Benito Perez Galdos

Realidad: Novela en cinco Jornadas


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XII

       ESCENA XIII

       ESCENA ÚLTIMA

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      La escena representa tres habitaciones de la casa de Orozco; gran salón en el centro y dos salas laterales, las tres piezas comunicadas entre sí y decoradas con elegancia y riqueza. Por la puerta del fondo del salón entran los personajes que vienen del exterior. La sala de la derecha, en la cual se ven las mesas de tresillo, comunica por el fondo con el comedor y billar de la casa; la de la izquierda, con gabinetes y dormitorios. Es de noche. El salón y sala de la derecha están profusamente alumbrados. En la sala de la izquierda, decorada á estilo japonés, sólo hay dos lámparas, ambas con grandes pantallas.

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      Sucesivamente, conforme lo indica el diálogo, entran por la puerta del fondo del salón central Villalonga, El Marqués de Cícero, Aguado, Cisneros, El Conde de Monte Cármenes.

      Villalonga, con displicencia.

      ¡Maldito tiempo! Vamos, que ni esto es invierno, ni esto es Madrid, ni esto es nada. ¡Por vida de!... ¿Cuándo se han visto aquí, en la última decena de Enero, estas noches tibias, este aire húmedo y templado, este cielo benigno?... Otros años, en los días que corren de cátreda á cátreda, como dicen los paletos, el tiempo suele ser tan duro, tan destemplado y variable, que cae la gente como moscas. Pero llevamos un invierno... ¡ay, qué invierno pastelero! Con esta temperatura de estufa, los viejos y gastados se agarran á la pícara existencia, y como no se les dé estricnina... ¡Vaya, que desdicha como ésta!...

      El Marqués de Cícero, entrando.

      Buenas noches. ¿Qué dice el amigo Villalonga?

      Villalonga, con hastío.

      Que no se muere nadie, y que así no se puede vivir.

      Cícero.

      No lo entiendo.

      Villalonga.

      Considere usted, querido Marqués, que suspiro por la senaduría vitalicia, como término y descanso de una vida de ansiedades... En fin, usted me entiende. Somos cincuenta candidatos. El Presidente, agobiado de compromisos, no puede disponer, hoy por hoy, más que de once vacantes. Si el condenado Enero se portara como teníamos derecho á esperar de su formalidad, nos traería esos vientecillos de rechupete, esos cambios bruscos que son la gala de Madrid. Lo que yo le he dicho hoy al Presidente: «¿Pero dónde están aquellas heladitas, que de una barredura, ras, se llevaban á seis ó siete carcamales, de esos que no aciertan ya ni á ponerse los pantalones?» Él convenía conmigo en que el tiempo se nos ha puesto en contra. ¡Once vacantes, por junto! Nada, amigo Marqués, con tres ó cuatro más podría el Presidente lanzarse á la combinación, y de seguro entraría yo en ella...

      Cícero, riendo.

      Es gracioso... Pero, hijo mío, todos hemos de vivir...

      Villalonga.

      Calle usted, calle usted por Dios. Yo no hago más que leer la prensa, á ver si anuncia algún ciclón muy gordo. Y lo anuncia, claro que lo anuncia; pero el ciclón no viene. Créame usted, hay que quitarle al Guadarrama su reputación; tenemos que destituirle y mandarle adonde fué el padre Padilla. ¡Pero si es un dolor, querido Marqués; si podría yo designarle á usted cuatro ó cinco Matusalenes, que están como la fruta muy madura, esperando un vientecillo, un soplo ligero para caerse!...

      Cícero.

      Y caerán, día más día menos. ¿Y á mí se me cuenta también en el número de los maduritos?

      Villalonga, abrazándole.

      ¡A usted no..., caramba! Está usted hecho un roble... Que seamos compañeros, y por muchos años, es lo que deseo.

      Aguado, alias el Catón ultramarino, entrando muy erguido y fachendoso.

      Felices, señores y milores. Poca gente todavía... ¡Qué tarde comen en esta casa! ¿Han visto ustedes los periódicos de la noche?

      Cícero.

      Aquí me traigo El Correo.

      Villalonga.

      Y yo El Resumen.

      Aguado.

      ¿Se han enterado ya de ese nuevo escándalo? ¡Otra falsificación de billetes del Banco Español! Si lo vengo anunciando, si ya están hartos de oírmelo decir. De la pillería que allá mandaron hace tres meses, amigo Villalonga, no podía esperarse otra cosa. (Con énfasis.) Esto indigna, esto subleva, esto abochorna.

      Cícero.

      Tiene razón. ¡Pobre país!

      Villalonga, á Aguado.

      Ínclito Aguado, calma, calma..., filosofía.

      Aguado.

      Pero ¿usted no se indigna?

      Villalonga.

      Hombre, ¿de qué? No me gusta hacer mala sangre y malas tripas... Luego, la hidalga nación, maldito si agradece que nos indignemos en su defensa.

      Aguado.

      Yo sostengo que ni esto es país, ni esto es patria, ni esto es gobierno, ni aquí hay vergüenza ya. Pues digo: lo mismo que ese otro gatuperio, el crimencito de la calle del Baño; la curia vendida, y un personaje gordo metido de patitas en ese fregado indecente.

      Cícero.

      Poco á poco. ¿Hemos de admitir todos los chismes que corren por ahí? Señor de Aguado, no nos confundamos con el vulgo; respetemos las reputaciones.

      Aguado.

      Que empiecen ellas por hacerse respetables. Señor Marqués, usted es un ángel, y no ha tenido, como yo, la desgracia de ver de cerca la podredumbre política y administrativa. Por supuesto, lo de ahora es ya el acabóse. Al paso que vamos, llegará día en que, cuando pase un hombre honrado por la calle, se alquilen balcones para verle. ¿Es esto cierto, ó no? Hay momentos en que hasta llego á dudar si seré yo persona decente, y sospecho si estaré también contaminado...

      Villalonga.

      Y por fin, ¿cuándo vuelve usted á Cuba?

      Cisneros, que entra despacio, sonriendo, las manos á la espalda.

      ¿Que cuándo vuelve á Cuba? Toma, cuando le manden. Él está ya con la espuerta al hombro.

      Aguado.

      Don Carlos, ¿ya viene usted con la suya llena de chinitas? Bien saben todos que no quiero ir, á menos que no me den las facultades que...

      Cisneros.

      Eso es lo que usted quiere, facultades..., facultades..., venga de ahí. Por mí que se las den.

      Aguado.

      Facultades, ó poderes para limpiar de orugas aquella administración.

      Villalonga.

      Somos ahora muy Catones, ¿verdad?

      Aguado.

      Díganoslo usted al revés: Tacones. Un Tacón es lo que hace falta allí.

      Cisneros.

      Y