Varias Autoras

E-Pack Deseos Chicos Malos 2 - abril 2020


Скачать книгу

no seas tonto…

      –Es un alcohólico, Danielle. No puedes hacer nada por él.

      –Pero…

      –No le robes la dignidad a su hijo.

      El joven levantó la mirada y Danielle vio la desesperación y la vergüenza que sentía. Flynn tenía razón. No necesitaba público para aquella escena.

      Instintivamente, supo entonces que Flynn había pasado por eso mismo con su padre. Y eso explicaba mucho sobre él. Debía haberse sentido tan dolido, tan humillado… ningún niño debería pasar por eso.

      Volvieron al apartamento en completo silencio, sin decir una sola palabra mientras subían en el ascensor. Danielle se sorprendió a sí misma pensando que le gustaría abrazarlo, apoyar la cabeza en su pecho, consolarlo. Pero sabía que ese gesto no sería bienvenido.

      Flynn Donovan era un hombre que aguantaba la vida solo, fueran cuales fueran las circunstancias.

      –Flynn, sobre lo que ha pasado antes…

      –Olvídalo.

      –Quiero que sepas que lo entiendo.

      –Me alegro.

      –Gracias por la cena. Ha sido muy agradable.

      –No tan agradable como tú –murmuró él, mirando sus labios.

      Danielle sabía lo que quería. Sabía que toda la noche había sido un preparativo para aquel momento.

      –Flynn, no…

      –¿No?

      –No quiero que me hagas el amor.

      –¿Porque estás embarazada?

      –No. Es que…

      –Te deseo más de lo que había deseado nunca a una mujer –la interrumpió él, acariciando sus labios con un dedo–. Estar contigo esta noche, tenerte entre mis brazos… esa idea me está volviendo loco.

      –Hay cosas que… no se pueden tener. Yo soy una de ellas.

      –Dime que no me deseas –la retó Flynn–. Dame una razón para que me marche y me iré.

      A Danielle empezaron a temblarle las piernas.

      –No puedo…

      –Te quiero en mis brazos esta noche, Danielle. Pero no quiero lamentaciones después.

      Ella sabía lo que iba a hacer. Y también sabía que no debía hacerlo. Pero no podía negarse cuando lo deseaba con todas sus fuerzas. Lo único que lamentaría era no haber hecho el amor con él.

      –Sin lamentaciones, Flynn –murmuró–. Esta noche, no.

      Al día siguiente sería otro día.

      Le temblaban las rodillas mientras entraba en su dormitorio, con Flynn detrás. No tenía duda de que aquello era lo que quería hacer y, sin embargo, tenía miedo.

      De sí misma.

      De Flynn.

      De la atracción sexual que había entre ellos.

      –Mírame –murmuró él, tomando su cara entre las manos para asegurarse de que podía ver el brillo masculino de sus ojos. El brillo que decía que era todo hombre, todo posesión. Que la deseaba. Que la tendría.

      –Flynn, yo creo… –Danielle no terminó la frase porque no sabía muy bien qué quería decir.

      –No pienses. Deja que te acaricie, siente mis caricias…

      El roce de sus manos era tan excitante que Danielle cerró los ojos. Flynn la acariciaba por encima de la tela del vestido, pero era como si no llevase nada.

      –Ahora, ven a mí.

      Ella fue por propia voluntad, más que preparada para el beso, pero no tanto para la pasión que había en él. Durante unos segundos, la lengua de Flynn acarició la suya como la brocha de un pintor la tela, cada roce añadiendo una nueva capa de sensaciones. Danielle dejó escapar un gemido mientras disfrutaba de su sabor, una mezcla de whisky y algo que no podía ser más que Flynn.

      –Eres tan preciosa –murmuró, haciéndola temblar, haciendo que su corazón se acelerase, haciendo que se preguntara cómo podía haber existido antes de conocerlo–. Quiero verte toda –dijo entonces, quitándole la chaqueta, el vestido y las medias después, dejándola con unas braguitas y un sujetador de encaje negro.

      De repente, Danielle sintió vergüenza.

      –Flynn, yo no… –murmuró, mientras intentaba en vano cubrirse.

      –No tienes que esconderme nada. Estamos solos tú y yo. No hay nadie más.

      Ella sabía lo que estaba diciendo: que el resto del mundo, incluido su hijo, tendrían que esperar por el momento.

      –Entiendo.

      Flynn desabrochó su sujetador y lo tiró al suelo junto al resto de la ropa. Luego empezó a acariciar sus pechos con unas manos grandes, firmes, cálidas. Inclinó la cabeza y empezó a chupar primero un pezón, luego el otro, haciéndola suspirar, haciéndola arder de deseo. Danielle enredó los dedos en su pelo y la atrajo hacia ella.

      –No es suficiente –murmuró, deseando tocarlo por todas partes, deseando tocar su piel desnuda.

      Antes de que pudiera decir nada más, Flynn se quitó la chaqueta y la camisa. Luego llegó a la cremallera del pantalón y Danielle dejó escapar un gemido cuando se lo quitó todo de golpe.

      Era magnífico, increíblemente masculino. Tenía el torso cubierto de un fino vello oscuro que llegaba hasta… la prueba irrefutable de que la deseaba.

      Con el corazón latiendo violentamente, Danielle vaciló.

      –Eres tan hermoso –susurró, alargando la mano para sujetar su miembro como una amante. Observó con satisfacción que Flynn apretaba los dientes mientras lo conocía íntimamente, oyendo sus jadeos cuando trazó con el pulgar la aterciopelada longitud…

      –Ya está bien. Quiero darte placer a ti –gruñó Flynn, apartando sus manos y poniéndolas sobre su torso.

      Sus ojos se oscurecieron con un deseo primitivo mientras la acariciaba íntimamente, el fino encaje de sus braguitas la última barrera entre los dos.

      La boca del hombre, hambrienta, cubrió la suya y Danielle le devolvió el beso hasta que sintió que la habitación empezaba a dar vueltas; hasta que, de repente, estaba sobre la cama.

      Y luego sus labios empezaron a hacer un camino desde sus pechos hasta su estómago… y hasta donde se derretía por él. Él susurraba palabras de pasión mientras le quitaba las braguitas, lamiendo un camino hacia arriba hasta el interior de sus muslos antes de besarla íntimamente. Ella gimió mientras Flynn la marcaba con su boca.

      Luego, cuando la acarició con la lengua, tuvo que agarrarse a la cama. Él aumentó el ritmo y lo mismo hizo el pulso de Danielle. Jamás se había sentido más viva.

      Y quería más.

      Más de él.

      Más de todo.

      Pero antes de que pudiera estallar de placer, Flynn se colocó entre sus muslos, sujetándose con los brazos a ambos lados de la cama para no aplastarla con su peso.

      La miraba con los ojos brillantes de deseo.

      –¿Estás segura? –le preguntó, esperando.

      –Sí –contestó ella, sabiendo que era un hombre que no esperaba, que no preguntaba y que, sin embargo, con ella estaba haciendo un esfuerzo–. Estoy segura.

      Dejando escapar un gemido ronco, Flynn apartó más sus piernas con los muslos. La penetró despacio, con cuidado, sin dejar de mirarla a los ojos. Esos ojos la