Rubén Darío

La Caravana Pasa


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       Rubén Darío

      La Caravana Pasa

      Publicado por Good Press, 2019

       [email protected]

      EAN 4057664134752

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       LIBRO SEGUNDO

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       LIBRO TERCERO

       I

       II

       III

       IV

       V

       LIBRO CUARTO

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       Índice

      ESDE el aparecer de la primavera he vuelto a ver cantores ambulantes. Al dar vuelta a una calle, un corro de oyentes, un camelot lírico, una mujer o un hombre que vende las canciones impresas. Siempre hay quienes compran esos saludos a la fragante estación con música nueva o con aire conocido. El negocio, así considerado, no es malo para los troveros del arroyo. ¿Qué dicen? En poco estimables versos el renuevo de las plantas, la alegría de los pájaros, el cariño del sol, los besos de los labios amantes. Eso se oye en todos los barrios; y es un curioso contraste el de que podéis oir por la tarde la claudicante melodía de un aeda vagabundo en el mismo lugar en que de noche podéis estar expuesto al garrote o al puñal de un terror de Montmartre, o de un apache de Belleville. Mas, es grato sentir estas callejeras músicas, y ver que hay muchas gentes que se detienen a escucharlas, hombres, mujeres, ancianos, niños. La afónica guitarra casi ya no puede; los pulmones y las gargantas no le van en zaga, pero los ciudadanos sentimentales se deleitan con la romanza. Se repite el triunfo del canto. Las caras bestiales se animan, las máscaras facinerosas se suavizan; Luisa sonríe, Luisón se enciende. El mal está contenido por unos instantes; el voyou ratero no piensa en extraer el portamonedas a su vecino, pues la fascinación de las notas lo ha dominado. Los cobres salen después de los bolsillos, con provecho de los improvisados hijos de Orfeo—o de Orfeón—. El cantante sigue su camino, para recomenzar más allá la misma estrofa. La canción en la calle.

      El dicho de que en Francia todo acaba en canciones es de la más perfecta verdad. La canción es una expresión nacional y Beranger no es tan mal poeta como dicen por ahí. La canción que sale a la calle, vive en el cabaret, va al campo, ocupa su puesto en el periódico, hace filosofía, gracia, dice duelo, fisga, o simplemente comenta un hecho de gacetilla. Ya la talentosa ladrona señora Humbert anda en canciones, junto con la catástrofe de la Martinica, y la vuelta de Rusia de M. Loubet. En Buenos Aires hay poetas populares que dicen en verso los crímenes célebres o los hechos sonoros, como en Madrid los cantan los ciegos. En Londres se venden también canciones que dicen el pensar del pueblo, lleno de cosas hondas y verdaderas, «a tres peniques los cinco metros» de rimas. Ese embotellamiento castalioperiodístico es útil a la economía de las musas.

      Dos cancionistas acaban de irse a hacer una jira alrededor del mundo. Conozco a uno de ellos, a Bouyer, excelente muchacho que hace versos lindos. Ese viaje alrededor del mundo es con el objeto de hacer dinero. La empresa es loable, aunque un poco difícil. Esas cigarras corren el peligro de abandonar la lira en el camino a pesar de la réclame de Le Figaro, de la protección de las colonias y del talento de los viajeros. La canción y el cancionista parisienses fuera de París, no resultan. Siempre consideré la bella y generosa idea del Dr. Cané, en uno de sus artículos, el establecimiento de un cabaret artístico en Buenos Aires, como irrealizable. La canción de aquí necesita primero su idioma, sus oficiantes melenudos, su ambiente singular, la cultura de un auditorio ático. Ya me imagino en un café criollo, una especie de Quat'z-arts, la figura de Yon Lug, por ejemplo, cantando, con su melena, y sus pantalones. ¡Pobre melena, pobres pantalones y pobre Yon Lug! Louise France no saldría dos veces. Y en cuanto a los hyspas que quisiesen ridiculizar a tales o cuales personajes mundanos o políticos, no quiero pensar en los percances que les sucederían.

      La calle y el aire libre dan su nota especial a todo lo que en ellos pasa, cortejo, personas, música o palabra. El mismo ensueño brota en veces de la calle. ¿Quién no se ha sentido vagamente sentimental, en la tristeza de una tarde, al oir cómo brota en fatigadas ondas de melancolía la música soñadora de un organillo limosnero? ¿No ha escrito un altísimo poeta un maravilloso poema en prosa con ese motivo?

      La canción anda