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José María de Pereda
La Puchera
Publicado por Good Press, 2019
EAN 4057664137180
Índice
I
«RÉ» EN LA ARCILLOSA
Quién de los dos empujó primero, yo no lo sé. Quizás fuera el mar, acaso fuera el río. Averígüelo el geólogo, si es que le importa. Lo indudable es que el empuje fué estupendo, diérale quien le diera; es decir, el río para salir al mar, ó el mar para colarse en la tierra. Mientras el punto se aclara, supongamos que fué el mar, siquiera porque no se conciben tan descomunales fuerzas en un río de quinta clase, que no tiene doce leguas de curso.
¡Labor de titanes! Primero, el peñasco abrupto, recio y compacto de la costa. Allí, á golpe y más golpe, contando por cúmulos de siglos la faena, se abrió al fin ancho boquete, irregular y áspero, como franqueado á empellones y embestidas. Al desquiciarse los peñascos de la ingente muralla, algo cayó hacia afuera que resultó islote mondo y escueto, y más de otro tanto hacia dentro, en dos mitades casi iguales, que vinieron á ser á modo de contrafuertes ó esconzados de la enorme brecha. La labor del intruso para continuar su avance, fué ya menos difícil: sólo se trataba de abrirse paso á través de una sierra agazapada detrás de la barrera de la costa; y forcejeando allí un siglo y otro siglo, buscando á tientas al obstáculo las más blandas coyunturas de su armazón de granito, quedó hecho el cauce, profundo y tortuoso, entre dos altos taludes que el tiempo fué tapizando de césped y bordando de malezas.
Atravesada la sierra, el cauce desembocó en un valle, verde y angosto, encajonado entre ondulantes cerros y colinas, que van escalonándose suavemente y creciendo á medida que se alejan hacia la erguida cordillera que recorta el horizonte con su perfil de jorobas y picachos, de Este á Oeste. Las aguas, detenidas un instante al asomar al valle, como para formar allí un remedo de golfo, corrieron hacia la izquierda, lamiendo por aquel lado las faldas del montecillo que las separaba del mar; después retrocedieron súbitamente, describiendo rápida curva sobre la derecha; se deslizaron mansas, tranquilas y en línea recta, á lo largo del valle hasta dar con otro cerro de escarpada ladera; y arrimaditas á él, continuaron corriendo y abriendo cauce tierra adentro, hasta perderse en un laberinto inextricable, cuyos misterios no había penetrado todavía la luz del sol.
Es posible que en aquellas espesuras toparan con el ocioso río dormitando entre sus cañaverales y bajo su espeso dosel de alisos, madreselvas y avellanos bravíos; pero lo que no tiene duda, porque bien á la vista está, es que desde entonces, por el mismo cauce que llenan y desocupan dos veces cada día las salobres aguas, salen al Atlántico mezcladas con ellas las insípidas del río, que ha bajado, creciendo poco á poco con ayuda de vecinos y despeñándose á menudo, desde sus pobres fuentes escondidas en un repliegue sombrío de las montañas del fondo.
Este cauce, en su parte recta y más larga, y en sentido opuesto á la línea de la costa, tiene dos grandes derivaciones ó caños, que arrancan de él, casi verticalmente, como del tronco las ramas principales; y los caños, á su vez, otras ramificaciones que surcan en varios sentidos la ribera hasta el contorno mismo de la tierra firme: de modo que en las pleamares toda la planicie aparece tijereteada y subdividida en islillas verdes, en las cuales pastan los ganados el sabroso liquen que crece entre apiñados haces de finísimos juncos.
De los dos grandes caños que tiene la ría, es el principal, por ancho, largo y navegable, el llamado la Arcillosa, no sé por qué, pues allí no hay señal de arcilla ni de cosa que se le parezca. El hecho es que se llama así, y que en el pueblo que se desparrama á corta distancia de él, le consideran como