Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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a Alsan. No quiero perderos a Jack y a ti también. Y por una vez tengo la oportunidad de hacer algo, de luchar por lo que creo y por las personas que me importan. Sé que es arriesgado sacar el báculo de aquí, pero es un arma poderosa y creo que deberíamos aprovecharla. Vamos a necesitar toda la ayuda posible si queremos rescatar a Alsan con vida.

      Shail quedó un momento callado, pensando. Luego asintió.

      —De acuerdo. Voy a ver cómo le va a Jack con su nueva espada. No tardaremos en irnos.

      Se dio la vuelta para marcharse.

      —Shail.

      —¿Qué?

      —Lo he intentado –dijo Victoria en voz baja.

      El mago no respondió. Solo la miró y esperó a que siguiera hablando.

      —He buscado a Lunnaris a través del báculo –prosiguió ella–. Pero su magia no hace nada por intentar encontrarla. Es como si ella... no estuviera aquí.

      Shail asintió gravemente.

      —Lo siento –añadió Victoria, bajando la cabeza–. No soy muy buena con estas cosas.

      Shail la cogió por los hombros.

      —Escúchame, Vic –le dijo–. Tú haces lo que puedes, y punto. No seas tan dura contigo misma. Yo estoy muy orgulloso de ti.

      Victoria lo miró. Shail sonrió.

      —Y los encontraremos, ya verás. Y rescataremos a Alsan. Cuenta con ello.

      —¿Sabes una cosa? –dijo entonces ella, en voz baja–. En mi casa ya es más de medianoche, según mi reloj.

      ¿Y sabes qué día es hoy?

      Shail negó con la cabeza.

      —No, Vic, confieso que no lo sé. Aquí en Limbhad es difícil llevar la cuenta de los días.

      Victoria sonrió.

      —Hoy es mi cumpleaños –dijo suavemente–. Hoy cumplo trece años.

      Shail la miró y sintió una cálida emoción por dentro.

      —Mi pequeña Vic –le dijo, acariciándole el pelo–. Ya eres toda una mujer. Siento haber olvidado tu cumpleaños, pero te prometo que cuando pase todo esto lo celebraremos como te mereces. ¿De acuerdo?

      —No hace falta que me trates como si fuera una niña pequeña. Comprendo perfectamente que eso no es nada importante comparado con lo que tenemos que hacer ahora. Pero... quería decírselo a alguien.

      Sonrió de nuevo, incómoda y algo avergonzada. Shail la contempló durante unos instantes y después se quitó uno de los muchos amuletos que llevaba colgados al cuello.

      —Mira esto –le dijo–. ¿Sabes qué es?

      Victoria miró. Se trataba de una fina cadena de un metal parecido a la plata, pero que mostraba bajo las estrellas un suave brillo blanquecino. De ella pendía un cristal con forma de lágrima que relucía misteriosamente.

      —Es precioso –murmuró ella, fascinada.

      —Los llaman Lágrimas de Unicornio. Estos amuletos están hechos de un cristal especial, muy puro, y solo se fabrican en un pequeño pueblo perdido entre las nieves, al norte de Raheld, la ciudad de los artesanos. Son muy populares entre los magos porque se dice que desarrollan la magia, la imaginación y la intuición. Este, en concreto, fue el regalo que me hizo uno de mis hermanos mayores cuando ingresé en la Orden Mágica.

      »Y ahora quiero que lo tengas tú. Victoria lo miró, muda de asombro.

      —¿Qué? –pudo decir al final–. Pero, Shail, ¡no puedo aceptarlo!

      —Por favor, hazlo. Es mi regalo de cumpleaños. Para la chica del báculo, la de los bonitos ojos, que no quiero ver llorar nunca más.

      Victoria alzó la mano para rozar el amuleto, pero le temblaban los dedos, y, sin poder contenerse por más tiempo, echó los brazos al cuello de Shail y lo abrazó con todas sus fuerzas. El joven mago sonrió, y le devolvió el abrazo.

      —Feliz cumpleaños, Vic –dijo–, estoy seguro de que harás grandes cosas. Pero aún eres una flor que apenas ha empezado a abrirse. Cuando estés preparada para mostrar todo lo que vales, asombrarás al mundo, estoy convencido de ello. Y espero estar allí para verlo.

      —¡Gracias, gracias, gracias! –susurró ella, emocionada–. Es el mejor regalo de cumpleaños de toda mi vida. Y te prometo que no te decepcionaré.

      Los dos se separaron, y Shail puso la cadena de la Lágrima de Unicornio en torno al cuello de Victoria. Ella lo contempló una vez más, sonriendo, y sintiéndose mucho más aliviada y segura de sí misma.

      —Voy a ver cómo le va a Jack con su nueva espada –dijo Shail–. No tardaremos en irnos.

      Victoria asintió, aún sonriente, pero el mago intentó que no se le notara lo preocupado que estaba. «Me gustaría saber si hago bien embarcando a estos dos chicos en una guerra que tal vez no sea la suya», pensó. Volvió a mirar a Victoria y recordó cómo el báculo había acudido a sus manos, y cómo Jack había empuñado a Domivat como si no hubiera nacido para otra cosa, y una inquietante idea cruzó por su mente. Se preguntó si debía comentarlo con ellos. «Ojalá Alsan estuviera aquí», deseó en silencio. «Él sabría qué hacer».

      Alsan aulló. Su cuerpo se convulsionó de nuevo, mientras él movía la cabeza a un lado y a otro, tratando de volver a su apariencia humana.

      Casi lo logró.

      A su lado, Elrion murmuraba, desconcertado:

      —No lo entiendo. No lo entiendo.

      Se habían reunido los tres en la biblioteca. Jack portaba a Domivat en el cinto, y Victoria sostenía el Báculo de Ayshel. Los dos estaban asustados, pero se esforzaban por parecer resueltos. Shail los miró con cariño y se preguntó, por enésima vez, si estaba haciendo lo correcto. Suspiró. Debía decírselo antes de embarcarse en aquella misión suicida. Tenían derecho a saberlo.

      —Escuchad –les dijo con seriedad–. Hay algo que debéis saber. Algo acerca de esa espada... y ese báculo.

      —¿Qué? –preguntó Jack.

      —Las hemos llamado «armas legendarias», y no sin una buena razón. Fueron forjadas para ser empuñadas por héroes verdaderos. Solo aquellos destinados a hacer grandes cosas tienen derecho a llevarlas.

      Jack y Victoria cruzaron una mirada, indecisos.

      —Aún sois muy jóvenes –prosiguió Shail–, y vuestro vínculo con Idhún no está del todo claro. Por eso no debería permitir que vinierais conmigo.

      »Pero conozco la historia y las leyendas. Y me han enseñado que, en los momentos importantes, siempre aparece alguien que está destinado a ser un héroe. Tal vez no lo esperaba, tal vez jamás soñó que caería sobre sus hombros semejante responsabilidad, tal vez simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Pero estas cosas pasan. Le ocurrió a Ayshel, y, de alguna manera, también a mí, cuando me encontré con Lunnaris por pura casualidad. Tal vez Alsan fuera educado para ser un héroe. Yo no y, por tanto, no estoy seguro de estar haciendo lo correcto. Por eso quiero que sepáis por qué he decidido que debéis venir conmigo.

      —¿Por qué? –preguntó Victoria.

      El mago la miró fijamente. Después miró a Jack con la misma intensidad.

      —Hace un rato os dije que Alsan y yo debíamos salvar al dragón y al unicornio por segunda vez. Tal vez no sea así. Tal vez nuestro momento ya ha pasado, tal vez cumplimos ya con nuestra misión cuando los llevamos a ambos a la Torre de Kazlunn. Tal vez caigamos los dos en esta empresa, porque tal vez seáis vosotros el futuro de la Resistencia. Las armas legendarias saben reconocer a los verdaderos héroes. Quizá vosotros dos estéis destinados a encontrar al dragón y el unicornio y a luchar por