neurociencia cognitiva plantea los siguientes tres objetivos generales:
profundizar la comprensión de cómo el conjunto de adversidades que se verifican en la pobreza afecta la estructura cerebral y el funcionamiento autorregulatorio durante el desarrollo;
establecer cuál es el costo de esos impactos en la vida de un niño en términos de sus oportunidades de cambio y mejora, y
analizar en qué medida esos impactos son modificables una vez instalados, y en qué momento de la vida y con qué tipo de intervenciones es posible generar cambios.
Cada libro tiene un origen particular. En este caso, todo comenzó cuando Yamila Sevilla –colega investigadora y editora de Siglo XXI– me invitó a escribir un ensayo sobre los temas de pobreza y desarrollo infantil en que centro mi trabajo de investigación. Con su guía, buscamos que la escritura fuese un poco más allá del rigor técnico, en clave de ensayo, y priorizamos la inclusión de potenciales lectores no especializados. Confieso que no resultó una tarea sencilla, porque implicó generar un tono muy distinto al que utilizo en mis escritos científicos. Esta invitación a abrir el juego al pensamiento hacia temas críticos de nuestro presente (que nos involucran en cuanto comunidad y civilización), supuso un gran desafío y una oportunidad única para repensarme como escritor y para integrar conocimiento. Y esa experiencia de aprendizaje pasó a ser un plan colectivo: Yamila revisó las primeras versiones, propuso cambios e itinerarios de lectura, luego se sumó el invaluable trabajo de edición y corrección de otros integrantes de la editorial, como el de Luciano Padilla López y Federico Rubi, más la lectura de galeras de Agustina Fracchia. La excelente concepción gráfica fue aportada en sucesivas etapas por Mónica Deleis, diagramadora, artista plástica y eximia lectora. A todos ellos, les agradezco su calidez, profesionalismo, ideas para pulir y potenciar el libro.
Por otra parte, estas páginas son producto de un recorrido de trabajo y pensamiento que se nutrió de conversaciones y discusiones con mentores, colegas, compañeros, críticos, familiares y amigos: sabiéndolo o no, de formas directas e indirectas, hicieron un gran aporte. Agradezco a Antonio Battro, Jere Behrman, Clancy Blair, Silvia Bunge, Silvina Brussino, Cecilia Calero, Bibiana Carpinella, Manuel Carreiras, Jorge Colombo, Adrián Díaz, Beatriz Diuk, Haydée Echeverría, Kathinka Evers, Marta Farah, Diego Fernandez Slezak, Phil Fisher, Carolina Fracchia, Héctor Garrido, Federico Giovannetti, Juan Carlos Godoy, Andrea Goldin, Marcelo Gorga, Agustín Gravano, María Julia Hermida, Iván Insúa, Luis Jaume, Cristina Juárez, Juan Kamienkowski, Florencia Kratsman, Miki Kratsman, Rita Kratsman, Facundo Lipina, Fernando Lipina, Guido Lipina, Pablo Lipina, Derek Lomas, Jorge López Camelo, Matías Lopez y Rosenfeld, Alejandro Maiche, Claudia Martinez Zárate, Natalia Mota, Robert Myers, Daniela Nahmad, Verónica Nahmad, Lea Novera, Hans Offerdal, Eric Pakulak, Héctor Palma, Kepa Paz Alonso, Marcos Pietto, Michael Posner, Lucía Prats, Sidarta Ribeiro, Mauricio Rohrer, Mary Rothbart, Charo Rueda, Eliana Ruetti, Arleen Salles, Ignacio Santacroce, Soledad Segretin, Brad Sheese, Mariano Sigman, Jennifer Simonds, Mariana Smulski, Juan Carlos Tealdi, Juan Valle Lisboa, Gerardo Weisstaub, J. Leonardo Yánez, Alberto Yáñez y Phil Zelazo.
También agradezco a las instituciones que apoyan la construcción de conocimiento en nuestra área de investigación, que en definitiva es lo que nos posibilita crear este tipo de instancias de comunicación: Ministerio de Ciencia, Conicet, CEMIC, UNSAM y Fundación Conectar.
Por último, gracias a los lectores por dedicar tiempo a este libro. Confío en haber logrado una versión que distienda la rigidez del especialista sin restar lugar al feliz extrañamiento. El objetivo estará cumplido si algunas ideas novedosas puedan germinar en nuestras mentes, en un diálogo que contribuya a construir equidad entre todos. Lo precisamos. Lo vamos a precisar siempre.
[4] La hormona corticotrofina (se la conoce como ACTH, su sigla en inglés) es una hormona que estimula a las glándulas suprarrenales. Es producida por la hipófisis, una glándula endocrina que segrega hormonas encargadas de regular la homeostasis o equilibrio interno (véase nota al pie 30). Entre ellas, las hormonas tróficas que regulan la función de otras glándulas del sistema endocrino.
[5] La amígdala es un conjunto de núcleos de neuronas ubicadas en los lóbulos temporales que recibe y envía múltiples conexiones a distintas áreas del cerebro y que participa en diferentes aspectos del procesamiento emocional.
[6] Véanse, respectivamente, <www.younglives.org.uk> y <www.ophi.org.uk>.
[7] Disponible en <www.uca.edu.ar/index.php/site/index/es/uca/observatorio-de- la-deuda-social-argentina>.
1. Los números de la pobreza
El mapa no es el territorio
Si la miseria de los pobres no es causada por las leyes de la naturaleza, sino por nuestras instituciones, cuán grande es nuestro pecado.
Charles Darwin, Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo (1839)
La inequidad social y la pobreza son dos fenómenos que caracterizan la humanidad, al menos desde que surgieron las primeras civilizaciones (Pringle, 2014). Sin embargo, los niveles de inequidad y pobreza alcanzados en la actualidad dejan claro que estamos viviendo una etapa de profunda mediocridad moral, habida cuenta de la cantidad de residuos humanos que generamos cada día. El uso del término “residuo” en los estudios de pobreza fue propuesto por el sociólogo Zygmunt Bauman, quien planteó que un ser humano que vive hoy en la indigencia se asemeja a los individuos considerados homo sacer en la Roma imperial, designación que se aplicaba a las personas que quedaban fuera de la jurisdicción del derecho y a las que, por lo tanto, no se reconocía existencia alguna.
La información disponible es elocuente respecto de la pertinencia de tal categoría para los miles de millones de seres humanos que viven en situación de indigencia y pobreza. Se estima que en 2016 la riqueza del 1% de los habitantes más ricos del planeta era mayor que la del 99% restante. Durante la última década, poco más de la mitad de este 99% no tuvo ingresos superiores a 1,25 dólares diarios. En el mismo período, el panorama de esta pobreza extrema varió entre el 1,5% en países centrales industrializados y el 80% en países periféricos –la mayoría en África subsahariana, la región más pobre del planeta–.
Si bien durante ese tiempo la humanidad pudo producir alimentos para el doble de la población mundial, la insuficiencia ponderal[8] afectó al 23% de los niños de los países más pobres (129 millones) y la emaciación,[9] al 33% (195 millones). Por otra parte, el 16% (1100 millones) de las personas no tuvo acceso a agua potable y el 37% (2600 millones) no contó con sistemas de saneamiento. Estos dos factores produjeron anualmente la muerte de 1,8 millón de niños, 443 millones de días escolares perdidos y 150 millones de niños con trastornos de aprendizaje. En el contexto de esta tragedia masiva, y en el mismo período, el 5% del producto bruto interno mundial se gastó en corrupción (Banco Mundial, 2014; PNUD, 2012, 2014; Unicef, 2005a, 2013, 2015).
Definir la pobreza
La pobreza es un fenómeno complejo que comenzó a estudiarse científicamente a partir de la Revolución Francesa. Desde entonces, diferentes disciplinas humanas, sociales y de la salud han ensayado formas de definirla y medirla. Como producto de tales esfuerzos, en la actualidad contamos con más de doscientas formas de referirnos a ella (Spicker y otros, 2009). Un cuadro conceptual permite agrupar las designaciones típicas en función de cinco conceptos diferentes. Este ejercicio de clasificación intenta reflejar la pluralidad de fenómenos