Benito Perez Galdos

Realidad: Novela en cinco Jornadas


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y ya sabe que no le quiero mal; pero siempre que oigo tronar muy recio contra la inmoralidad, instintivamente me llevo la mano al bolsillo. Yo no censuro á nadie; es más, deseo que usted vuelva allá, para que esté contento y se le siente la bilis. Vamos, que si el hombre se viera otra vez en aquella bendita Aduana, ¡ay qué gusto, morena!; pues en aquella Aduana de Dios, con las manos bien arremangadas, pues...

      Aguado.

      A este D. Carlos hay que dejarle.

      Cisneros.

      ¿Pero esta gente no va á concluir de comer en toda la noche? Hasta luego, señores.

      Se interna en la casa por la sala de la derecha.

      Villalonga.

      Es la peor lengua de España, y la intención más aviesa del mundo.

      Cícero.

      Pesimista incorregible; pero en el fondo buena persona.

      Aguado.

      Como que todo eso es jarabe de pico.

      Villalonga.

      La postura pesimista es muy socorrida y de muy buen aire cuando se tienen cuarenta mil duros de renta para matar el gusanillo. Sosteniendo que todo es malo, y no casándose con nadie, no se compromete uno, y vive en la comodidad de su egoísmo, contemplando las fatigas de los que luchan por la existencia. Los pesimistas sistemáticos, como los optimistas furibundos, son por lo común personas que tienen amasado el pan de la vida, y adoptan esas actitudes para que no les molesten los que están con las manos en la masa. Y si no que lo diga Monte Cármenes, que aquí viene.

      El Conde de Monte Cármenes, que entra risueño, alargando las manos.

      Aquí está ya todo lo bueno. ¿Qué hay?, ¿qué pasa?, ¿qué me cuentan ustedes?

      Cícero.

      Pues apenas hay tela. Escándalos, inmoralidad en Ultramar y en la Península, pero mucha, muchísima inmoralidad; nuevos datos horripilantes del crimen de la calle del Baño, y por último, crisis. ¿Le parece poco? Como no pida usted el diluvio universal.

      Monte Cármenes, con expresión de dicha.

      Suceda lo que suceda, todo va bien, pero muy bien.

      Aguado.

      Es una delicia la falsificación de billetes.

      Monte Cármenes.

      Yo sostengo que lo que llamamos falsificación es una idea relativa.

      Villalonga.

      Y los falsificadores unos honrados... relativos.

      Cícero, con alarma cómica.

      ¡Que hay crisis, Conde!

      Monte Cármenes.

      Mejor. Conviene que todos coman.

      Aguado.

      ¿Ha oído usted que en el infundio del crimen están metidos dos ministros?

      Monte Cármenes.

      Ya saldrán. ¡Cuando digo que todo va como una seda!... Nada, no hay quien me rinda. Yo soy un hombre que, al levantarse por la mañana, hace el firme propósito de encontrarlo todo muy bien, perfectamente bien.

      Villalonga.

      También yo lo haría si tuviera esa bicoca de renta que usted tiene. Pondría en el oratorio de mi casa la imagen de Pangloss, y le rezaría al acostarme y al levantarme. Querido Conde, usted y Cisneros son los seres más felices que conozco. Prescinden de la realidad, y ven el mundo conforme á su deseo. ¡Ay!, los que tienen que ganarse la condenada rosca, los que corren afanados tras una posición ó un honor equivalente á tantas ó cuantas raciones para la familia, no pueden menos de mirarle la cara á la realidad, y ver si la trae fea ó bonita para ajustar á ella sus acciones.

      Entran en el salón el Exministro, el señor de Pez (de levita), el señor de Trujillo (de frac), anciano y valetudinario, apoyado en el brazo de su hijo, el cual viste uniforme de Artillería.

       Índice

      Los mismos. Aparece Augusta en la sala de la derecha, dando el brazo á Malibrán.

      Malibrán.

      Aunque usted me riña, aunque me mande apalear y me arroje de su casa, persistiré... Soy la terquedad personificada, y me crezco al castigo. Y bien podrá suceder que la desesperación me lleve al suicidio, á la locura... ¡Qué responsabilidad para usted!

      Augusta, riendo.

      ¡Para mí! ¡Ay, qué gracioso! ¿Yo qué culpa tengo de que usted se haya vuelto tonto?... ¿Pero de veras se va usted á matar?

      Malibrán.

      No bromee usted con una pasión verdadera.

      Augusta.

      Pero diga usted: ¿es volcánica ó no es volcánica? Vamos, nunca creí que á persona de tan buen gusto se le ocurriera que por lo trágica me había de impresionar. Me fastidian las tragedias.

      Malibrán.

      ¿Cuáles? ¿Las representadas?

      Augusta.

      Y las reales. Eso de matarse, sea por amor, sea por otra causa, me parece sumamente cursi... Además, me le figuro á usted refractario á la extravagancia, aun á esa, por ser todo corrección, formas exquisitas y arte de la vida. ¡Pasiones usted, pasiones hondas! No lo creeré aunque me lo diga ante notario... ¡Ah!, qué hipócritas nos hizo Dios, amigo Malibrán... Con esa mónita ha hecho usted su carrera, y ha engañado á mucha gente; pero lo que es á mí...

      Malibrán.

      ¡Ay, Dios mío! Casi me agrada que usted me injurie. A falta de otro sentimiento, venga esa bendita enemistad. La prefiero á la indiferencia.

      Pasan al salón central, donde Augusta es rodeada por Villalonga, Cícero, Monte Cármenes, Aguado, el Exministro, el señor de Pez y los Trujillos. Malibrán se aparta de este grupo.

      Augusta, al Exministro.

      ¿Qué tal? ¿Tenemos crisis al fin? Diga usted que sí, para que esta gente se alegre.

      Exministro.

      Por mí que la haya. Un vendaje á la situación no vendría mal. (Con malicia.) ¿Verdad, Jacinto?

      Villalonga.

      Sobre todo si te ponen á ti de esparadrapo.

      Pez, coleando y nervioso.

      No hay crisis más que en la mente de los que la desean. ¡Pues no faltaba más sino que se cambiara de política porque Fulanito está mal humorado, ó porque hay otros á quienes la tranquilidad del país les coge sin dinero!

      Augusta.

      Así me gusta á mí la gente, ó ser ministerial de coraje ó no serlo.

      Villalonga.

      Exactamente como yo.

      Augusta, á Trujillo.

      Bien venidos los Trujillos. ¿Y Teresa?

      Oficial de Artillería.

      No la espere usted tan pronto. No saldrá de casa hasta que acabe de leer la prensa.

      Trujillo.

      Mi mujer está fanatizada con el crimen. Hoy me atreví á poner en duda las tendencias Saraístas, y por poco me pega.

      Augusta.

      Pues conmigo no