Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


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miró, y el mago supo que estaba esperando una explicación.

      —Se trata de un pequeño experimento de nigromancia... nada importante.

      Kirtash enarcó una ceja.

      —De modo que utilizas como cobaya a mi prisionero más valioso... ¿y eso no es importante?

      No había perdido la calma, pero Elrion sabía que el muchacho estaba enfadado, y lo que eso significaba.

      —Esta vez saldrá bien, Kirtash –se defendió–. Ya sé qué falló la última vez. Solo tengo que...

      No terminó la frase. Rápido como el pensamiento, Kirtash avanzó hacia él, con los ojos relampagueantes. Intimidado, Elrion retrocedió hasta que su espalda chocó contra la pared. Kirtash se detuvo a escasos centímetros de él y lo miró fijamente. El mago quiso apartar la mirada, pero no fue capaz.

      —Sé lo que pretendes –advirtió Kirtash–. He visto a los otros. Y me da la sensación de que no comprendes las consecuencias de lo que estás haciendo.

      —Pero esta vez... saldrá bien –se atrevió a repetir Elrion; la voz le salió mucho más débil y temblorosa de lo que había pretendido pero, por alguna razón, Kirtash cambió de actitud y se separó de él.

      —No –dijo, dándole la espalda; Elrion jadeó, sorprendido de seguir con vida–. Nunca sale bien –añadió Kirtash a media voz.

      Alsan, había seguido la escena con interés, se sorprendió de percibir en su voz un cierto tono de... ¿tristeza?

      —Haz lo que quieras con él –concluyó Kirtash con cierto cansancio–. Pero, si muere o escapa por tu culpa... responderás con tu vida.

      Elrion no fue capaz de replicar. Kirtash se acercó a Alsan y lo miró largamente a los ojos. El príncipe sintió los tentáculos de la conciencia de su enemigo explorando su mente y trató de resistirse, de dejar la mente en blanco... pero él no era telépata, y no pudo evitar que Kirtash leyese sus más secretos pensamientos como en un libro abierto. Cuando el muchacho se separó de él, rompiendo el contacto visual, Alsan dejó caer la cabeza a un lado, aturdido. Kirtash le dio la espalda y se alejó de él sin una palabra; pero, antes de salir de la estancia, se volvió hacia donde estaba Alsan, maniatado junto a la jaula del lobo, y le dirigió una larga mirada pensativa.

      —No me gustaría estar en tu pellejo –comentó solamente.

      No había burla en su voz, y eso preocupó más a Alsan que cualquier amenaza que pudiera haber recibido.

      —Bien, escuchad –dijo Shail–. Tienen a Alsan en una antigua fortaleza medieval, en el corazón de Alemania...

      —¿Cómo sabes eso?

      —Me lo ha dicho el Alma. No ha sido difícil, pero no me extraña: lo que quieren es que los encontremos, precisamente. Pero, por lo visto, el castillo está muy vigilado. Aun en el caso de que lográsemos entrar, no creo que podamos salir.

      —¿Cómo que está vigilado? –preguntó Jack–. ¿Por quién? Solo están Kirtash y Elrion...

      —No, hay mucho más que eso... –suspiró Shail–. Os lo enseñaré. Por favor... –pidió, dirigiéndose al invisible corazón de Limbhad.

      Sobre la mesa de la biblioteca apareció la enorme esfera multicolor, rotando sobre sí misma. Jack y Victoria se acercaron para ver qué quería mostrarles el Alma en aquella ocasión...

      Y de pronto un ser horrible apareció nítidamente en la esfera. Jack y Victoria gritaron y retrocedieron, sin poder apartar la vista de él.

      Era humanoide, pero tenía la piel cubierta de escamas y agitaba tras él una larga cola, y su cabeza era triangular, de serpiente, con ojillos malévolos, redondos como botones y una lengua bífida que sobresalía por entre cuatro colmillos afilados.

      Súbitamente, la criatura desapareció.

      Jack parpadeó, perplejo. El corazón todavía le palpitaba con fuerza. Sentía las uñas de Victoria oprimiéndole el brazo, porque ella se había pegado a él, atemorizada.

      —¿Qué... demonios...? –jadeó el chico.

      —Szish –murmuró Victoria.

      Se había soltado del brazo de Jack y miraba a Shail con los ojos muy abiertos. El chico no conocía la palabra que había empleado ella, pero le evocaba algo espantoso, algo que de ninguna manera deseaba conocer.

      —Szish –asintió el mago–. Docenas de ellos. No sé cómo habrá hecho Kirtash para pasarlos a través de la Puerta, pero ellos están vigilando la fortaleza, y no serán fáciles de burlar.

      Jack se lo quedó mirando.

      —¿Quieres decir que esa... cosa... era un...?

      —Un szish. Las tropas de tierra de Ashran. Cuentan las leyendas que los sheks, las serpientes aladas, nacieron de la unión del dios oscuro con Shaksiss, la serpiente del corazón del mundo. Pero del origen de los szish, nadie ha dicho ni una palabra. Sería horrible pensar que cruzó humanos con serpientes, o que tenía tanto poder como para crear su propia raza.

      —Detesto a las serpientes –murmuró Jack, estremeciéndose.

      —¿Pero cómo ha conseguido traer a esas criaturas a nuestro mundo? –preguntó Victoria–. Un castillo como ese debe de ser un monumento importante de la región. No puede ser que nadie se haya dado cuenta.

      —Algunas personas solo ven lo que quieren ver –murmuró Shail–. Por eso el camuflaje mágico funciona tan bien. De todas formas, sabes que Kirtash es muy discreto. No habría montado esa pequeña base allí si no estuviera completamente seguro de que nadie lo iba a molestar.

      —¿Y cómo vamos a entrar, entonces?

      —Los szish no son tan temibles como los sheks, pero sí son inteligentes, muy inteligentes, y hábiles guerreros. Y eso me da una idea.

      Se acercó a Jack y Victoria y los miró fijamente.

      —Uno de nosotros se hará pasar por un szish, mediante un camuflaje mágico, y entrará en la fortaleza. Los otros dos fingirán que van a entrar por otro lado, y así distraerán a las demás serpientes. Creo que yo...

      —No –atajó Jack–. No creo que sea una buena idea.

      Shail lo miró.

      —Lo sé. Pero...

      —Quiero decir que, si se trata de entretener a las serpientes, nada mejor que un buen número de magia. Por eso creo que tú y Victoria debéis ocuparos de esa parte. Yo me encargaré de entrar ahí, disfrazado o lo que sea, y de rescatar a Alsan.

      Hubo un silencio. Finalmente, Shail dijo:

      —No, Jack. No puedo permitirlo. Es muy peligroso.

      —Pero, Shail –intervino Victoria–. Kirtash estará allí. Si tú o yo entramos en ese castillo, él nos descubrirá enseguida. Detecta la magia, ¿recuerdas? Jack es el único de los tres que no es mago... o semimago –añadió a media voz.

      Shail abrió la boca para replicar, pero no dijo nada. Miró a los chicos, algo confuso.

      —Maldita sea, tienes razón. Pero no puedo disfrazarte de serpiente y dejarte entrar ahí, sin más...

      —No –concedió Jack–. Creo que ha llegado la hora de permitirme usar una espada legendaria.

      —¿Qué es lo que esperas conseguir con todo esto? –quiso saber Alsan.

      Elrion había estado consultando un enorme volumen escrito en idhunaico arcano, pero se volvió hacia él y sonrió.

      —¿Quieres que te lo explique? –se ofreció.

      Se levantó y avanzó hasta situarse junto a la jaula del lobo.

      —¿Ves a esta criatura? –dijo–. Bien; pues, al igual que todas las