de un hombrecillo vestido de negro y abrochado hasta el cuello: era M. Truth. Sentado delante de un escritorio de jacarandá, tenia en la mano unas tijeras enormes, cortaba largas tiras de papel de un diario inglés y las echaba á una especie de buzon de cartas que comunicaba con la imprenta. Era la redaccion á bajo precio.
—Qué quereis, Señor?—preguntóme sin levantar la cabeza, ni interrumpir su trabajo.
—Señor, le dije con voz grave y reposada, soy el doctor Daniel Smith, bombero de la séptima compañía, el mismo cuyo elojio habeis tenido la bondad de hacer en vuestra hoja de ayer.
—Bien, dijo el periodista continuando sus recortes—¿Qué quereis?
—Daros las gracias, señor: pagar la deuda de agradecimiento.
El hombre miróme con aire sorprendido.
—No me debeis nada, doctor. Publicando vuestra bella accion, he hecho mi oficio; y me habeis valido ayer mas de doscientos dollars. No me debeis pues, ningun favor.
Con lo que continuó su trabajo, sin invitarme siquiera á tomar asiento.
—Señor Truth, le dije en tono seco y digno, no me ocupo de los motivos que os hayan hecho obrar ayer. Me habeis hecho un servicio, soy, y me reconozco vuestro deudor.
Iba á salir cuando levantó de nuevo la cabeza y fijó en mi sus grandes ojos negros, cuya espresion dolorosa me hirió.
—Doctor, dijo con voz jadeante, si tratais absolutamente de chancelar una deuda imaginaria—la ocasion se os presenta. Decidme con toda sinceridad de qué enfermedad sufro, y cuanto tiempo me queda de vida:
Se levantó, púsose la mano sobre el corazon y se detuvo de repente. Una asma violenta le oprimia. Le tomé el pulso, escuché su respiracion—le ausculté—Tenia síntomas que no permitian engañarse.
—Doctor, me dijo Truth, os pregunto la verdad. Cuando se tiene, como yo, la costumbre de decirla á todo el mundo, se tiene la fuerza suficiente de escucharla por su cuenta. Tengo necesidad de saber en que estado me encuentro.
—Teneis, le respondí, una enfermedad al corazon, que está lejos de ser incurable. Los cigarrillos de stramonio os aliviarán. Pero si quereis sanar, os son necesarios, el aire puro, la vida tranquila, el descanso del alma y del cuerpo, cosas todas que no se encuentran en la oficina de un diario.
—Gracias, doctor, me dijo:—vuestra opinion es la misma que mi médico me ha dado esta mañana. Es necesario renunciar á las fatigas de mi profesion; sea, cuanto mas pronto, mejor. Un Yankee nunca mira atrás.—Doctor, compradme mi diario. Os vendo mi parte por veinte mil dollars; en seis meses los habreis ganado—¿Aceptais?—
—Peste! esclamé, lijero andais!
Periodista yo! es un honor en el que no he pensado jamás.
—Pensad en él—Para un hombre de bien, es la primera de las posiciones.—Hay nada mas bello que guiar á sus hermanos por la senda de la justicia y de la verdad!
Periodista, es un papel que no se estima de lejos, pero que de cerca, no sé porqué todos quieren ensayarlo. Los periodistas son de la misma familia de los comediantes: se les desdeña y se les envidia. Estos jitanos tienen ingenio; frotándose con ellos, uno se encuentra menos paisano.
No hay una sola mujer hermosa que no sienta placer en acercarse á las grandes coquetas: no hay un solo hombre de Estado que, en un momento dado, no lisonjée á los folletinistas, si no es que se enrola modestamente entre los hacedores de diarios. A pesar mio, la proposicion de Truth haciale cosquillas á mi vanidad; la idea de dirijir la opinion me sonreia. Un hombre como yo tiene tantas cosas que enseñar á esa masa ignorante y estúpida que se llama público! Solo el sentimiento de mi dignidad me impedia ceder á esta locura.
—Dirijir un diario, dije á mi enfermo es cosa muy dificil, para quien no ha nacido en esta industria.
—No, nada mas sencillo. Sentaos ahí, cerca de mí, permaneced durante dos horas, y poseereis el secreto del oficio. En el fondo todo se reduce á una sola regla de conducta: decir la verdad, nada mas que la verdad, toda la verdad.
La curiosidad venció? Me eché en un gran sillon de cuero amarillo, puse el baston entre mis piernas y apoyé mi brazo enfermo sobre la empuñadura; una vez instalado, abrí mi tabaquera que habia dejado sobre la mesa y mirando á Truth:
—Mi querido Arístides, le dije, vuestra divisa es bella; pero, aquí para entre nosotros, no lo es demasiado? En materia de periodismo, yo creia que la mentira era la regla, y la verdad la escepcion.
—¿Dónde habeis visto eso, doctor maquiavélico? En la vieja Europa, quizá? En España, en Rusia, en Turquia; en todas partes donde la prensa es un monopolio en manos del gobierno, los pobres periodistas tienen permiso para no decir palabra durante seis dias, á condicion de mentir oficialmente el séptimo; pero en un pais de libertad, en el que cada cual puede pensar lo que quiere, é imprimir lo que piensa, de qué serviria la mentira? La verdad es nuestra mercancia, lo que nos compra el público. Mentir es perder nuestro crédito y arruinarnos vergonzosamente. Nosotros podemos tener todos los vicios, menos uno. Ved el Times inglés: es inconstante, injurioso, violento; pero embustero, nunca! Sorprendido en flagrante delito de mentira, su propietario perderia una renta de cien mil dollars. No es uno vicioso á ese precio: uno es verídico por cálculo y virtuoso por interés.
No me alucinaba esta virtud americana. Buscaba una respuesta, cuando apercibí un hocico de garduña que atravesaba la puerta. Era mi honorable compañero de armas y vecino el sollicitor[17] Fox, que se aproximó deslizándose sobre el pavimento y nos dió la mano afectuosamente.
—Buenos dias, querido Truth, dijo al periodista sonriéndole. Vengo de parte de M. Little, el banquero, á conversar con vos de un gran negocio. Hay dos mil dollars de ganancia para el diario, dos mil dollars, repitió, acentuando cada sílaba.
—Bien, respondió friamente el periodista; eso corresponde á mi socio.
Tocó la campanilla. Una puertecita se abrió dando paso, no sin trabajo, á un hombron, á quien su cuerpo enorme, su cabeza calva, sus grandes orejas y sus dientes delanteros, daban el aspecto de un elefante vestido.
—Buenos dias, doctor Smith, esclamó reventando de risa, buenos dias, os reconozco por vuestro brazo en cabrestillo. ¿Qué decís de mi tablero de ayer, querido Cincinato? ¿No valía el de hoy? Truth, los cuatro asnos están vendidos; Ginocchio nos escribe que suprimamos el aviso. Buenos dias, Fox, sois tan delgado que os tomaba por la sombra del doctor. Vosotros los SOLLICITORS, teneis la conciencia tan tierna que los escrúpulos os enflaquecen. ¿Qué nos traeis?
—Hé aquí de lo que se trata, dijo Fox, mediocremente lisonjeado por los agasajos de M. Humbug. La casa Little hace un pequeño empréstito mejicano; diez millones para comenzar. Las acciones son de doscientos dollars cada una, emitidas á ciento sesenta y reembolsables á la par por sorteo anual. Diez por ciento de interés y veinte por ciento de beneficio sobre el capital; es un lindo negocio!
—Para Little, dijo Humbug riendo. Y necesitais anuncios: Mundus vult decipi, ergo decipiatur.[18] Estad tranquilo Fox, os daremos un bonito lugarcito en el diario. Entre los unguentos de Holloway y las píldoras de Morrison, vuestro empréstito mejicano será una maravilla.
—Venia para arreglar con vosotros el precio, dijo Fox.
—¿Y sois vos quien pedís la tarifa de los avisos? Un centavo[19] por palabra, un dollar por cien palabras; en este bosque comun, se charla á precio fijo, lo sabeis bien....
—Perdon, querido Humbug, respondió Fox guiñando el ojo, me habeis comprendido mal. Cuando hablaba del precio, no era en la tarifa en lo que pensaba. Little desearia que el proyecto de esta suscripcion útil y patriótica fuera insertado en el cuerpo del diario, á fin de que no tuviese aspecto de aviso. Pagaremos lo que sea necesario. ¿Me comprendeis?
—Lo temo, maese zorro, respondió el hombre sin dejar de reir. Pero como dice el viejo Plauto: