Laura Gallego

Memorias de Idhún. Saga


Скачать книгу

      —Heoídohablardeeselugar –asintió la criatura en el mismo idioma; hablaba tan deprisa que no separaba unas palabras de otras, y los chicos tuvieron problemas para entenderlo–. Pasadyhablaremos.

      Alsan entró tras el ser sin dudar, y los demás lo siguieron.

      Una vez en el interior de la cueva, Jack miró fijamente a su anfitrión, pero no vio gran cosa de él. Su figura era menuda y estaba cubierta de trapos de los pies a la cabeza; las andrajosas telas que tapaban su rostro solo permitían ver dos ojos redondos y brillantes como brasas.

      —Es un yan –susurró Shail a los más jóvenes. Victoria asintió, pero Jack tuvo que hacer un esfuerzo para recordar lo que había leído sobre aquellas criaturas en la biblioteca de Limbhad.

      Por lo que sabía, en Idhún había más razas inteligentes aparte de los humanos, los dragones, los unicornios y los sheks. Las leyendas decían que al principio de los tiempos aquel mundo había sido habitado por los seis pueblos creados por los dioses primigenios: en primer lugar, los humanos, que poblaron las mesetas y las colinas; en segundo lugar, los feéricos: hadas, ninfas, duendes, gnomos, trasgos y semejantes, que habitaron en los bosques; en tercer lugar, los gigantes, señores de las altas cordilleras; después, los varu, criaturas anfibias, moradores de las profundidades marinas; seguidamente, los celestes, gente amable que se estableció en las grandes llanuras y los suaves valles; y, por último, los yan, habitantes del desierto.

      Por último, decían los libros. Porque «yan», en idhunaico antiguo, significa justamente «los últimos». Contaban las leyendas que, cuando Idhún era joven, Aldun, dios del fuego, abrasó involuntariamente las tierras del sur cuando descendió al mundo. Como castigo, los demás dioses condenaron a sus hijos a habitar en aquel desierto que él había creado. Por eso se les llamaba los «yan», los últimos, porque, de las seis razas, era la que menos contaba, tanto para los dioses como para los mortales.

      —Bienvenidosamihogar –dijo el yan– Tomadasientoporfavor.

      Jack miró a su alrededor con curiosidad. La vivienda del yan no era muy grande, y tampoco había muchas cosas en ella. Algunos cacharros de barro, un camastro en un rincón y una puerta desvencijada que conducía, casi con toda probabilidad, a un armario. Un agujero en la pared, por encima de la puerta, permitía la entrada de algo más de luz.

      —No te dejes engañar –le susurró Shail al oído–. Es un yan; tendrá la cueva llena de escondrijos secretos.

      Jack se dijo que, en tal caso, los escondrijos estaban muy bien escondidos.

      Se sentaron todos en el suelo, sobre las esteras que había dispuesto el yan.

      —Atiteconozcopríncipe –dijo el yan–. ¿Quiénessonellos?

      —Shail, el mago –respondió Alsan, señalando a su amigo–. Jack y Victoria –añadió, haciendo un gesto hacia ellos.

      —YomellamoKopt –dijo el yan solamente.

      —Somos la Resistencia –declaró Alsan–. Hemos venido desde Idhún para detener a Kirtash, enviado de Ashran y de los sheks, y traer la paz y la salvación a nuestro mundo.

      —Sheks –repitió la criatura–. ¿HanvueltoainvadirIdhún?

      —¿Cómo? –dijo Shail sorprendido–. ¿No lo sabías?

      —Hacesiglosquemiestirpehabitaenestemundo –dijo Kopt–. MisantepasadoshuyerondeIdhúndurantelaTerceraEra. Algunosvolvieronperootrossequedaron.

      —¿Una colonia yan en la Tierra? –Shail no podía contener su excitación–. ¿Estáis aquí desde los tiempos del Primer Exilio? ¿Cómo habéis logrado ocultaros de los humanos durante tantos siglos?

      —Loshumanosquehabitanestastierrasnoscreyerondemonios –explicó el yan–. Semantuvieronalejados.Peroahorasoloquedoyo. Ymitiemposeacaba.

      —¿Pero por qué se quedaron? –preguntó Victoria–. ¿Por qué no regresaron a Idhún?

      —Teníamosunamisiónquecumplir.

      —Entiendo de misiones –asintió Alsan–. Y creo saber cuál era la vuestra.

      —Vigilar el Báculo de Ayshel –dijo Shail en voz baja–. Pero el Libro de la Tercera Era ha sido encontrado. Kirtash está buscando el báculo, y si lo encuentra...

      —Hacetiempoquesientoalgoenelaire –dijo Kopt–. Algomalignoquemeestábuscando.

      —¿Por qué no has recurrido a un camuflaje mágico? –preguntó Shail–. ¿Por qué no te ocultas tras un disfraz humano?

      —Porqueyonosoymago. Misantepasadoslofueronperoestánmuertos. Y enestemundonohabíaunicorniosqueconsagrarananuevoshechiceros.

      Shail asintió, pero no dijo nada.

      —Sinembargo –añadió el yan–, síentiendoelidiomadelvientodeldesierto. Ynometraebuenasnoticias.

      —Nosotros tenemos buenas noticias –dijo Shail–. Por una vez, hemos llegado antes que Kirtash. Con el báculo que guardas encontraremos a Lunnaris.

      Jack frunció el ceño. Otra vez Lunnaris.

      —Ella está perdida en este mundo, igual que lo estuvieron tus antepasados –prosiguió Shail; Jack observó que Alsan le había dejado tomar la palabra, quizá porque sabía que nadie hablaría de aquello con tanta pasión como el joven mago–. Y ella y su compañero son la última esperanza para Idhún. Si Kirtash los encuentra...

      No terminó la frase, pero el yan asintió rápidamente.

      —Creosaberdequésetrata.

      —Entréganos el báculo –dijo Alsan.

      —Por favor –añadió Shail.

      —¿Porquédeberíacreeros?

      Alsan fue a replicar, indignado, pero Shail le detuvo.

      —Compréndelo –le dijo a su amigo–. Su clan ha estado guardando el báculo desde hace varias generaciones. No se lo entregará al primer extraño que llegue.

      Alsan asintió.

      —Comprendo. Permítenos verlo, entonces.

      —Porsupuesto. Detodasformasentodosestossiglosnadiehaconseguidotocaresebáculo.

      —¿Qué? –exclamó Shail–. ¿Quieres decir que está protegido por un hechizo?

      —Venidaverlovosotrosmismos.

      El yan se levantó de un salto. Se había movido muy rápido, y Jack parpadeó, sorprendido: ya los estaba esperando en la puerta.

      Volvieron a exponerse al sol del desierto, y Jack echó de menos la fresca cueva de Kopt. Por fortuna, no había que ir muy lejos. El yan los guiaba hasta una montaña cercana, en cuya base se abría la boca de una gran caverna.

      Jack cambió el peso de una pierna a otra, incómodo. Por alguna razón, sintió que no le apetecía nada saber qué era lo que se ocultaba en el interior de la cueva.

      Kopt ya los aguardaba en la entrada. Alsan echó de nuevo a andar sin previo aviso, y los demás lo siguieron.

      Entraron en la cueva y recorrieron un amplio túnel; al fondo, la galería se abría para dar paso a una caverna iluminada por un claro resplandor, y Jack supo que era allí a donde se dirigían. Alsan seguía al yan, firme, sereno y orgulloso, y el chico admiró una vez más su fuerza interior y su seguridad en sí mismo y en sus ideales. Y recordaría durante mucho tiempo la figura de su amigo, bañada por la luz que emergía de la caverna, porque fue la última imagen que tuvo del Alsan que había conocido.

      —Espera –dijo Victoria, reteniendo a Jack del brazo. El chico se volvió hacia ella y advirtió un rastro de temor en sus ojos oscuros. Shail también la miró, interrogante.

      —Hay algo malo ahí dentro –dijo ella–. El yan nos ha engañado.

      —¿Pero