Pablo C. Díaz Martínez

El reino suevo (411-585)


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a la España visigoda, del 414 al 711. En la primera versión del tomo dedicado a la España pos-romana, aparecido en 1940, coordinado y en buena medida escrito por Manuel Torres López, edición que se reimprimió hasta 1986, los suevos, su reino, instituciones y monedas se merecen capítulos (epígrafes) específicos de cierta extensión[10]. Sin embargo, en la nueva edición de 1991, excelente sin duda, a pesar de haber aumentado considerablemente el número de sus páginas, que forzó a dividir el tomo en dos volúmenes, la historia del reino suevo quedó subsumida en el documentado capítulo dedicado a las invasiones en la península Ibérica, del que es autor Luis García Moreno, y alguna escueta referencia relativa a la conversión al catolicismo[11].

      En realidad, esta infravaloración y esta imagen deformada proceden, en primer lugar, de una lectura apresurada y poco crítica de la Chronica del obispo Hidacio, contemporáneo y testigo directo de la irrupción sueva en Hispania, quien vio en los germanos a los enemigos del orden romano y de la Iglesia católica, aportando una imagen de devastación y catástrofe que quedó muy grabada en el subconsciente de buena parte de los historiadores. En segundo lugar, proceden de la escasa atención que los estudiosos de los pueblos germanos han dedicado al reino suevo, y de la negativa consideración en que se ha situado su actuación directa o el capítulo de sus aportaciones a la historia posterior, deformación que ha sido difundida incluso por aquellos que de manera específica han investigado su realidad histórica.

      Por si los lectores no lo tienen presente en este momento, debemos recordar que todas estas consideraciones y valoraciones se hacen sobre el primer reino germano que se estableció, en lo que luego sería Europa, a finales del Imperio romano. El primero del que consta su conversión al catolicismo, el primero que emitió moneda propia a imitación de la imperial, que llegó a dominar prácticamente toda la península Ibérica a mediados del siglo V, intercambiando constantes embajadas con el emperador de Occidente y los reinos vecinos, y que, frente al poder visigodo, consiguió estabilizar su monarquía sobre aproximadamente 100.000 kilómetros cuadrados en el noroeste de Hispania durante ciento setenta y cinco años.