más importantes en la cabeza.
—Estaban solos, Shail –dijo Jack–. Solos Kirtash, el mago y ese yan. Podríamos haber...
—¿Qué, Jack?
—¡Podríamos haber luchado, maldita sea! Ahora, esté donde esté Alsan, será mucho más difícil llegar hasta él.
—Pero la Resistencia...
—¡La Resistencia! –cortó Jack, ácidamente–. ¡Míranos y sé realista, Shail! ¡Solo somos tres! ¿Se puede saber qué estaban pensando vuestros magos idhunitas al enviar solo a dos personas para reunir a los magos exiliados? ¡Por Dios, esta misión estaba condenada al fracaso desde el principio!
Después de haber dicho aquello, Jack se sintió mucho mejor. Aquellas dudas llevaban ya mucho tiempo corroyéndole, pero nunca se había atrevido a expresarlas en voz alta, porque admiraba la inquebrantable fe de Alsan y había llegado a creer en su causa. Ahora que él estaba en peligro comprendía, de pronto, lo mucho que lo echaría de menos si no volvía a verlo. En aquellos meses, el orgulloso príncipe idhunita se había convertido no solo en su tutor y amigo, sino que era para Jack casi como un hermano mayor.
Pero ahora, Alsan no estaba, y Jack no había podido evitar decir lo que pensaba de aquella absurda Resistencia. Miró a su alrededor para estudiar, cauteloso, el efecto que habían producido sus palabras, y se sorprendió del resultado. Victoria miraba a Shail, como pidiéndole permiso para hablar. El mago, en cambio, parecía pensativo, y se mordía el labio inferior.
—Bien... –dijo por fin, algo incómodo–. Lo cierto es que esa no era exactamente nuestra misión.
Jack casi saltó en su asiento.
—¿Qué quieres decir?
Shail se sentó frente a Jack y lo miró a los ojos.
—Nosotros no vinimos aquí para buscar magos exiliados, Jack. Ni siquiera ellos podrían habernos ayudado contra Ashran y los sheks. Pero creo que ya lo sospechabas.
Jack frunció el ceño. Sí, sabía que había algo más, pero nunca había preguntado; o, si lo había hecho, siempre había sido en los momentos más inoportunos, cuando nadie tenía ni tiempo ni ganas de responder.
Sostuvo la mirada de Shail sin pestañear.
—Está bien –dijo con lentitud–. Puesto que hemos decidido sincerarnos, respóndeme: ¿qué hacéis aquí exactamente? ¿Por qué quería Kirtash ese báculo? ¿Quién es Lunnaris?
El mago suspiró y se recostó contra la silla.
—Es una larga historia. ¿Recuerdas lo que te mostró el Alma, el día que llegaste?
—No podría olvidarlo.
—Te hemos contado alguna vez cómo aquella maldita conjunción astral mató en un solo día a todos los dragones y los unicornios. ¿Nunca te has preguntado por qué?
—¿Había una razón?
—Por supuesto: la profecía.
—¿Una profecía?
Shail asintió. Su rostro se ensombreció.
—Los Oráculos predijeron que los sheks regresarían a Idhún de la mano de un puente mortal, una especie de llave que les abriría la Puerta. Y que esa persona sería un mago. Lo cierto es que los Oráculos siempre predicen ese tipo de cosas, así que nadie les prestó mucha atención. El problema no radica en la fiabilidad de los mensajes, sino en los sacerdotes que deben interpretarlos, ¿entiendes? Los magos y los sacerdotes siempre hemos estado enfrentados. No tenía nada de particular que una o dos veces al año algún Oráculo predijese la llegada de una nueva era oscura provocada por los hechiceros.
»Cuando vimos que la conjunción de los seis astros se estaba produciendo varias décadas antes de lo previsto, empezamos a sospechar que algo andaba mal. Y cuando comenzaron a llegar emisarios de todos los rincones de Idhún, diciendo que los dragones y los unicornios estaban muriendo en masa, supimos que algo de verdad debía de haber en aquella profecía.
»Porque los Oráculos también habían anunciado que solo el fuego de un dragón y la magia de un unicornio unidos lograrían destruir la Puerta y devolver a los sheks a su dimensión.
—¿Quieres decir...? –empezó Jack, sorprendido, pero no llegó a terminar la pregunta.
—Quiero decir que los sheks creían en la profecía y, de alguna manera, sabían que era cierta; por eso invocaron el poder de los astros, para matar a todos los dragones y los unicornios del planeta, antes de que fuese tarde. No sabemos cómo lo consiguieron. Sí conocemos, en cambio, el nombre de ese mago que les franqueó el paso. Ya te lo he comentado en alguna ocasión: se llama Ashran, el Nigromante, y fue elegido por los señores de los sheks para convertirse en su aliado, sumo sacerdote y llave de la Puerta que les permitiría regresar a Idhún. Es un hombre de inmenso poder; sin duda él tuvo mucho que ver con la muerte de los dragones y unicornios en nuestro mundo.
—Entonces, ahora nadie puede derrotarlos –murmuró Jack.
—Ellos pueden –intervino Victoria–. Ellos dos. Están aquí, en alguna parte. Y los estamos buscando.
Jack alzó la mirada hacia Shail, que asintió.
—Yo me vi mezclado en todo aquel asunto por casualidad. Veréis, estaba en el bosque de Alis Lithban, renovando mi magia, cuando oí el estruendo y vi que los seis astros entraban en conjunción... Por supuesto, supe inmediatamente que algo andaba mal. Y lo vi todo claro cuando empecé a descubrir cadáveres de unicornios entre la espesura. Tal vez aún no lo entiendas, Jack, pero en Idhún el unicornio es la única criatura que puede conceder la magia a los mortales. Canalizan la energía del mundo y la entregan a todo ser vivo que rozan con la punta de su cuerno. La muerte de todos los unicornios supone, a la larga, la muerte de toda magia. Por eso me sentí tan aterrado... Y después vi las serpientes en el aire... Fue como si hubiese llegado el fin del mundo.
Shail calló un momento, perdido en sus recuerdos, y después siguió contando su historia...
El joven mago se escondió aún más entre los árboles. La serpiente alada sobrevolaba aquella sección del bosque, una y otra vez, y Shail sospechaba que lo había descubierto.
Hasta aquel momento, Shail solo había visto a los sheks en los libros antiguos de la biblioteca de la Torre de Kazlunn, donde había estudiado. Aquellos monstruos habían sido expulsados del mundo mucho tiempo atrás, gracias a los dragones. Pero los dragones... ¿dónde estaban ahora? ¿Por qué no acudían a luchar contra los sheks?
Shail no tenía la respuesta, porque todavía no sabía lo que estaba sucediendo en otras partes de Idhún, donde los dragones estaban cayendo del cielo, uno tras otro. Solo veía aquella aterradora serpiente alada en el cielo. Había leído en alguna parte que los sheks tenían una extraordinaria sensibilidad para la magia. Sospechaba que, si se atrevía a emplear un hechizo de mimetismo o de invisibilidad, la criatura lo descubriría.
Aguardó, conteniendo la respiración, hasta que finalmente el shek dio una última pasada, rozando las copas de los árboles, se elevó en el aire y se alejó de allí.
Shail prosiguió su avance a través del bosque. Sabía que sería una presa fácil en cuanto saliese a campo abierto, y por ello llevaba todo el día en el bosque, deambulando de un lado para otro. Podría haber intentado teletransportarse lejos de allí, pero algo se lo impedía.
Los unicornios.
Entonces, Shail todavía no había oído hablar de la profecía, pero sabía que nada que resultase tan mortal para los unicornios podía ser bueno. En circunstancias normales, los unicornios no se dejaban ver. Nadie que buscase un unicornio lograría encontrarlo, a no ser que la criatura se mostrase ante él voluntariamente. Y solo los unicornios sabían qué criterio empleaban para escoger a los futuros magos, por qué entregaban la magia a unos y a otros no. Los estudios que se habían realizado sobre el tema no habían aportado ninguna conclusión al asunto. Los unicornios no