Teresa Driscoll

Te veo


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      —Señor Ballard, ya hemos tratado ese tema. Debe quedarse aquí, su mujer lo necesita, y nosotros también necesitamos que nos eche una mano. Por ahora, lo mejor es que nos concentremos en recabar toda la información necesaria. Si hay alguna novedad, la que sea, le prometo que les informaremos y organizaremos el traslado de inmediato.

      —¿Sarah ha recordado algo? ¿Les ha dicho algo más? Nos gustaría hablar con ella, por favor.

      —Sarah todavía está conmocionada, como comprenderán. La atiende un equipo de especialistas y sus padres ya están con ella. Estamos intentando conseguir toda la información posible. La policía londinense está examinando todas las grabaciones de las cámaras de seguridad. Las de la discoteca.

      —Es que todavía no me entra en la cabeza. ¿Cómo que la discoteca? ¿Qué hacían en una discoteca? No habían planeado ir a ninguna. Tenían entradas para ir a ver Los miserables. Les dijimos explícitamente…

      —Señor Ballard, hay una investigación en curso que puede que arroje algo de luz sobre esta cuestión.

      Henry trata de aclararse la garganta y el sonido le parece demasiado fuerte. Gutural. Asqueroso.

      —Una testigo ha contactado con la policía; estaba en el tren.

      Tiene flema. En la garganta.

      —Una testigo. ¿Cómo que «testigo»? ¿Testigo de qué? No lo entiendo.

      Los dos agentes de policía se miran, y la mujer se sienta en la silla que hay junto a Barbara.

      El inspector les ofrece una explicación:

      —Una mujer que estaba sentada cerca de Anna y Sarah durante el viaje nos ha llamado al oír que la policía pedía colaboración ciudadana. Nos ha dicho que oyó a las dos chicas entablando cierta relación con dos hombres que iban en el tren.

      —¿Qué quiere decir con «relación»? ¿Qué hombres? Me he perdido. —Ahora Barbara le agarra la mano con más fuerza.

      —Por lo que la testigo oyó, señor y señora Ballard, parece que Anna y Sarah se hicieron amigas de dos hombres de los que ya teníamos constancia.

      —¿Hombres? ¿Quiénes?

      —Unos tipos que acababan de salir de la cárcel, señor Ballard.

      —No, no. Seguro que se equivocó… Es imposible. De verdad que es imposible.

      —La policía de Londres intentará interrogar a Sarah sobre esta cuestión. Con carácter de urgencia. Y también a la testigo. Como les digo, necesitamos obtener tanta información como sea posible acerca de lo que ocurrió antes de que Anna desapareciera.

      —Ya han pasado muchas horas.

      —Sí.

      —Son unas chicas sensatas, inspector. ¿Lo entiende? Son buenas, sensatas. Están bien educadas. Nunca, nunca les habríamos permitido hacer este viaje si no fueran…

      —Sí, sí, por supuesto. Y deben hacer todo lo posible por ser optimistas. Como ya les he dicho, estamos haciendo cuanto está en nuestra mano para encontrar a Anna, y les informaremos de cómo progresa la investigación. Cathy puede quedarse con ustedes y responder a todas las preguntas que tengan. Me gustaría echar otro vistazo a la habitación de Anna, si es posible. Tenemos la esperanza de encontrar algún tipo de diario; y me gustaría examinar el ordenador. Es un procedimiento habitual. ¿Podría acompañarme al dormitorio, señor Ballard? Mientras tanto, Cathy podría prepararle una taza de té a su mujer. ¿Qué les parece?

      Sin embargo, Henry ya no está escuchando. Está recordando que su mujer no quería que fueran. Decía que eran demasiado jóvenes, que la capital estaba demasiado lejos. Que era demasiado pronto. Él era partidario del viaje. «Por el amor de Dios, Barbara. No puedes mimarlas siempre». ¿La verdad? Él creía que Anna necesitaba despegarse de las faldas de su madre.

      Alejarse de los pastelitos de ciruela.

      Pero ese no era el único motivo. Madre mía.

      ¿Y si descubrían que esa no era la única razón?

      Capítulo 3

      La amiga

      En una habitación doble y sofocante del hotel Paradise en Londres, cuyo nombre es manifiestamente inadecuado, Sarah oye la voz de su madre que susurra su nombre, así que ha decidido que no abrirá los ojos todavía.

      Ahora está en una habitación diferente. Es idéntica, pero se encuentra en otra planta. Han acordonado la habitación en la que Anna y ella habían vaciado las maletas, pero Sarah no entiende por qué. Anna no había vuelto al hotel. ¿Es que no se la creen? «Que no volvió a la habitación. ¿Vale?».

      En esta habitación huele a algo indefinido y horrible. Es un olor que le recuerda a la parte trasera de un armario. A cuando jugaba al escondite de pequeña. Todavía con los ojos cerrados, Sarah piensa que ojalá pudiera volver a jugar. Ojalá pudiera ignorar esa peste y la temperatura, su madre y la policía, y jugar al escondite. Sí. Se imagina que, en otra línea temporal, Anna está secándose el pelo ahora —la plancha ya está caliente para alisárselo después—, mientras charla por encima del ruido del secador sobre qué harían hoy. ¿A qué tienda deberían ir primero? ¿Seguro que Sarah decía en serio lo de probarse algo de Stella McCartney? Porque, por cómo iban vestidas, el dependiente sabría que no comprarían nada.

      Anna. Qué dulce e irritante. Demasiado delgada. Demasiado guapa. Demasiado…

      —¿Estás despierta, cariño? ¿Me oyes?

      Sarah, con la cara girada en dirección contraria a su madre, abre los ojos y hace una mueca al ver la luz que lucha por abrirse paso por la ranura que hay entre las cortinas y forma un triángulo en la pared. Se ha tumbado vestida en la cama, sin querer deshacerla, porque estaba segura de que, a estas alturas, ya debería haber novedades. De un momento a otro. La encontrarán en cualquier momento.

      —Me alegro de que hayas podido dormir, cariño. Aunque solo haya sido una hora. He hecho un poco de té para las dos.

      —No quiero nada.

      —Dale un sorbo, te lo he preparado con dos azucarillos. Tienes que meterte algo en el cuerpo, un poco de azúcar…

      —Ya te he dicho antes que no me entra nada, ¿vale?

      Su madre viste los mismos pantalones que ayer, pero se ha cambiado la blusa. Sarah piensa que es tan típico de ella como inapropiado —en cierto modo— que se le haya ocurrido traerse una blusa limpia.

      —Ha llegado tu padre, está abajo. Lleva casi todo el rato con la policía. Quieren hablar contigo otra vez. Cuando estés…

      —Ya les he contado todo lo que recuerdo. Durante horas y horas. Y no quiero ver a papá, no tendrías que haberlo llamado.

      Sarah se encuentra con la mirada de su madre.

      —Cariño, sé que tú y papá tenéis una relación complicada. Pero es que sí que le importas. Además, la policía quiere hablar contigo sobre una llamada que ha recibido. Después de que el caso haya salido en las noticias.

      —¿Una llamada?

      —Sí, de una mujer que iba en el tren.

      —¿Una mujer? ¿Pero qué dices? ¿Qué mujer?

      Sarah siente un vacío enorme en el estómago, el mismo que ha tenido durante las primeras horas espantosas, mientras esperaba con la policía a que llegara su madre. Mientras seguía atontada por lo mucho que había bebido. Desorientada. «¿Dónde te has metido, Anna? Joder, ¿dónde estás?».

      Ha tratado de proporcionar a los agentes la información necesaria para que se la tomen en serio, pero no la suficiente como para que…

      De pronto, se levanta a toda prisa. Nota las arrugas de la blusa de lino en la cintura mientras se mueve y toquetea los cepillos,