puntual renovada en la que sustentar sus afirmaciones. Por ejemplo, cuando Fernando Acuña Castroviejo, en el capítulo «Os suevos», incluido en una Historia de Galicia de carácter divulgativo, escribe: «O periodo suevico en Galicia deixou tras de si unha serie de supervivencias en moitos eidos: toponimia, dereito consuetudinario, etnografia, etc.»[26], está reproduciendo una serie de generalizaciones, esos tópicos historiográficos a los que antes nos hemos referido, aunque utilizadas ahora para una construcción de signo contrario. Estas aseveraciones maximalistas e indemostrables aparecían formuladas por Fermín Bouza-Brey en un artículo publicado en 1968 escrito con más entusiasmo que rigor científico[27]. Anotamos algunas de ellas, elementos susceptibles de ser estudiados o indagados pero que él construye, esencialmente, a partir de la intuición. Es el caso cuando afirma que «un primer resultado de la invasión sueva en el orden lingüístico es el haber contribuido con su ocupación territorial a originar la lengua gallego-portuguesa»[28], cuando resulta evidente a los estudiosos de la lengua que la presencia de palabras hipotéticamente suevas en el acervo léxico gallego o portugués es prácticamente nulo[29].
Más problemático resulta aún cuando, un poco más adelante, afirma que «las supervivencias antropológicas del pueblo suevo en los caracteres somáticos de los actuales habitantes del Noroeste peninsular es un estudio que está por hacer... [Sin embargo, parece] ser notoria la influencia nórdica en la población, conclusión a la que puede conducir en Galicia un examen del “hábito externo” de la población rural por la abundancia de pigmentación clara en los ojos y de cabellos rubios»[30]. Evidentemente es inútil rebatir tales argumentos, pero debemos recordar que en los cálculos más optimistas los suevos que llegaron a Galicia nunca superaron los 30.000/35.000, y fue hace mil quinientos años. Siguiendo a Leite de Vasconcelos, y especialmente a Manuel Murguía (volveremos sobre el significado concreto de este patriarca del galleguismo), Bouza-Brey atribuye a la influencia germánica cada norma consuetudinaria, resto etnográfico, uso público, creencia, superstición, rito matrimonial o rasgo tradicional que encuentra a su paso, llegando a escribir: «Y de ahí la tendencia gallega a la emigración que también Murguía señala en los gallegos como heredada de los germanos»[31]. En su percepción pansueva Fermín Bouza-Brey le hace a la cientificidad de la historia de la Galicia sueva tan flaco favor como la «desuevización» a la que antes hemos aludido. Tal hecho contrasta con los encomiables trabajos que el autor dedicó a la historia antigua de Galicia, y en concreto sus agudas percepciones sobre la producción numismática sueva.
¿Es posible que una entidad política de estas características no haya generado una producción bibliográfica concreta que valore el reino suevo en función de sus propias circunstancias y no de su hipotética falta de proyección o importancia posterior? ¿Es posible que no haya generado una producción no marcada por una utilización ideológica interesada y, a todas luces, desproporcionada? Ciertamente sí.
En la recopilación bibliográfica sistemática sobre la Hispania tardoantigua, llevada a cabo por el profesor Alberto Ferreiro[32], se recogen bajo el epígrafe «Suevos» más de 1.400 entradas (hasta 2006). Este elevado número debe, sin embargo, ser sometido a un análisis de contenidos que nos mostrará, de nuevo, la pobreza de la historiografía sobre el reino suevo. En primer lugar debo advertir que un porcentaje importante ha sido publicado en revistas de ámbito local con escasa difusión y difícil localización, escritas por eruditos locales y aficionados más que por historiadores.
Del total de estos títulos, más de la mitad están dedicados a Orosio y Martín de Braga (760 sobre 1.361). En cuanto al primero, la mayoría de las investigaciones disponibles no aportan prácticamente nada a nuestro estudio, salvo alguna precisión sobre el contexto peninsular en el momento de las invasiones del 409, de las que probablemente fue testigo directo. Hasta donde sabemos Orosio no conoció la realidad sueva de primera mano. En relación con Martín de Braga, la mayoría de los títulos se refieren a un análisis de sus obras o de las controversias teológicas en que se vio inmerso, en general al margen de la historia interna del reino suevo en el que vivió, o en el mejor de los casos de la sociedad que éstas reflejan, con especial atención al tratado De correctione rusticorum. La producción dedicada al estudio de este texto es amplísima; a partir de él se han estudiado las supervivencias paganas y supersticiosas de Gallaecia, normalmente considerando que el texto reproduce una situación absolutamente inmediata a Martín, sin tener en cuenta que algunos de sus elementos probablemente son pura erudición. Pero, aun aceptando que el texto reprodujese el ambiente religioso y creencial de la Gallaecia del siglo VI, su contenido nos pone en relación con prácticas ancestrales campesinas de un entorno sólo parcialmente cristianizado y su relación con los suevos y sus posibles prácticas religiosas es nula. Nuestro conocimiento sobre las creencias y la religiosidad que los suevos pudiesen tener antes de su asentamiento en la península Ibérica no pasa de algunas generalidades sobre los germanos procedentes de los textos clásicos (Cesar, Tácito o Ammiano Marcelino) y las fuentes hispanas no recogen nada sobre el particular.
En este sentido, los trabajos más interesantes en relación con Martín de Braga son sin duda los dedicados a la conversión de los suevos al catolicismo, donde se debe valorar en primer lugar su papel como misionero, incluso su condición de espía o embajador de la corte bizantina, interesada en ganar un aliado contra los visigodos en su retaguardia. Atendiendo a esta perspectiva, el carácter político de la conversión alcanza un interés tan grande como su faceta religiosa, lo que fue puesto de manifiesto por Thompson[33], Ferreiro[34] o Beltrán Torreira[35], entre otros. Sus trabajos han aclarado la confusión de las fuentes y la importancia de la conversión para la integración suevo-galaica, así como la creación de un sentimiento unitario en el reino. Estas valoraciones críticas no impiden que las dos conversiones suevas al catolicismo, la primera en el siglo V y la definitiva con Martín de Braga a mediados del VI, hayan sido tratadas en algunas ocasiones por la historiografía con un tono exaltado, a la vez que excesivamente laudatorio hacia sus protagonistas[36].
Sobre la obra misma de Martín y de las actas de los concilios de Braga se han construido la mayoría de las aportaciones incluidas en los apartados «Liturgia» y «Eclesiástica». Son trabajos, en el primer caso, exclusivamente teológicos y disciplinares, que no trascienden a los aspectos históricos; mientras, en el segundo, se insiste una y otra vez sobre problemas de índole jurisdiccional o administrativa, creando la imagen de que la historia eclesiástica de Gallaecia en los siglos VI y VII evolucionaba al margen de la historia social y, sobre todo, política[37]. Un lugar destacado merecen los estudios que Pierre David llevó a cabo, a mediados del siglo pasado, a partir de un texto excepcional conocido como Parrochiale Suevum o Divisio Theodemiri, aunque su interpretación del mismo como una mera lista de parroquias o iglesias limitó los estudios posteriores. Hoy día el documento debe abordarse desde otras perspectivas, especialmente como una muestra de la pluralidad habitacional y del complejo entramado de la administración pública del reino suevo, convirtiéndose así en el documento en torno al cual construir buena parte de la historia administrativa sueva en la etapa final del reino. El indudable papel desempeñado por la Iglesia de la Gallaecia sueva ha sido entendido también en un sentido extremo y se ha querido reivindicar «el influjo de los Concilios Bracarenses en el inicio de la idiosincrasia gallega»[38].
Debemos advertir aquí que, aunque el priscilianismo alcanzó su máximo desarrollo en los territorios