas desde que su mamá llamó al nueve-uno-uno. No tenemos evidencia alguna que sugiera que esto es otra cosa que no sea un secuestro. Si fue llevada justo después de la escuela, entre las dos cuarenta y cinco y las tres p.m., podría ahora estar tan lejos como Palm Springs o San Diego. Necesitamos conseguir tantos ojos sobre esto como sea posible.

      —De acuerdo —dijo Ray—. ¿Puedes manejar eso para que yo pueda quedarme a revisar estos vídeos?

      —Por supuesto. ¿Vuelves después a la estación?

      —No lo sé —respondió sin ser terminante—. Depende de lo que averigüe.

      —Okey, bueno, mantenme informada —dijo.

      —Lo haré —replicó, y colgó sin decir adios.

      Keri se ordenó a sí misma no ponerle atención a ese desaire, y se concentró en preparar el Alerta Ámbar y sacarlo. Cuando estaba terminando, vio a su jefe, el Teniente Cole Hillman, caminando hacia su oficina.

      Vestía su acostumbrado uniforme de pantalones casuales, chaqueta deportiva, corbata floja, y camisa de manga corta que no podía mantener bajo la pretina debido a su amplia circunferencia. Tenía un poco más de cincuenta, pero el trabajo lo había avejentado tanto que había profundas líneas en su frente y en las esquinas de sus ojos. Su cabello entrecano lucía más blanco por estos días.

      Pensó que iba a pasar por su escritorio para pedirle una actualización de estatus pero ni siquiera miró en su dirección. Eso estaba bien para ella, ya que quería verificar con la gente de Escena del Crimen para ver si habían encontrado huellas.

      Luego de emitir el Alerta Ámbar, Keri caminó por la estación, inusualmente silenciosa a esa hora de la noche, y se fue por el corredor. Tocó la puerta de la Unidad de Escena del Crimen y asomó su cabeza sin esperar a que le dieran permiso.

      —¿Algo de suerte con el caso de Jessica Rainey?

      La secretaria, una veinteañera de cabello oscuro y gafas, alzó la mirada de la revista que estaba leyendo. Keri no la conocía. El empleo de secretaria en Escena del Crimen era de mucho desgaste y tenía una alta rotación. Tecleó el nombre en la base de datos.

      —Nada en el morral ni en la bici —dijo la chica—. Todavía están verificando unas pocas huellas del teléfono, pero por la manera de hablar, no sonaba prometedor.

      —¿Puedes por favor decirles que avisen a la Detective Keri Locke tan pronto hayan terminado, sin importar el resultado? Aunque no haya huellas de utilidad, necesito revisar ese teléfono.

      —Lo haré, Detective —dijo, enterrando de nuevo su nariz en la revista, antes incluso de que Keri cerrara la puerta.

      De pie, a solas en el silencioso corredor, Keri respiró hondo y se dio cuenta que no le quedaba nada más que hacer. Ray estaba revisando los vídeos de vigilancia de la escuela. Ella había sacado el Alerta Ámbar. El informe de los forenses estaba pendiente y ella no podía ver el teléfono de Jessica mientras ellos no hubieran terminado. Ya había hablado o estaba esperando la llamada de todos los que había llamado.

      Se recostó de la pared y cerró sus ojos, permitiendo que su cerebro se relajara por primera