propietario insiste en que te marches lo antes posible. Lo lamenta mucho, pero…
–Pero yo no recuerdo ninguna cláusula sobre eso.
–Está en el contrato, Danielle. Yo no te dije nada porque no sabía que estuvieras embarazada.
Danielle apretó los labios.
–Tardé mucho tiempo en encontrar un sitio que me gustase y ahora tengo que ponerme a buscar otra vez.
–No te disgustes –intentó consolarla Ben–. Yo te ayudaré. Tengo un par de sitios en mente no lejos del ático. Te gustarán, te lo prometo.
La idea de volver a mudarse la llenaba de horror. ¿Y si no encontraba nada que le gustase? ¿Y si no podía pagar otro apartamento? Entonces tendría que volver con Monica.
–¿Te encuentras bien?
–Sí, sí… ya se me pasará –contestó Danielle.
–¿Quieres que te llame mañana? A lo mejor para entonces ya he encontrado algo.
–Sí, Ben. Como quieras.
–Lo siento mucho, Danielle.
–Sí, lo sé. Ben… ¿podrías decirme quién se ha quejado? Porque alguien tiene que haberos avisado de que estoy embarazada.
–No lo sé. El propietario llamó a mi jefe y él me lo dijo.
–Ya, claro.
Cuando Ben salió de la boutique, Danielle se dejó caer sobre una silla. ¿Quién podía haber dado el chivatazo? Apenas se hablaba con nadie en el edificio y era imposible que hubieran notado el embarazo…
¡Flynn! ¿Podría haber sido Flynn? ¿Podría caer tan bajo para obligarla a casarse con él?
De repente todo tenía sentido. Solo podía ser él.
¿Cómo podía hacerle eso? Se habían acostado juntos una noche y, de repente, quería dirigir su vida. Como Robert.
Pues Flynn Donovan iba a llevarse una sorpresa. Y no iba a gustarle nada.
Pero cuando llegó a su oficina su secretaria le dijo que había ido a casa a buscar la maleta porque se iba a París por la tarde.
Danielle tragó saliva. Estaba a punto de perder su casa y el instigador se iba de la ciudad.
–Voy a darle su dirección –sonrió la secretaria–. No creo que le importe.
No iba a gustarle nada, pero no pensaba decírselo. Aunque esperaba que la pobre mujer no se metiera en un lío por su culpa.
–Es usted muy amable.
–Me alegro de poder ayudar –sonrió ella–. Pero será mejor que se dé prisa.
Diez minutos después, paraba el coche frente a una de las casas del paseo marítimo. Y allí estaba el Mercedes de Flynn. Danielle miró la casa de dos pisos con sus ventanales frente al mar… La gente que vivía allí nunca tenía que preocuparse por nada. Nunca se quedaba en la calle.
Al contrario que ella.
Estaba subiendo los escalones de la entrada cuando la puerta se abrió y Flynn salió con una pareja mayor. Por un momento se quedó desconcertada, pero se recuperó enseguida.
–¡Ahí estás, cobarde!
Decir que Flynn se había quedado sorprendido era decir poco, pero intentó disimular.
¿Qué estaba haciendo Danielle allí? ¿Y por qué estaba tan furiosa?
–Hola. ¿Quieres entrar?
–Ah, claro, sé amable. Que tus empleados no sepan qué clase de hombre eres.
–Pero…
–¡Estoy embarazada y a Flynn Donovan no le importa que tenga a mi hijo en la calle!
–Danielle, por favor. No sé cuál es tu problema, pero sugiero que lo hablemos en privado –dijo Flynn entonces, tomándola del brazo para llevarla a su estudio–. ¿Se puede saber qué te pasa?
–No finjas que no lo sabes.
–Es que no lo sé. No sé de qué estás hablando.
–¿No has llamado al propietario de mi edificio para decirle que estoy embarazada?
–¿Qué?
–Debes haberte enterado de que no admitían niños en el edificio. ¡Y ahora no tengo dónde vivir!
–¿Tú crees que yo haría eso?
–¿Por qué no? Haces cosas peores.
–¿Incluso después de lo de anoche?
–¡Especialmente después de lo de anoche!
–Lo siento, pero no veo la conexión.
–Tú eres el único que puede haber avisado al propietario del ático. Me has dejado en la calle para que tenga que casarme contigo, ¿vas a negarlo?
Flynn hizo una mueca. ¿Era aquella la misma mujer con la que había hecho el amor por la noche? ¿La misma mujer que le había suplicado que le hiciera el amor?
–Danielle, te doy mi palabra de que yo no tengo nada que ver con eso.
Pero sabía quién era el responsable.
Monica.
Afortunadamente, había puesto a alguien vigilándola, una mujer discreta y profesional que cuidaría de Danielle hasta que él volviese de París.
–¿Cómo voy a creerte?
–En lo que respecta a los negocios, mi palabra es más que suficiente.
–Esto no es un negocio, es algo personal –protestó Danielle. Pero en cuanto lo dijo se puso colorada.
–Sí, muy personal –sonrió Flynn, encantado con su reacción.
–Sabes que no me refería a eso.
–No puedo evitar que pienses mal de mí, pero hacer que dejen a alguien en la calle no es mi estilo.
Danielle lo miró fijamente, como si quisiera leer la verdad en sus ojos.
–¿Por qué te creo?
–Porque sabes que es la verdad –suspiró Flynn, tirando de ella, apretándola contra su entrepierna para que sintiera lo que le hacía.
–No –murmuró Danielle, apartándose.
–Es una batalla perdida.
–No va a haber ninguna batalla, Flynn –contestó ella, sabiendo que se refería a otra cosa–. Tengo que irme del ático, no hay nada que hacer.
–La persona que te alquiló el apartamento debería haberte informado sobre esa cláusula. ¿Es amigo tuyo?
–Era amigo de mi marido.
–Ah, ya.
–Ben no sabía nada sobre el niño. Me buscó el ático porque… no sé, creo que le daba pena que tuviera que vivir con Monica.
Flynn sospechaba que estaba diciendo la verdad. Claro que era un hombre. Y cualquier hombre querría llevarse a Danielle a la cama.
Y estaba claro que a ella ni siquiera se le había ocurrido sospechar de su suegra. Monica estaba siendo tan vengativa por su culpa. La había enfurecido y ahora se vengaba con Danielle.
Aunque cualquier intento de recuperar a Danielle haría que esta saliera corriendo. Hacia él.
Ah, aquello podía acabar mejor de lo que había pensado.
–Bueno, ¿qué más da? El daño ya está hecho. Ben me ha dicho que a lo mejor encuentra otro apartamento…
Flynn apretó los labios. Aquel Ben le parecía demasiado servicial.
–Podrías