boca. Y Danielle le ofreció sus labios como le ofrecía su cuerpo. Flynn lo tomó todo, besándola eróticamente, su lengua entrando y saliendo de su boca.
Y entonces sintió que se mareaba, que se ahogaba en su aroma, en la fuerza de sus envites. Nunca había sentido algo así. Nunca había sospechado que pudiera sentirlo.
Pero enseguida dejó de pensar y vivió el orgasmo más profundo de su vida, cada fibra de su cuerpo temblando por aquel hombre. Con aquel hombre.
Y no quería que terminase nunca.
Flynn permaneció dentro de ella unos segundos más, apoyándose en los brazos, mirando la radiante imagen que tenía debajo. Era tan suave, tan preciosa que no quería apartarse ni un centímetro.
Y, desde luego, no quería que otros hombres la conocieran así, pensó entonces. Era suya. Un hombre no podía hacerle el amor a una mujer como Danielle y no querer hacerla suya para siempre.
Pero estaba embarazada.
De otro hombre.
Y no había dudado en usar eso para atraparlo.
Justo entonces Danielle se movió ligeramente y Flynn decidió ignorar esos oscuros pensamientos. Había otras cosas en las que pensar cuando se estaba con una mujer tan sensual como aquella.
–¿Estás bien?
–De maravilla –contestó Danielle.
Flynn sintió la tentación de excitarla de nuevo, pero podía ver que estaba cansada. De modo que se tumbó de espaldas, apretándola contra su costado, la cabeza apoyada en la curva de su brazo.
–Flynn, estoy tan cansada…
–Duerme –dijo él.
Se quedó en silencio durante largo rato, pensando en la mujer que tenía entre sus brazos y en lo que significaba que se hubiera entregado a él. Si no supiera que era una embaucadora habría dicho que Danielle no se entregaba fácilmente. Habría dicho que tendría que importarle alguien de verdad para acostarse con él. Y, definitivamente, que para ella tendría que ser algo más que una simple atracción sexual.
Al contrario que para él.
Flynn tragó saliva y supo que estaba mintiéndose a sí mismo. Encontraba a Danielle increíblemente atractiva, pero también había empezado a gustarle en otros sentidos.
Pero eso era algo que no quería. Y con la misma determinación que lo había llevado de la pobreza a la riqueza, decidió poner a un lado sus emociones y concentrarse en lo que era importante. Y eso estaba allí, ahora.
Durante la noche la buscó y volvieron a hacer el amor. Y aquella vez fue él quien se quedó dormido en cuanto terminó.
Pero notó que Danielle se levantaba de la cama al amanecer. A la luz de la luna la vio entrar en el cuarto de baño, excitándose incluso antes de que cerrase la puerta.
Esperó su regreso, la cama se le hacía vacía y grande.
Cuando la puerta se abrió, vio que se había puesto la bata. ¿Creía que una delgada tela evitaría que la desease? ¿Que dejaría de necesitarla entre sus brazos?
Pero, en lugar de volver a la cama, en silencio ella abrió un cajón de la cómoda y sacó algo de ropa. Flynn sabía lo que iba a hacer. Iba a salir de la habitación para pasar la noche en otro sitio. Quizá en el sofá.
Pero él no lo permitiría.
–Vuelve a la cama, Danielle.
Sorprendida, ella volvió la cabeza.
–Pensé que estabas dormido.
Él se apoyó en un codo para mirarla.
–Pues te equivocabas.
–Solo iba a…
–Quítate esa bata y vuelve a la cama –dijo Flynn entonces, levantando la sábana.
Danielle dejó la ropa sobre la cómoda y se quitó la bata, dejándola resbalar por sus hombros y exponiendo su glorioso cuerpo desnudo. Luego se tumbó a su lado y Flynn la apretó contra su pecho. Su corazón latía con fuerza cuando ella enredó los dedos en el vello de su torso en una silenciosa invitación… y pronto estaba acariciándola hasta que ella le suplicó que la tomase de nuevo. Flynn no pudo negárselo, como no podía negárselo a sí mismo. Después, los dos se quedaron dormidos, uno en brazos del otro.
* * *
Flynn despertó con la cara de Danielle apretada contra su pecho. Y decidió que le gustaba despertar así, al lado de una mujer tan bella. De hecho, le gustaba la idea de tenerla en su cama todo el tiempo.
Danielle empezó a moverse entonces. La sábana no escondía sus pechos, que quedaron al descubierto cuando se movió, rozando su pierna con la suya, deslizando la mano por su estómago…
De repente, se detuvo y abrió los ojos, confusa. Flynn vio que se ponía colorada. Su reacción le dijo que no estaba acostumbrada a despertar en los brazos de un hombre. Y esa idea le gustó.
–Creo que… lo mejor es que te vayas, Flynn.
–Dijimos que sin lamentaciones, Danielle.
–No es eso. Es Monica. Si viene por aquí y te ve…
Flynn se dio cuenta entonces de que Danielle le tenía miedo a su suegra. No lo admitía, pero así era.
Y después de su «encuentro» con ella el día anterior no debería sorprenderlo. Aquella mujer no estaba en sus cabales.
Quizá estaba equivocado. Quizá Monica sería capaz de hacerle daño. Y si le hacía daño a ella o al niño nunca podría perdonárselo.
Entonces se le ocurrió algo, de repente.
–Cásate conmigo.
–¿Cómo?
–Quiero que te cases conmigo –repitió Flynn.
Danielle lo miraba con los ojos muy abiertos.
–No puedes… no puedes decirlo en serio.
–¿Por qué no?
–¿Primero me acusas de buscar un certificado de matrimonio y ahora quieres casarte conmigo?
–Cambiar de opinión no es solo prerrogativa de las mujeres, querida.
Cuanto más pensaba en la idea, más le gustaba. Le daba igual que Danielle no fuera la clase de mujer que él quería que fuese. Ser una buscavidas era un defecto terrible, pero lo pasaría por alto. Además, casándose con ella la tendría controlada. Y tenía que protegerla de Monica.
–Pero tú crees que soy una mentirosa, una estafadora. Me has acusado de intentar sacarte dinero… ¿por qué has cambiado de opinión de repente?
–Porque un acuerdo prematrimonial resolvería todo eso –contestó Flynn. Si Danielle sospechaba que lo hacía por Monica se negaría–. Ah, y quiero que pongas por escrito que me serás fiel.
–Vaya, gracias.
Flynn sonrió. Él tenía dinero suficiente para darle los lujos a los que ella estaba acostumbrada. Y si firmaba el acuerdo prematrimonial y la vigilaba como un halcón podrían ser felices, se dijo.
La alternativa era, de repente, impensable.
–Lo haces porque crees que es tu obligación, ¿no?
–Le he hecho el amor a muchas mujeres, pero no me he casado con ninguna –sonrió Flynn.
–Entonces es porque estoy embarazada.
–Te pediría que te casaras conmigo estuvieras embarazada o no.
Esa era la verdad. Embarazada o no, necesitaba protegerla a toda costa. Era eso, tenía que ser eso.
–No lo entiendo, Flynn.
–Ha llegado la