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E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020


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será mejor que conteste –sonrió Flynn–. Sí, estábamos hablando de Brant. Damien, Brant y yo crecimos juntos.

      Danielle había leído algo sobre Brant en los periódicos y sabía que, como Flynn, era millonario. Y Damien también parecía un hombre de éxito.

      –¿Aquí, en Darwin?

      –Sí, en la misma calle. Aunque la zona ahora es un poco más lujosa que cuando éramos pequeños. Entonces era poco más que un barrio de casuchas.

      –¿Sigues teniendo familia allí?

      –No, mis padres han muerto.

      –Ah, lo siento.

      –Fue hace mucho tiempo. Mi madre murió cuando yo era pequeño y a mi padre lo mató la bebida.

      –Lo siento.

      –Pero sobreviví –dijo Flynn, sin mirarla–. Y ahora, cuéntame tu historia.

      –Mis padres también han muerto. Los dos se ahogaron en la playa cuando yo tenía trece años.

      –Vaya, lo siento.

      –Vivíamos en un pueblecito de Queensland hasta que a mi madre se la llevó una ola y mi padre murió intentando salvarla.

      –A veces la vida es un asco –murmuró Flynn.

      –Sí, es verdad –asintió ella–. Cuando ocurrió pensé que jamás volvería a sonreír, que nunca podría ser feliz. Pero la vida sigue. Me vine a vivir con una tía mayor aquí en Darwin. Me trataba como a una hija, pero murió unos años después y yo decidí quedarme. No tenía ningún sitio al que volver.

      –Eras demasiado joven para vivir sola.

      –Pero sobreviví –dijo Danielle, repitiendo sus palabras.

      –¿Cuánto tiempo estuviste casada?

      –Tres años.

      –¿Y fuiste feliz con Robert?

      –No –contestó ella. Robert la había asfixiado. Por supuesto, él no lo entendería. Flynn pensaba que estaban hechos el uno para el otro.

      –¿No?

      –No. Bueno, supongo que eso no es del todo cierto. Durante el primer año, Robert y yo fuimos felices.

      –¿Y qué pasó después?

      Danielle dejó escapar un suspiro.

      –No lo sé. Estábamos enamorados y, de repente… el amor se acabó. Quizá si Robert y yo hubiéramos vivido solos habría sido diferente. Pero con Monica…

      –¿Monica vivía con vosotros? –preguntó Flynn, sorprendido.

      –Sí. Robert no quería dejarla sola y yo lo entendí. Su marido había muerto años antes y hasta que llegué yo solo tenía a su hijo.

      –Seguramente su marido no está muerto. Estará escondido en alguna parte.

      Danielle disimuló una sonrisa.

      –Sí, a veces yo he pensado lo mismo.

      Flynn la observó, interesado.

      –Pero por fin te has deshecho de ella. Supongo que no debió ser fácil con alguien como Monica.

      –No, no ha sido fácil.

      –¿Es por eso por lo que ser independiente es tan importante para ti?

      –Sí. Después de tener a alguien como Monica detrás de mi todo el día, agradezco mucho vivir sola.

      –¿Te da miedo?

      –Ya me lo preguntaste anoche y te dije que no.

      –¿Seguro que es la verdad?

      –¿Por qué lo preguntas?

      Flynn se encogió de hombros.

      –No, por nada. Bueno, háblame de tu trabajo.

      Danielle vaciló, confundida.

      –¿Qué quieres saber?

      –Ayer me dijiste que Monica pensaría que estabas en tu trabajo. ¿A qué te dedicas?

      –Trabajo en una boutique… bueno, solo cuatro días a la semana. Es de mi amiga Angie.

      –¿Llevas mucho tiempo?

      –El suficiente como para saber que no me gusta trabajar en una tienda –contestó Danielle–. Me gustaría ser diseñadora de interiores.

      Cuando el camarero les llevó la carta, una mujer empezó a tocar el piano en el escenario. Cenaron con la música de fondo, hablando en voz baja. Y eso la calmó un poco.

      –¿No tienes hambre?

      –Está muy rico, pero últimamente no tengo mucho apetito –contestó Danielle.

      –Entonces, tomarás algo de postre.

      –No, gracias.

      –Pero tienes que tomar algo especial por tu cumpleaños. ¿Qué tal un pastel de chocolate caliente?

      Danielle puso cara de asco.

      –No, por favor, chocolate no. Ayer a las tres de la mañana estaba tomando galletas de chocolate… no puedo ni pensar en eso ahora.

      –Deberías hacer otras cosas a las tres de la mañana –murmuró Flynn, levantándose–. Venga, baila conmigo.

      Varias parejas se habían animado a bailar, pero a Danielle se le puso el corazón en la garganta cuando Flynn la tomó entre sus brazos. Aun así, se dejó llevar sin protestar, disfrutando el momento. Olía tan bien, era tan agradable estar a su lado. La sujetaba con fuerza, como si no quisiera dejarla ir nunca.

      Bailaron despacio, pegados el uno al otro, Flynn con un brillo posesivo en los ojos que la excitaba y la turbaba al mismo tiempo.

      –¿Sabías que tus ojos se vuelven grises a veces?

      –¿Cuándo estoy enfadada?

      –Cuando algo te gusta. Cuando te apasionas.

      Danielle tragó saliva.

      –No deberías decir esas cosas.

      –Somos adultos. Podemos decir lo que queramos. Y hacer lo que queramos.

      El corazón de Danielle se aceleró. Había otra conversación subliminal además de la que mantenían… era así desde que se conocieron.

      –Yo… necesito un poco de aire fresco. Estoy un poco mareada.

      –Vamos a dar un paseo.

      –Sí.

      Danielle no lo miró mientras pagaba la cena, pero Flynn la tomó por la cintura para salir del restaurante hacia el parque del Bicentenario. Como si fueran una pareja normal.

      –¿Mejor? –preguntó él después.

      –Sí, gracias. Ahí dentro hacía mucho calor.

      Mientras paseaban, Danielle se obligó a sí misma a concentrarse en el parque. Pasaban a su lado parejas de diferentes edades, grupos de chicos y chicas… Desde el mar les llegaban las luces de los barcos.

      Y nada de aquello podía hacerla olvidar al hombre con el que estaba, ni el roce de su mano en la cintura.

      De repente, delante de ellos, Danielle vio una escena que la conmovió. Un hombre mayor estaba sentado en el suelo, llorando. Y un chico joven intentaba hacer que se levantase.

      –Vamos, papá. Tengo el coche aquí al lado.

      –No quiero irme a casa. Quiero quedarme aquí.

      –Papá, tienes que venir a casa. Mamá ya está harta de que hagas estas cosas. Ya no puede más.

      A Danielle se le encogió el corazón. Evidentemente, el hombre estaba borracho y quiso