á lo que el veterano iba diciendo, hizo un cigarro con papel de su propio librillo, encendióle en las ascuas mortecinas de la chofeta, y comenzó á fumarle muy sosegadamente, entre eructos y carraspeos.
Don Valentín continuó un buen rato todavía declamando contra la poca fe liberal de los tiempos, hasta que reparó en su hijo, de quien se había olvidado en el calor de su fiebre patriótica; y al verle dormilento y distraído, alzóse de la silla, y díjole en tono admirativo y corajudo:
—¡Hombre, parece mentira que seas sangre de mi sangre, y que no se te despierte ese espíritu holgazán... por respeto siquiera al nombre que llevas y que, en mal hora, te pusieron en la pila, en memoria del héroe ilustre con quien vencí en Luchana! ¡Sorda y ciega sea esta imagen de él que nos preside; que á trueque de que no vea lo que eres ni oiga lo que te digo, consiento en que ignore la fe que le guardo y el altar que tiene en mi corazón!
Por toda réplica, y mientras don Valentín miraba el retrato, descubriéndose la cabeza calva, su hijo hundió los brazos en los bolsillos del pantalón, estiró las piernas debajo de la mesa, cargó el tronco sobre el respaldo hasta dar con éste y con la nuca en la pared, y así se quedó, arrojando por las narices el humo de la colilla que tenía entre los labios.
El veterano le miró con ira despreciativa; volvió á cubrirse la cabeza, y salió á cumplir con lo que él llamaba su deber, después de empuñar un grueso roten, que estaba arrimado á la pared en un rincón de la sala.
Momentos después roncaba don Baldomero con la apagada punta del cigarro pegada al labio inferior.
VII
MÁS ACTORES
De una persona que tiene estrabismo, dicen las gentes aldeanas de por acá que enguirla los ojos, ó simplemente que enguirla; y se llama la acción y efecto de enguirlar, enguirle. Ahora bien: Juan Garojos, hombre bien acomodado, trabajador, de sanas y honradas costumbres, alegre de genio y con sus puntas de socarrón, era un poco bizco; y como en esta tierra, lo mismo que en otras muchas, no bien se columbra el defecto en una persona, ya tiene ésta el mote encima, á Juan, desde que andaba á la escuela, dieron en llamarle Juan Enguirla; algunos, Juan Enguirle, y todos, al cabo de los años, Juanguirle, con el cual nombre se quedó por todos los días de su vida.
Pues este Juanguirle, un poco bizco, bien acomodado, honradote, chancero y socarrón, más cercano á los sesenta que al medio siglo, y alcalde de Cumbrales al ocurrir los sucesos que vamos relatando, hallábase en el portal de su casa, de las mejores del lugar entre las de labranza, con cercado solar enfrente, para lo tocante á forrajes y legumbres en las correspondientes estaciones, sin perjuicio de la cosecha del maíz á su tiempo (pues á todo se presta la tierra bien administrada, máxime si amparan sus frutos contra las injurias y demasías del procomún, cercados firmes y el ojo del amo, alerta y vigilante), y el corral bien provisto de rozo y junco para las camas, y de matas y tueros para el hogar la socarreña accesoria, capaz también del carro y su armadura de quita y pon, la sarzuela y los adrales, un tosco banco de carpintería, el rastro y el ariego y muchos trastos más del oficio, que no quiero apuntar porque no digan que peco de minucioso, aunque tengo para mí que, en esto de pintar con verdad, y, por ende, con arte, no debe omitirse detalle que no huelgue, por lo cual he de añadir, aunque añadiéndolo quebrante aquel propósito, que debajo de la pértiga dormitaba un perrazo de los llamados de pastor, blanco con grandes manchas negras, y que en el corral andaba desparramado un copioso averío, buscándose la vida á picotazos sobre el terreno que escarbaba.
Volviendo á Juanguirle, añado que estaba en mangas de camisa, canturriando unas seguidillas á media voz, pero desentonada, mientras pulía el asta que acababa de echar á un dalle; obra de prueba que pocos labradores son capaces de ejecutar debidamente. Raspaba el hombre con su navaja donde quiera que sus ojos veían una veta sobresaliendo, y luégo aproximaba á sus ojos la más cercana extremidad del asta; y tocando el pie del dalle en el suelo, enfilaba una visual por los dos puntos extremos; y vuelta después á raspar, y vuelta á las visuales, y vuelta también á probar su obra, empuñando las manillas y haciendo que segaba.
Cuando se convenció de que el asta no tenía pero, echó una seguidilla casi por todo lo alto; y acabándola estaba en un calderón mal sostenido, cuando el perro comenzó á gruñir sin levantarse, y se le presentó delante don Valentín Gutiérrez de la Pernía. Saludó al alcalde en pocas palabras, y en otras tantas, pero regocijadas y en solfa, fué respondido.
—Le esperaba á usté hoy, señor don Valentín,—díjole en seguida Juanguirle, volviendo á retocar el asta aquí y allá con la navaja.
—Eso quiere decir que llego á tiempo—contestó el otro.—Y ¿por qué me esperabas hoy?
—Porque, salva la comparanza, es usté como el rayo: tan aína truena, ya está él encima.
—Luego ¿ha tronado hoy, á tu entender?
—Y recio, ¡voto al chápiro verde! Y muy recio, señor don Valentín; ¡tan recio como no ha tronado en todo el año! Desde que me levanté y fué antes que el sol, no he oído otra cosa en todo el santo día... Como que si uno fuera á creerlo según suena, cosa era de encomendarse á Dios. El menistro (con perdón de usté) que fué con un oficio mío á Praducos, por lo resultante de los ultrajes de ellos en el monte de acá, entendió que le cortaban el andar; y, por venirse por atajos y despeñaderos, llegó sin resuello y aticuenta que pidiendo la unción. De la pasiega no se diga, que hasta el cuévano trajo esta mañana encogollado de supuestos al respetive, y entre ésta y el otro, y el de aquí y el de allá, que lo corren y avientan, y que dale y que tumba y que así ha de ser, hasta los pájaros del aire cantan hoy la mesma solfa. De modo y manera que yo me dije: ó don Valentín es sordo, ó no tarda en darse una vuelta por acá, al auto de lo de costumbre.
—En efecto—respondió don Valentín:—en día estamos de grandes noticias; y esto me hace creer que no te hallaré, como otras veces, mano sobre mano.
—¡Mano sobre mano, voto á briosbaco y balillo!... ¿Y esto que tengo entre ellas? ¿Parécele á usté muestra de gandulería? Antayer era castaño de pie, que se curaba en el sarzo del desván; hoy está donde usté le ve, con el pulimento del caso. ¡Y que vengan los más amañantes del lugar y le pongan peros! Esto no es echar cambas, señor don Valentín, á golpe de mazo y corte usté por donde quiera: esto es obra fina, de espiga y mortaja... y punto menos que sin herramienta, porque de un clavijón hice un vedano á fuerza de puño.
—Ya sé que te pintas solo para lo tocante al oficio; pero yo no vengo hoy á visitar á Juan Garojos, sino al señor alcalde de Cumbrales, para preguntarle qué medidas ha tomado en vista de las noticias que corren.
—Pues el alcalde de Cumbrales, señor don Valentín, cumple con su deber.
—¿De qué modo?
—Dejando esas cosas como Dios las dispone, y no metiéndose en andaduras que pueden costarle al pueblo muchos coscorrones. Ya sabe usté que es viejo mi pensar al respetive.
—Pues para ese viaje no necesitábamos alforjas, mira.
—En las que yo le he pedido á usté me ajoguen, señor don Valentín. Y, por último, usté, que no piensa en otra cosa, debe de saber lo que hay que hacer, lo que puede hacerse, y hasta cómo se hace.
—¡Eso pido, Juan, eso pido! Pero ¿quién me oye? ¿quién me ayuda? ¿quién me sigue?