Edouard Laboulaye

Paris en América


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      Fox no habia concluido todavia sus insidiosas confidencias, y ya habiamos llegado: Ninguna policia, ninguna precaucion habia sido tomada; un pueblo de curiosos estaba alineado en las veredas, y por suerte dejaba libre el medio de la calle, la máquina fué instalada en un instante, desencadenados los pistones, el agua corria por todas partes. Mientras que el teniente reconocia el foco principal del incendio y daba sus órdenes, púseme á dirijir los tubos con mi amable vecino.

      Frente á nosotros estaba una casa presa toda del fuego. Las llamas habian roto las ventanas y salian en torbellinos. Derrepente, se escucharon gritos desgarradores en el primer piso. Una figura blanca pasó como una sombra. Una voz de mujer pedia socorro. Al instante, Green, apoyando una escalera á lo largo de la pared, subió y desapareció en medio del humo.

      Diabólicamente fino, me dijo Fox con un gesto satánico, devilish smart; juega cerrado, el ambicioso!

      —Por aquí muchachos, por aquí, gritaba Rose, enteramente ocupado de ahogar el incendio. Levanté á fuerza de brazo el pesado tubo; pero no podia quitar la vista de la ventana por dónde Green habia entrado. El corazon me saltaba, la inquietud me ahogaba.

      En el mismo instante reapareció Green, con una mujer en los brazos, y descendió en medio de los hurras de la multitud.

      Apenas en el suelo, la mujer se incorporó:—Mi hijo, gritó, donde está mi hijo, dónde está mi hija?—Todo su cuerpo temblaba, lloraba, levantaba los brazos hácia la ventana incendiada y queria arrojarse en aquella hornaza. Se procuró en vano retenerla, se escapaba de nuestras manos, corria á la casa, y, rechazada por la llama, retrocedia lanzando gritos terribles y arrancándose los cabellos.

      Todos nos mirábamos. La llama rujia como la tempestad, el techo incendiado iba á desplomarse. El niño estaba perdido. No sé lo que en ese momento pasó en mi alma: la vista de aquella pobre madre, las palabras de Marta, el ejemplo de Green, la idea de que yo era francés, qué sé yo?—fué una embriaguez que me subió á la cabeza—Corrí á la escalera, y estuve arriba antes de saber lo que hacia.

      Rose quizo detenerme:—Soy padre, esclamé, no dejaré que ese niño muera!

      Una vez en la habitacion, tuve miedo. Las llamas silvaban á mi alrededor, los ensamblados crujian, los cristales estallaban: era aquello un ruido siniestro. Sofocado por el calor, enceguecido por el humo, llamé, nadie respondió; grité, ni el éco resonó. Estaba desesperado, cuando una lengua de fuego roja, atravezando la oscuridad me mostró frente á mi una puerta cerrada. Romper la cerradura de un hachazo, entrar en la habitacion, correr á la cuna donde lloraba un niño, apoderarme de este tesoro, fué cosa de un instante; qué alegria! pero fué corta. Rodeado de humo, casi afixiado, no sabia donde estaba; el corazon me palpitaba, la cabeza me daba vuelta, estaba perdido.

      —Por aquí, doctor! por aquí, Daniel! gritaba la voz de Rose; avanzad, pero reculando, atencion!

      El consejo era prudente, apenas me habia dado vuelta, un vigoroso chorro de agua dirijido por la hábil mano del boticario, me inundó de piés á cabeza, á riesgo de voltearme. Gracias á esta diversion estratéjica, que contuvo por un instante el fuego y disipó el humo, ví la ventana, corrí á ella, y enhorquetándome en la escalera; me dejé deslizar hasta el suelo, negro y humeante como un tison mojado. Un instante despues el techo se hundia con espantoso estrépito. Marta tenia razon: Dios me habia tratado como á Abdenago.

      Decir la alegria de la pobre madre sería cosa inútil. El mas feliz era yo, que habia salvado á un niño y sostenido el honor del nombre francés. Mi locura me habia costado algo: tenia una parte de mis cabellos chamuscados, una mejilla asada y el brazo izquierdo quemado de puño al codo:—¿qué era esto despues de lo que habia ganado?

      Una hora cuando mas despues del suceso, volvíamos á nuestro barrio, dejando á los recien venidos el cuidado de estinguir los restos humeantes. Trepé listamente, y con la cabeza erguida, á ese mismo omnibus en que por la mañana habia subido tan de mala gana. Fox estaba allí, guiñando el ojo, como si fuese tuerto.

      —Green es pillo, dijo, dándome un codazo en el brazo enfermo, lo que me hizo estremecer, pero vos sois endemoniadamente mas pillo que él. Hurrah al capitan Smith! agregó frotándose las manos.

      No le respondí: un nuevo espectáculo me ocupaba enteramente.

      A lo largo de las veredas estaba alineada una inmensa multitud en un órden increible. Casi todos los hombres tenian un papel en la mano, que ajitaban á nuestro paso.

      —Hurrah al bravo teniente! Hurrah á Green! gritaban. Hurrah á Smith! Hurrah al bombero heróico!

      —Helos ahí, se decian señalándonos con el dedo. Aquel, es Green; ese otro, es Smith! Hurrah! Los sombreros se alzaban, flotaban los pañuelos y las mujeres nos mostraban á sus hijos, que ajitaban sus manecitas como si nos bendijeran. ¿Por medio de qué misterio sabia ya toda la ciudad mi nombre y mi accion?—lo ignoraba, y no lo preguntaba. Uno se habitúa pronto á la gloria; pero la emocion comenzaba á dominarme. Habia tenido fuerzas para contemplar á la multitud con la modestia y la calma de un héroe. Al aproximarme á mi casa derramaba lágrimas. El pueblo rodeaba á Jenny, á mi hija, á Marta que predicaba, y á Zambo que bailaba como un niño. Me eché en sus brazos, y, apesar de mi figura de deshollinador sabe Dios, con cuanto cariño abrazó á todos. Creo que estaba tan negro como Zambo.

      Antes de entrar en casa, Jenny me mostró sonriendo la imprenta que estaba frente, la del Paris-Telegraphe, ese diario sedicioso. Un inmenso cartel se elevaba en lo alto de la casa, y de una media legua podia leerse lo que sigue:

      QUINTA EDICION

      PARIS-TELEGRAPHE

      HORRIBLE INCENDIO

       ¡¡¡El bravo teniente GREEN!!!

       ¡¡¡El heróico bombero SMITH!!!

      FRASE SUBLIME:

       ¡Soy padre no dejaré morir ese niño!

       50,000 ejemplares vendidos en prensa la SEXTA EDICION

      Era aquel el templo donde se distribuía la gloria: ¡allí habia con que curar la vanidad!

      ¡Ah!—¡Con qué placer corrí á la sala del baño para meterme en el agua, emblanquecer mi cara y refrescar mi brazo quemado! Esta vez encontré admirable la invencion que ponia á toda hora agua caliente en mi habitacion. En cuanto á Zambo, no quiso dejarme, so pretesto que el Amo tenia necesidad de sus servicios y que no podia pasarse sin él. El buen muchacho tenia necesidad de hacerme hablar para darse importancia en la vecindad. Mi gloria era la suya, él era el que habia entrado en las llamas, por procuracion.

      Cuando descendí á la sala, la oficina del París Telegraphe, estaba todavia asediada por los compradores, sin poder dar abasto á los pedidos; la multitud se estrujaba bajo nuestras ventanas procurando verme. Con mi brazo en cabestrillo, mi mejilla señalada, y mis cabellos quemados, podia creerme un héroe.

      Muy luego, y para que nada faltase á la alegria de este dia feliz, vino la música de los bomberos á darme una serenata, con toda la compañia y Green á la cabeza, que me dirijió un discurso.

      En este speech, bastante bien redondeado, el especiero con una modestia conmovedora, se olvidaba á si mismo para no hablar sino del valor que yo habia desplegado, y, á nombre de la compañia, me rogaba aceptase el puesto de capitan.

      —¡Camaradas! ¡amigos! esclamé, me siento confundido por vuestras bondades, pero no quiera Dios que olvide el ejemplo que me ha dado el teniente Green, y el socorro que he recibido de Rose, ¡el bravo sarjento! Al primero, debo el honor de una buena accion; al segundo, debo la vida. Permitidme pues que no olvide esta deuda de gratitud y que siempre considere como mis jefes al excelente Green y al jeneroso Rose. Quiero permanecer con vosotros, camaradas; como vosotros, simple bombero, en un pais libre. Orgulloso de vuestra amistad y de vuestro heroismo, no cambiaria nuestro modesto uniforme por el traje de capitan jeneral. ¡Viva la América y la libertad!

      Mi respuesta tuvo éxito, sobre