a la España visigoda, del 414 al 711. En la primera versión del tomo dedicado a la España pos-romana, aparecido en 1940, coordinado y en buena medida escrito por Manuel Torres López, edición que se reimprimió hasta 1986, los suevos, su reino, instituciones y monedas se merecen capítulos (epígrafes) específicos de cierta extensión[10]. Sin embargo, en la nueva edición de 1991, excelente sin duda, a pesar de haber aumentado considerablemente el número de sus páginas, que forzó a dividir el tomo en dos volúmenes, la historia del reino suevo quedó subsumida en el documentado capítulo dedicado a las invasiones en la península Ibérica, del que es autor Luis García Moreno, y alguna escueta referencia relativa a la conversión al catolicismo[11].
Es sólo un ejemplo. Este agravio comparativo lo encontramos igualmente en obras recientes que pretenden renovar los estudios sobre la Hispania tardoantigua. Es el caso de la obra de Roger Collins, Early Medieval Spain. Unity and Diversity 400-1000, ampliamente difundida entre el público de lengua inglesa y posteriormente en nuestro país, donde el autor dedica seis páginas al reino de los suevos dentro de un capítulo inicial titulado «La aparición de un nuevo orden», y lo hace bajo el significativo título de «Un falso comienzo»[12]. Los ejemplos se pueden multiplicar hasta llegar a uno de los más recientes: Javier Arce, Bárbaros y Romanos en Hispania 400-507 A. D., quien, en más de trescientas páginas dedicadas al siglo V hispano, dedica apenas siete al reino suevo y lo hace bajo el epígrafe «Infelix Gallaeciae»[13].
El contrapunto de esta idea del «falso comienzo» se encuentra en las «Historias de Galicia» o las «Historias de Portugal», donde el periodo suevo puede plantearse como precedente o punto de partida. Así C. E. Nowel, A History of Portugal, cuyas primeras siete páginas, dedicadas al periodo suevo se titulan «Before the beginning»[14]; F. Elias de Tejada y G. Percopo, El reino de Galicia hasta 1700, quienes consideran a la monarquía católica sueva un precedente[15], o A. M. B. Meakin, Galicia: the Switzerland of Spain que prefería hablar de una pretérita «The first golden age»[16]. Es precisamente en las obras dedicadas a historiar Galicia o Portugal donde un capítulo sobre el periodo de la dominación sueva aparece ya como imprescindible. Así en H. V. Livermore, A New History of Portugal, quien dedica 10 páginas al reino suevo[17]. O las 16 que le dedicó Vicente Risco en su Historia de Galicia[18]. Los ejemplos se han multiplicado en los últimos años, cuando las obras divulgativas de historia de Portugal[19], y aún más de historia de Galicia, ante la nueva perspectiva política y cultural autonómica, han proliferado de forma desproporcionada a la escasa renovación de la investigación. En el caso de la historia sobre los suevos este problema es absolutamente evidente, pues estos volúmenes, capítulos, subcapítulos o apartados se construyen sobre tópicos historiográficos largamente consolidados, y no sobre una renovación de la investigación[20]. No deja de ser curioso que, si comparamos los contenidos de esos capítulos en las Historias de Galicia y en las Historias de Portugal, los textos se confunden hasta el punto de ser prácticamente intercambiables.
En realidad, esta infravaloración y esta imagen deformada proceden, en primer lugar, de una lectura apresurada y poco crítica de la Chronica del obispo Hidacio, contemporáneo y testigo directo de la irrupción sueva en Hispania, quien vio en los germanos a los enemigos del orden romano y de la Iglesia católica, aportando una imagen de devastación y catástrofe que quedó muy grabada en el subconsciente de buena parte de los historiadores. En segundo lugar, proceden de la escasa atención que los estudiosos de los pueblos germanos han dedicado al reino suevo, y de la negativa consideración en que se ha situado su actuación directa o el capítulo de sus aportaciones a la historia posterior, deformación que ha sido difundida incluso por aquellos que de manera específica han investigado su realidad histórica.
El punto de partida de buena parte de los lugares comunes que encontramos en la historiografía sobre el reino suevo tiene su origen en la monumental obra de Felix Dahn, Die Könige der Germanen, publicada a partir de 1861, que marcó los estudios sobre los reinos bárbaros de la Alta Edad Media por varias generaciones. Su obra ocupa más de 6.000 páginas, dedicando únicamente 24 al capítulo «Das Reich der Sueven in Spanien»[21]. Como se verá, esta brevedad no impidió que, por un proceso de inercia historiográfica, sus opiniones tuviesen un gran impacto en la investigación sobre los suevos hasta nuestros días; incluyendo algunos planteamientos propios de un esquema nacionalista radical preconcebido, donde los germanos son presentados como una raza joven y noble que lucha contra una civilización degenerada. Su aplicación al caso de los suevos le llevaría a considerar que éstos perdieron su vigor e impulso cuando entraron en la órbita de la Iglesia católica[22].
Sin embargo, la obra de Dahn no ha sido manejada por el lector medio desde hace muchos años. Otras obras que sí han servido de referencia parecen insistir en la valoración de los suevos como una realidad intrascendente. Lucien Musset publica en 1965 Les invasions. Les vagues germaniques; en las escasas dos páginas que dedica a los suevos de España califica a su estado de «inestable y brutal», para concluir que «si los suevos de España no hubieran existido, la historia no habría cambiado en nada importante»[23]. Es evidente que el autor parte de una concepción de la Historia construida en torno a la idea de los momentos cruciales o la importancia relativa de unos hechos frente a otros, justificable sólo si se pretende buscar un principio teleológico, esto es, acontecimientos que culminan en algo, por ejemplo una gran unidad política. En 1971 Stefanie Hamann realiza una disertación doctoral con el título Vorgeschichte und Geschichte der Sueben in Spanien, y su valoración no es muy distinta: «Los suevos son un episodio sin consecuencias para la historia de España. La incorporación al estado visigodo no dejó huellas del pasado suevo. Su estudio sólo interesa, en el mejor de los casos, como parte de todo el proceso de formación de los reinos germánicos»[24]. Impresiones que, aparentemente, no han variado sustancialmente en años posteriores, ni siquiera en el ámbito de los estudios hispanos. El desaparecido profesor Manuel Cecilio Díaz y Díaz, sin duda el mejor conocedor de los textos tardohispanos, en un artículo publicado en 1995 escribía: «Es de recordar que, a lo que sabemos, los suevos no añadieron nada a la Gallaecia romana, porque en su poco más de siglo y medio de control de la provincia ni aportaron elementos sociales nuevos, ni políticos, ni religiosos, ni lingüísticos. Su proyección real fue mínima, porque a pesar de la baja población galaica, los suevos eran todavía muchos menos y esto tanto en el plano de los números como de la civilización»[25].
Por si los lectores no lo tienen presente en este momento, debemos recordar que todas estas consideraciones y valoraciones se hacen sobre el primer reino germano que se estableció, en lo que luego sería Europa, a finales del Imperio romano. El primero del que consta su conversión al catolicismo, el primero que emitió moneda propia a imitación de la imperial, que llegó a dominar prácticamente toda la península Ibérica a mediados del siglo V, intercambiando constantes embajadas con el emperador de Occidente y los reinos vecinos, y que, frente al poder visigodo, consiguió estabilizar su monarquía sobre aproximadamente 100.000 kilómetros cuadrados en el noroeste de Hispania durante ciento setenta y cinco años.
Debemos advertir que, en algunas ocasiones, el tópico se ha fosilizado en un sentido contrario.