no ha dejado de recordarla.
Ese país, hoy bajo la fuerza francesa, es descrito así por Pierre Mille: «Allí, dice, las tempestades mismas no obscurecen la claridad del cielo. Las estrellas no son las mismas que en Europa, y la luna es tan bella y majestuosa que los niños la llaman «abuela», queriendo significar así su respeto y su afecto por ese astro. La tierra en ese país es roja y casi sin árboles.
«Los ríos, detenidos por diques frecuentes, se extienden en los valles y favorecen así el cultivo del arroz, que rinde ciento por uno. En fin, los habitantes, siendo de origen polinesio, tienen más inocencia que virtud. Aman el amor, los niños, los cantos fáciles, y, sobre todo, la luz.»
Como véis son absolutamente bárbaros; y se ha procurado y se procura infundirles ideas nuevas e importarles diferentes artefactos, así como iniciarles en los refinados adelantos de nuestro ilustre Occidente. Como Ranavalo lee los periódicos, se ha encontrado, a su llegada, con el asunto de la secuestrada de Poitiers, una señorita encerrada por su distinguida madre y su ex suprefecto hermano, durante un período de veinticinco años, y encontrada medio podrida en un infecto cuarto; varios procesos de delitos contra natura; un obispo estafador; un tal príncipe de Vitenval, pontificio, preso por idénticos motivos; descubrimiento de torturas y castigos vergonzosos en el ejército; la cuestión dudosa del Figaro; y los odios antisemitas y nacionalistas. Y al enterarse habrá exclamado: ¡Andrianamanitra mby an-trano! lo que, como ya sabéis, quiere decir en lengua de Madagascar: ¡El buen Dios está en la casa!
A la reina se la dan—hay que ser justos—25.000 francos al año; lo cual representan el revenu de cualquiera buena burguesa retirada de sus negocitos. En cambio, el militarismo nacional impuso a la honesta república la conquista de un país ya unido a Francia por lazos morales y políticos, desde el tiempo de Luis XIV. El dulce Mercier fué el alma de esta campaña heroica que costó a los franceses siete mil soldados muertos de disentería y fiebres tropicales. La toma de Tananarive no costó un solo cañonazo: la reina y los príncipes se entregaron a la generosidad de los invasores. Francia asumió el protectorado directo de la isla. Las cosas andaban muy bien y ya empezaba a reinar el bienestar en el país, cuando, con pretextos más o menos fútiles, el general Galieni, secuestró violentamente a Ranavalo, la despojó de toda autoridad, e hizo fusilar en la plaza pública a los parientes y ministros de la pobre soberana esclava.
Por eso cuando ahora la preguntan a ésta si ha tenido noticias de la bas se pone casi a temblar y olvida el francés que ha aprendido.—«Des nouvelles? Non, non. Jamais des nouvelles. Rasanjy? Sais pas. Philippe Razafimandimby? Sais pas!» No, no quiere saber nada. Se imaginará que la van a fusilar.
Y la sobrinita María Luisa, que se llama en malgacho Zatú, tiene ya nociones de lo que es la civilización europea. Y cuando la preguntan: «¿Qué quieres ser tú cuando seas grande?» contesta:
—«¡General!»
El año pasado, en la Exposición, tuve oportunidad de conocer a una señora francesa que había habitado por largo tiempo en Madagascar. Llevaba consigo a una morenita hova, como de siete años, vestida con su traje nacional, de lanas y sedas rojas y blancas. El pequeño bronce vivaz tenía los más lindos ojos negros y una graciosa sonrisa que enseñaba la finura de sus preciosos dientes. Hablaba la malgachita con toda facilidad el francés y el inglés, y sus gestos y movimientos denunciaban selección de raza y origen principal. La señora contaba la historia de su bello hallazgo exótico, y es singular. Era la niña hija de un alto dignatario. Cuando los pacificadores de Galieni quisieron sofocar una pretendida rebelión, cuya causa mayor eran exacciones de colonos aventureros, no encontraron mejor medio que imponer el terror, y así fusilaron a gran parte de personajes influyentes, cuyo concurso habría sido justamente indispensable para calmar cualquier movimiento sedicioso o de protesta. Refugiados los sobrevivientes en lo intrincado de las selvas, vivieron allí meses de hambre y angustia. Los que se atrevían a salir servían de blanco a los soldados. Por otra parte no era un sport nuevo. Los ingleses lo conocen.
Un día, después de una matanza de indígenas, encontraron abandonada a esa chicuela, en un estado de lamentable extenuación. La buena señora la recogió y después de muchos cuidados, logró salvarla. La niña contaba que por largo tiempo había vivido alimentándose de raíces. La misma señora no cesaba de alabar la inteligencia de su protegida. La raza hova—decía—es de las más nobles y fáciles de gobernar. Es verdaderamente una inmensa injusticia la que se ha cometido imponiendo el régimen militar con su séquito de excesos y sus crueldades. Actualmente todavía se impone allá la ley marcial. Fusiles y espadas dominan.
Y la niña como que quería agregar:—Andrianamanitra mby an-trano!...
El redactor de un periódico, recién llegada la reina Ranavalo, recibió una carta en estos términos: «Señor, quedaré muy agradecido si me explicáis porqué la reina Ranavalo ha sido recibida de otra manera que el presidente Krüger. El caso es idéntico. Ambos, víctimas de la violencia, han tenido que abandonar su patria invadida por el estranjero. La única diferencia está en que la reina ha sido despojada por hombres que usan guerreras obscuras y pantalones rojos y el presidente por soldados que tienen guerreras rojas y pantalones obscuros. Esta diferencia es muy poco importante para que la suerte de la una sea menos interesante que la suerte del otro y despierte menos simpatías. Por lo tanto, me preguntó: ¿a qué causa atribuir la actitud tan contradictoria de la población parisiense?
La respuesta es sumamente sencilla y el periodista ha contestado en consecuencia. El inglés encuentra muy legítima su acción en el Transvaal, y condena la del francés en Madagascar; el francés considera que tenía derecho a tomarse Madagascar; pero que el inglés, al conquistar el Transvaal, se ha portado como un salteador. «Resulta, decía una notable carta publicada en La Nación, de Buenos Aires, que cuando la mueve su pasión, su interés o su conveniencia, la civilización europea es más bárbara que los bárbaros».
Ciertamente, entre Krüger y Ranavalo hay considerable diferencia. El viejo boer está libre y la reina no; Krüger tiene salva toda su fortuna—quince millones, por lo menos, de pesos oro—, y la reina no dispone sino de lo que el gobierno de Francia la quiere dar, en pupilaje; Krüger lee la Biblia, y a Ranavalo se le ha contaminado de Ohnet, Mary, y compañía. Y para colmo de desventuras de la infeliz, cuando ha adoptado las modas europeas, comprado bicicleta, aprendido un poco de piano y venido a París con licencia, se la recibe como a una macaca, se la llama negra y fea a cada paso, y poco falta para que se la proponga una contrata en un circo, para bailar la bámbula al lado de Chocolat.
Entretanto, ella recibe su pensioncita, que la viene a ser como el coronelato de Namuncurá.
Y el mariscal Waldersee vuelve ya de la China, en donde los soldados de la civilización desventraron chinitas tan monas como María Luisa Zatú. En el sur de Marruecos se pacifica. En Cuba la enmienda Platt protege a la isla ex española. Tacna y Arica no saben a qué atenerse. En el Transvaal, Cecil Rhodes hospeda a Jameson, el del raid, en su mansión que tiene un jardín, según nos cuenta Jean Carrère, como no lo tuvieron Césares romanos, lleno de flores raras y de leones enormes prisioneros...
Decididamente, Andrianamanitra mby an-trano.
IV
UELO encontrarme con gentes imaginativas y con gentes prácticas, con caballeros de la célula y doctores místicos, con personas que todo lo arreglan como dos y dos son cuatro y con personas que están esperando en estos momentos el caballo blanco del Apocalipsis. Toda la biblioteca Alcan me merece mucho respeto, y doble la figura de los santos padres que inspiran esa y otras bibliotecas parecidas.