Блейк Пирс

Un Rastro de Crimen


Скачать книгу

todo ese juego de flirteos. Quizás fuese el hecho de que cada uno había salvado la vida del otro, cantidad de veces.Quizás fuese en parte simple atracción. Ella incluso había notado que Ray, un notorio mujeriego, había dejado de mencionar a otras mujeres, ni siquiera en broma.

      Fuese lo que fuese, en los últimos meses, cada uno había pasado mucho tiempo en la casa del otro después del trabajo, yendo juntos a los restaurantes, llamándose para conversar sobre temas extralaborales. Era como si fueran una pareja en todos los aspectos, excepto uno. Nunca habían dado el salto final para consumar esa conexión. Diablos, ni siquiera se habían besado.

      ¿Entonces por qué le tengo terror a lo que creo que está a punto de decir?

      Keri adoraba pasar tiempo con Ray y una parte de ella quería llevar las cosas al siguiente nivel. Se sentía tan cercana al hombre que era extraño que nada hubiese sucedido. Y aún así, por razones para las que no podía encontrar palabras, temía dar el siguiente paso. Y podía sentir que Ray estaba a punto de cruzar el umbral.

      —¿Puedo preguntarte algo? —dijo él al cruzar a la izquierda desde Culver para meterse en Pershing Drive, la serpenteante vía que llevaba a la parte más opulenta de Playa del Rey.

      —Supongo.

      No. No, por favor. Vas a arruinarlo todo.

      —Me siento más cerca de ti que de ninguna otra persona en el mundo —dijo suavemente—, y tengo la sensación de que sientes lo mismo hacia mí. ¿Estoy en lo cierto?

      —Sí.

      Casi llegamos a la casa. Solo conduce un poco más rápido para que pueda salir de este auto.

      —Pero no hemos hecho nada con respecto a eso —dijo.

      —Supongo que no —concedió ella, sin saber qué más decir.

      —Quiero cambiar eso.

      —Ajá.

      —Así que oficialmente te pido que salgamos en una cita, Keri. Me gustaría sacarte este fin de semana. ¿Te gustaría salir a cenar conmigo?

      Hubo una larga pausa antes de que ella respondiera. Cuando abrió la boca, no estaba segura de lo qué saldría.

      —No lo creo, Ray. Gracias de todos modos.

      Ray se quedó quieto en el asiento, con sus ojos mirando al frente, boquiabierto, sin decir palabra.

      Keri, igual de asombrada ante su propia respuesta, permaneció también en silencio y luchó contra las ansias de saltar del auto en movimiento.

      CAPÍTULO DOS

      Sin que mediaran más palabras entre ambos, giraron a la derecha para salir de Pershing Drive hacia la empinada pendiente de Rees Street, y luego a la izquierda, hacia Ridge Avenue. Keri vio el camión de la Unidad de Escena del Crimen delante de una gran casa en la cima de la colina.

      —Estoy viendo el camión de Escena del Crimen —dijo tontamente, solo para romper el silencio.

      Ray asintió y se detuvo detuvo detrás del mismo. Se bajaron y se dirigieron a la casa. Keri jugueteó con el correaje de su pistola para así permitir a Ray que se adelantase un poco. Podía sentir que él no estaba de humor para caminar a su lado.

      Al seguirlo en su camino a la puerta principal, se maravilló una vez más ante el tremendo especímen físico que era él. Ray era un antiguo boxeador profesional afroamericano de cuarenta y un años, calvo, de uno noventa y dos de estatura, y ciento cuatro kilos.

      A pesar de los retos que había enfrentado luego de retirarse del deporte, incluyendo un divorcio, adaptarse a un ojo de vidrio, y recibir un balazo, todavía se veía como si pudiera pisar el cuadrilátero. Era musculoso mas no pesado, con una flexibilidad y una agilidad inesperada para un hombre de su tamaño. Era la razón por la cual era tan popular con las mujeres.

      Hacía unos meses, podría haberse preguntado por qué él estaría con ella. Pero últimamente, a pesar de acercarse a su cumpleaños número treinta y seis, había recobrado algo del juvenil entusiasmo que la había hecho tan popular.

      Nunca sería una supermodelo. Pero desde que había retomado las prácticas de Krav Maga y recortado el consumo de bebidas, había perdido cerca de cinco kilos. Había regresado al peso de cincuenta y seis, previo a su divorcio, que lucía bastante bien para su estatura de uno sesenta y siete. Las bolsas bajo sus ojos habían desaparecido, y en ocasiones lucía suelta su cabellera rubia ceniza en lugar de recogida en la acostumbrada coleta. Se sentía bien consigo misma por estos días. Así que, ¿por qué había dicho no a la cita?

      Lidia más tarde con tus asuntos personales, Keri. Concéntrate en tu trabajo. Concéntrate en el caso.

      Sacó todo pensamiento extraño de su cabeza y miró en derredor mientras se aproximaban a la casa, tratando de captar el mundo de los Rainey.

      Playa del Rey no era una urbanización grande, pero las divisiones sociales eran bastante rígidas. Allá abajo por donde Keri vivía, en un apartamento ubicado encima de un económico restaurante chino, la mayoría de los moradores eran de la clase trabajadora.

      Lo mismo aplicaba, tierra adentro, en las pequeñas calles residenciales de Manchester Avenue. Casi todas estaban habitadas por residentes de gigantescos complejos de apartamentos y condominios. Pero más cerca de la playa, y en la gran colina donde los Rainey vivían, los hogares variaban de lo grande a lo masivo, y casi todos tenían vistas hacia el océano.

      Esta casa estaba a medio camino entre lo grande y lo masivo, no era realmente una mansión, pero era lo más cercano que uno podía conseguir sin el muro perimetral y las grandes columnas. A pesar de ello, se sentía como un genuino hogar.

      La grama en el césped del frente estaba un poco alta y estaba regada con juguetes, incluyendo un tobogán de plástico y un triciclo que en ese momento estaba de revés. La caminería que tomaron para llegar a la casa estaba cubierta de dibujos hechos con tiza de colores, a todas luces obra de un niño de seis años. Otras secciones eran más elaboradas, hechas por una preadolescente.

      Ray tocó el timbre y miró derecho a la mirilla, rehusando ver a Keri. Ella podía sentir la confusión y la frustración que emanaban de él y optó por permanecer en silencio. No sabía qué decir en todo caso.

      Keri escuchó los rápidos pasos de alguien que corría hacia la puerta y segundos más tarde esta se abrió para mostrar a una mujer al final de sus treinta. Llevaba unos cómodos pantalones y un casual pero elegante blusa. Tenía el cabello corto, oscuro, y era atractiva de una forma agradable, accesible a las personas, que ni sus ojos humedecidos por las lágrimas podían ocultar.

      —¿Sra. Rainey? —preguntó Keri con su voz más tranquilizadora.

      —Sí. ¿Son ustedes los detectives? —preguntó ella en tono de súplica.

      —Lo somos —contestó Keri—. Soy Keri Locke y esta es mi pareja, Ray Sands. ¿Podemos entrar?

      —Por supuesto. Hagan el favor. Mi marido, Tim, está arriba reuniendo fotos de Jess. Bajará en un minuto. ¿Ya saben algo?

      —Todavía no —dijo Ray—, pero veo que nuestra unidad de escena del crimen ha llegado. ¿Dónde están?

      —En el garaje —están revisando las cosas de Jess en busca de huellas. Uno de ellos me dijo que no debí haberlas movido del sitio donde las encontré. Pero temía dejarlas en la calle. ¿Qué pasaría si las robaban y perdíamos toda evidencia?

      Mientras hablaba, iba alzando la voz y sus palabras comenzaron a salir atropelladas a una velocidad desbocada. Keri podía asegurar que apenas podía mantenerse de una pieza.

      —Está bien, Sra. Rainey —la tranquilizó—. Escena del Crimen todavía estará en capacidad de obtener posibles huellas; más tarde puede mostrarnos dónde encontró sus cosas.

      Justo entonces escucharon pasos y giraron para ver a un hombre bajar los escalones con una