que, como nos ocurre en la vida diaria, no siempre son demostrables con inmediatez, aunque a los ojos del historiador abren un camino para la prosecución de la investigación. Y luego discute en otro capítulo una serie de biografías e incluso hagiografías de San Juan de la Cruz que valora pertinentemente en orden al propio trabajo histórico que el autor se ha planteado de nuevo, como queda dicho: volver a la investigación y al discurso sobre los orígenes familiares pero ahora estudiando también los lugares sanjuanistas. Pongamos por caso Yepes, que se ha supuesto siempre que fue pueblo de sus ancestros pero de manera más o menos oscura, y Fontiveros, su pueblo natal y todo el ámbito de la Moraña abulense, sin descuidar otros datos sobre otros lugares como el Colegio de Medina del Campo, por ejemplo. Y siempre, privilegiando la específica atención a las relaciones familiares hasta ahora no conocidas ni intuidas, y que sitúan esa figura de Juan de la Cruz, tanto en el ámbito originario del judaísmo como en el ámbito nobiliario de aquella sociedad cristiana. Lo que contraría, sin duda, la visión ya asentada entre los biógrafos modernos de un Juan de la Cruz como perteneciendo a la capa social más extremadamente baja y pobre, quizás con la sola excepción de Henri de Chandebois, que habla de “una familia toledana de pretensiones nobiliarias, acaso justificadas”. Lo que se retoma documentalmente en este libro, y supondría, entonces, que el padre del místico castellano, y con él su familia, se ha desclasado no por el matrimonio con Catalina, a la que por las razones que sean –y que nos siguen siendo desconocidas– se opone la familia del padre, sino por razones económico-políticas que el autor de este estudio supone que podrían tener que ver con una participación de Gonzalo de Yepes, padre de San Juan de la Cruz, en la guerra de las Comunidades y la consecuencia luego de la consiguiente represión en su eventual hacienda y status social.
Dejando aparte, en fin, todos estos asuntos, que naturalmente son el objeto mismo del libro y donde está su razón de ser, lo que el lector agradecerá como un “plus” de esta escritura es que le acerca un mucho más a la personalidad de San Juan de la Cruz y a la curiosidad y hasta a la preocupación por los suyos y su aventura, en su tiempo. A comenzar por las muy primordiales preocupaciones y dramas en torno a la casta, hasta los logros de la integración total en el universo social de la cristiandad española, en el que el descendiente de conversos resulta altamente emparentado, y en el plano de lo religioso está en la base de la Reforma de la cristiandad católica que, cuando llega a Holanda o a Francia fue profundamente acogida, hasta por la admirada amistad de las monjas de Port- Royal de manera muy significativa y especial, y se extendió rápidamente. Y mucho le complacería, de seguro, a Lucien Goldman poner en paralelo la pérdida de poder de la “noblesse de robe” o de la gran burguesía letrada y parlamentaria a la que pertenecía la mayor parte de las monjas y de los “messieurs” de Port-Royal, con el descenso del poder económico de los conversos castellanos cuyos hijos e hijas –antes y clandestinamente después del “Estatuto de limpieza” de sangre para ese ingreso– pueblan también las filas del clero secular y sobre todo regular, y de las carmelitas descalzas muy especialmente. Sin que esta evocación del precioso estudio de Goldman, “Le Dieu caché”, signifique adoptar para explicar totalmente este fenómeno el punto de vista de su autor, pero sí la admiración por su finura al detectarlo, y seguramente el replanteamiento del asunto desde el lado de acá de los Pirineos.
Este libro de Gómez-Menor, decía, es la cuenta y razón de su último cerco al enigma de los Yepes y los Álvarez, ascendientes de Juan de la Cruz, y ya se dice desde el principio que el gran problema para la investigación de este asunto está en la ausencia de documentos, aunque aquí, en este libro, ya hay algunos nuevos y en algunos momentos se señala por dónde se podría ir para cercar más el enigma, sean cuales sean las dificultades. Y, mientras tanto, el gozo es para el lector a quien no puede menos que encandilar la revivencia de tanta vida y el conocimiento de aquella hora española realmente central en nuestra historia, que también ha arrastrado y seguirá arrastrando el interés de la más alta cultura europea.
Este mi pequeño atrio al libro de don José Gómez-Menor –un mero deseo del autor fundado en su amistad y cortesía únicamente– sólo quiere ser, por un lado, mi homenaje y agradecimiento al historiador y al amigo, y, por el otro, la invitación al eventual lector a revivir un tiempo y retomar la conversación interior con unos hombres que nos han dado lo mejor del saber, del entender, y de la humanidad de nosotros mismos.
José JIMÉNEZ LOZANO
Nota previa
El hombre sabe mucho más
de lo que comprende.
Alfred Adler
Este libro se dedica a revisar la figura de San Juan de la Cruz desde una perspectiva que se puede considerar nueva: la de buscar datos sobre su origen familiar. El fin que ha orientado esta investigación ha sido indagar en las raíces de la familia Yepes y su entorno histórico. Para ello es preciso adentrarse en la historia del reino de Castilla en los siglos XIV y XV.
Hace ya más de treinta años pude advertir el peso o la importancia que tenía la minoría hebrea en el Toledo de la Baja Edad Media, convirtiéndola en una ciudad judeocristiana. En la judería de la villa toledana de Yepes descubrí las huellas del clan Abzaradiel, una familia amplísima y con algunas ramas distinguidas. Una de estas ramas tenía su hogar en Yepes en el siglo XIV, estaba al servicio del arzobispo primado don Pedro Tenorio y administraba las fincas del poderoso Cabildo catedralicio de Toledo.
Por entonces Torrijos era una villa de señorío eclesiástico, en concreto, del Cabildo toledano. En el Archivo de Obra y Fábrica de la Catedral toledana hay constancia documental de la conversión (seguramente forzada) de don Çag Abzaradiel, “judío de Torrijos”, que administraba grandes viñas que habían sido de su propiedad y que, después, había vendido a cierto deán de la Catedral toledana después del fatídico 1391, año en el que se produjo la terrible persecución de los judíos promovida por el Arcediano de Écija. Tras su bautismo pasó a llamarse Juan Fernández Abzaradiel[1], pues, después de la conversión, era común que tras su nombre de pila se añadiera un apellido cristiano, aun conservando su apellido judío. Pero pronto lo abandonan y lo sustituyen por el gentilicio de su procedencia geográfica, que en este caso es Yepes.
A la luz de muchos indicios y de algunos datos documentales que he hallado, pienso que este es el origen de la familia Yepes que vivía en Torrijos. Más en concreto, se trataría de una línea familiar donde se suceden hasta cuatro consanguíneos llamados Gonzalo de Yepes. Considero que el Gonzalo de Yepes III de esa línea familiar es el padre de Juan de Yepes Álvarez, que nació en Fontiveros hacia 1541 y que más tarde sería el célebre carmelita descalzo fray Juan de la Cruz. Este es el tema principal que se aborda y se desarrolla en este libro.
Hemos de aceptar la realidad histórica tal como es, nos agrade o nos disguste. La trama social del reino de Castilla en el siglo XV, y en particular en el reinado de los Reyes Católicos (1474-1504), está llena, por un lado, de hechos gloriosos y, de otro, de lacras producidas por el fanatismo de la época, por las guerras, por la pobreza y el hambre. También por las ocasiones en las que aflora la perversidad de algunas personas que viven entre la multitud, ya sean poderosos señores feudales o meros vecinos, en aquellos pueblos adoctrinados por muchos pastores y regidos con mano de hierro por los servidores de la Justicia, de la que es guardián el Rey nuestro Señor.
Esta variadísima realidad de situaciones y conductas que despiertan nuestro interés e incluso nuestra admiración –con el contraste de lamentables debilidades, odios profundos y pasiones desatadas– se cumple también en el caso concreto de la vida de san Juan de la Cruz. En efecto, la excelsa personalidad del fraile carmelita se ve rodeada de hombres vulgares, de parientes inmisericordes, de frailes mundanos, de superiores engreídos y soberbios, uncidos a las conveniencias materiales y a la falsa prudencia del mundo.
Uno de los aspectos que toma un especial protagonismo en la España de los Reyes Católicos, y se mantendrá vigente durante muchas generaciones, es el de la honra que viene a través del linaje familiar. Uno de los escritores más clarividentes de la época de la Reina Isabel I, el secretario real Fernando del Pulgar, cronista de los mismos Reyes desde 1481, escribe una obra llena de