desde la Edad Media; convertido ahora en mito suevo.
El arzobispo de Toledo Jiménez de Rada había conectado los orígenes de España con el Génesis: «El quinto hijo de Jafet fue Tubal, de quien descienden los íberos, que también se llaman hispanos»[70] (Historia, I, 3), donde incluía a todos los habitantes al sur de los Pirineos. Retomando las genealogías bíblicas de los godos construidas por Isidoro de Sevilla, los godos descendían de Magog, hijo igualmente de Jafet. Jiménez de Rada inauguraba un modelo nuevo de Historia de España destinado a tener un enorme éxito: España no era una creación visigoda, preexistía desde tiempos remotos. Los cetúbales, sus pobladores originarios, descendían de Noé, pero sufrieron constantes acosos: la servidumbre de los griegos, los castigos morales que los romanos les infligieron y las ruinas en las que desaparecieron los vándalos, alanos y suevos. Pero, tras tantas desgracias, España fue curada «por la medicina de los godos» quienes no son presentados como invasores, sino como amigos que vienen a ayudar a los hispanos a librarse de yugos opresores. Ese esquema plurisecular fue repetido en el siglo XIX por Lafuente en su Historia de España y muchas de sus afirmaciones parecen haber inspirado directamente la obra de Vicetto. Pero, en realidad, Vicetto es heredero de una tradición que, al menos desde comienzos del siglo XVII, había intentado hacer coincidir los orígenes de la historia gallega con los de la historia castellana, en un afán de las aristocracias de Galicia por integrarse en la corte castellana[71]. En su particular reelaboración local, la Galicia que emergió del diluvio fue poblada, como el resto de la Península, por los descendientes de Tubal, ahora hijo de Noé, donde Vicetto mantiene la tradición bíblica que la historiografía seria del momento ya no recogía[72]. Pero, desde la perspectiva de Finisterre, se construía una nueva genealogía: su hijo Brigo, su nieto Gall y su sobrina Celt habrían generado una raza, los celtas, que desde Galicia se habrían extendido por España y Europa[73]. Como en la historia paralela de los ancestros hispanos, también los celtas de Galicia sufrirían el acoso y la opresión de fenicios, griegos, cartagineses y romanos, siendo liberados ahora por los suevos.
Hay que decir que su intento por historiar el reino de los suevos choca una y otra vez con su construcción absolutamente apriorística[74], donde el pueblo germano actúa como liberador de una Galicia esclavizada por el Imperio de los romanos:
Bajo la monarquía sueva, Galicia no se ilustraba tanto como con la civilización romana, es verdad; pero era más libre materialmente, y adquiría más autonomía, más vida propia. / El último soldado romano que abandonó el suelo de Galicia rompió el último hilo eléctrico, intelectualmente hablando, por donde se comunicaba toda la civilización del mundo con ella: roto este hilo, ya Galicia quedaba aislada de los demás pueblos, viviendo una vida que ni era sueva completamente ni completamente romana; una vida embrionaria, para aparecer más adelante autonómica, gigante y esencialmente Galicia, con particularidad en el periodo de la Reconquista[75].
Lo que perdía en cultura lo ganaba en iniciativa, en libertad y en un espíritu guerrero y agresivo, que se hace evidente a partir del 711 cuando se convierta en el núcleo del cual surgirán España y Portugal. De la Galicia brácara habría surgido Portugal, de la lucense y asturicense se habría originado España[76]. De la asociación entre la raza celta y la monarquía sueva surgía, según Vicetto, un nuevo pueblo, los celti-suevos o gali-suevos, y con él la nacionalidad gallega[77], idea que estaba en Faraldo y que repetirá Murguía. Esta asociación que tendrá un gran éxito en el desarrollo de ideas regionalistas y nacionalistas no fue difundida sólo por los historiadores, sino que alcanzó a políticos e intelectuales con intereses diversos. Es el caso de Alfredo Brañas:
El país gallego ha constituido, desde los tiempos más remotos, un círculo social independiente dentro de la nacionalidad española: dominado sucesivamente por celtas, suevos, romanos, godos y árabes, pudo conservar a través de los siglos la fisonomía especial a cuya formación contribuyeron celtas y suevos, los únicos pueblos, las dos únicas razas que constituyen la personalidad, el carácter y el tipo esencial de los habitantes de Galicia[78].
Aunque su planteamiento aparece bastante mitigado más adelante:
En esta cuestión […] se han cometido no pequeños errores […] por defensores acérrimos y por enemigos implacables, de lo que por estos últimos ha dado en llamarse manía del suevismo. Yerran en nuestro concepto los que dejándose llevar por su inspiración poética y no refrenando el vuelo de su fantasía exuberante de invectiva y sentimiento estético, conceden demasiada importancia al elemento suevo en la formación y desarrollo del regionalismo galaico. Enhorabuena que sea honra y timbre de gloria para Galicia el haberse constituido en monarquía independiente gracias a la intervención y poderío de los reyes suevos, y que los bárbaros, dueños de nuestro territorio hayan modificado, en parte, el lenguaje, las tradiciones y hábitos consuetudinarios del país; de esto a otorgarles el privilegio de una influencia absoluta y decisiva en nuestra raza, va una distancia inmensa[79].
Pero, con independencia de la moderación o el radicalismo de las distintas posturas, quedaba claro que los suevos, regeneradores de la sangre celta, constructores de una monarquía independiente, quedaban así incorporados, junto a los celtas, Prisciliano, Santiago o los Irmandiños, a la suma de hechos singulares que jalonan la construcción de una nación gallega, en una construcción que ha llegado hasta el presente[80].
Pero volvamos por un momento a Pondal. Eduardo Pondal representa como ningún otro la imagen del poeta nacional de Galicia; poeta épico por excelencia, se muestra más atento al pasado céltico que le inspira la naturaleza, el paisaje y la monumentalidad histórica de Bergantiños que a ningún otro momento del pasado gallego. Los tiempos medievales eran insuficientes a Pondal, quien buscaba sustratos que distanciaran todos los aspectos de la vida gallega de la órbita cultural latina; buscó en la protohistoria y allí encontró materiales sobre los que construir la sólida estructura de su mito acarreador de la diferenciación racial, cultural e idiosincrásica del pueblo gallego, y toda una mitología poética simbólica, aunque fuertemente impregnada de nostalgia romántica. Alejado de toda objetividad, pasado y presente se confunden y se proyectan hacia el futuro como un mito perpetuo (irracional, inalterable), al que Pondal intenta dar verosimilitud histórica. Crea una realidad inmutable que considera sometida y esclavizada, y utiliza su poesía como bandera de rebelión política.
En esa búsqueda de unidad pasada y propia encuentra un lugar para los suevos, a los que abre un pequeño hueco en su universo celta[81]. Así se aprecia en un poema inédito hasta 1971, escrito probablemente en torno a 1891, y que lleva el significativo título de Da Raza[82]:
Nos somos alanos,
E celtas e suevos,
Mas non castellanos,
Nos somos gallegos.
Seredes Iberos,
Seredes do demo.
Nos somos dos celtas,
Nos somos gallegos.
Se son castellanos,
Se son dos iberos,
Se son dos alarbios
E mouros, e eso
Da súa