Como escribe Paloma Pérez-Ilzarbe, “el conocimiento científico no se alcanza al demostrar verdades a partir de principios, sino que se va construyendo al formular y seleccionar hipótesis acerca de lo desconocido, con las que poder explicar lo conocido. Las hipótesis no son ya verdades básicas que sirven de sustento, sino conjeturas que se lanzan y que esperan aceptación”[14].
Esta tarea de plantear hipótesis no resulta extraña al trabajo del historiador, en el sentido de que muchas veces tiene un conocimiento de los hechos de forma provisional y revisable. Desde luego que no se trata de presentar hipótesis sin ton ni son, sino ofrecer posibles explicaciones o datos que tienen una apoyatura en otros datos (colaterales) y que sirven de fundamento para presentar aquellas. Es por eso por lo que lo relevante, a nuestro juicio, es presentar buenas hipótesis, razonables y verosímiles, con la mirada puesta en que algún día puedan ser confirmadas. Y así ocurre con frecuencia[15].
Pues bien, estas ideas acerca de la historia son las que han guiado nuestra tarea investigadora en relación con el tema del que nos ocupamos en este libro: el estudio de las raíces familiares de san Juan de la Cruz, del que se dispone de pocos datos. Las dificultades no vienen sólo por el hecho de que apenas se conserven documentos sino que, además, parece que hubo un esfuerzo por impedir su conservación (pues no hay que olvidar que se trata de un fraile que fue perseguido en el seno de su propia Orden) y también hay que contar con una tendencia que terminó por tergiversar sus obras y su vida con vistas al proceso de beatificación que echó a andar poco después de su muerte[16].
En este caso concreto el historiador se adentra en una zona paisajística de gran espesura, donde es posible encontrar alguna firmeza bien poniendo de relieve las interpretaciones que son, probablemente, fruto del error (que lamentablemente han sido reproducidas, de forma acrítica, en diferentes estudios) y, por otro, a través de la presentación de hipótesis fundadas, pues detrás de ellas no se encuentra sólo el pálpito del instinto o la corazonada, sino muchos años de trabajo en los archivos, como sucede en este caso.
Al hilo de las posibles tergiversaciones a las que se ha aludido antes, ciertamente la época barroca del siglo XVII en la que se inserta la hagiografía del Santo de Fontiveros presenta sus peculiaridades; en concreto, el ornato exagerado y los adornos postizos. El modelo histórico de la hagiografía debe poner siempre el acento en los milagros y en la presunta perfección de vida del personaje con vistas a incentivar su imitación y veneración y, en último término, para facilitar su reconocimiento canónico o eclesiástico.
Por eso mismo algunos autores han destacado que existe un modelo de santidad en la mentalidad de la época, al que se ajusta de forma inexcusable fray Juan de la Cruz, y que este elemento supone poner en tela de juicio muchos de los documentos y opiniones sobre el Doctor Místico. Pensamos que la teoría de las mentalidades, en el análisis histórico que pretende encajar a los personajes en las condiciones objetivas de una época, es una labor que presenta sus ventajas (la relevancia del contexto), pero también tiene sus peligros. Y el problema fundamental consiste en que realiza una visión colectivista y uniformadora que puede conducir a eclipsar el mérito de la individualidad, que no sólo puede seguir la mentalidad dominante, sino salirse de ella e incluso oponerse (como le ocurriría a fray Juan de la Cruz, que no sólo no sigue siempre el ambiente conventual de su época sino que intenta cambiar o reformar dicho ambiente). Por decirlo con otras palabras: la historia de las mentalidades puede hacer que la personalidad del individuo se ahogue o pase desapercibida al conceder excesivo peso a la visión de un concepto difícil de definir, como es el de la mentalidad subyacente de una época expresada en algunas condiciones objetivas del momento. Es complicado precisar estas mentalidades (quizá sea mejor hablar en plural), que dependen en gran parte de la vida y circunstancias de clases sociales y de grupos ideológicos y de poder de esa época, y cómo son percibidas por los demás. En el fondo, este debate exige acudir a una especie de psicología colectiva. Pero ¿cómo explicar en este caso, como afirma Vovelle, la posible contradicción entre la ideología y las mentalidades?[17]
Por ejemplo, esto sucede con la idea de que no se deben creer muchos de los datos que poseemos sobre fray Juan porque responden a un modelo de santidad dominante. ¿Es que es posible establecer un modelo unitario de santidad que dé cobijo a figuras tan venerables, y que se pretendieron canonizar en la misma época, como Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Pascual Bailón, Miguel de los Santos, Isidro Labrador, Francisco Javier, Francisco de Borja y Juan de la Cruz? ¿Cabe formular un modelo de santidad en el que encajen todos? Pensamos que el riesgo de formular generalizaciones es que corta a todos por el mismo patrón, impide o anula la individualidad que caracteriza a cada uno.
Por todo ello pensamos que la biografía de san Juan de la Cruz, en la que se entremezclan criterios históricos con literarios, teológicos y psicológicos, sigue siendo una asignatura pendiente para muchos historiadores. Basta pensar en los poquísimos datos que se conocen sobre su padre y su madre e, incluso, las diferentes interpretaciones que se ofrecen sobre la fecha de su nacimiento. ¿Es posible avanzar en este terreno? Sí, pero no queda otra manera de avanzar (si es que queremos progresar) que yendo a veces de la mano de hipótesis, salvo que optemos por la postura del silencio, que nos condena a repetir lo que ya es sabido por todos.
Por eso la vida de San Juan de la Cruz es apasionante, porque todavía tiene una biografía abierta o inexplorada para esa búsqueda de los hechos o los datos en la que se afana, con tanta insistencia, el historiador.
[5]Ortega insiste en que el hombre es al mismo tiempo historia y naturaleza, Carta a un alemán: pidiendo un Goethe desde dentro, Biblioteca Nueva, Madrid, 2004. Vid. F. Llano y A. Castro, Meditaciones sobre Ortega y Gasset, Tébar, Madrid, 2005.
[6]Como escribe E. Moya, "la Naturaleza es la totalidad de las conexiones causales externas, encontradas y confirmadas empíricamente. La esfera del espíritu, la cultura, no es de este tipo; sigue motivos definidos: es una trama de vivencias, sentimientos, propósitos. No es, por tanto, una secuencia de hechos regulares, muertos, externos, sino que es un todo cuyos elementos muestran conexiones internas. Sólo es posible, por ello, una comprensión que se origine en las vivencias propias del historiador y que se continúe en una elucidación de las vivencias expresadas". Voz "Dilthey", J. Muñoz (dir.), Diccionario de Filosofía, Espasa, Madrid, 2003, p. 172.
[7]En el ámbito de la lingüística es habitual contraponer el esencialismo, que sostiene que las palabras captarían la esencia de aquello que designan, frente al convencionalismo, que insiste en que las palabras tienen un significado convencional, que depende del uso de unas reglas que se manejan en una comunidad de hablantes.
[8]Uno de los principales errores del marxismo es su visión fatalista de la historia en cuanto considera que la historia conduce, necesariamente, a la sociedad comunista. Y si la historia desemboca en ese modelo político donde el hombre podrá ser feliz pues lo mejor es anticiparlo cuando antes, a través de la revolución. En su encíclica Spe Salvi Benedicto XVI afirma que el error de Marx consiste en que "ha olvidado que el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo: en efecto, el hombre no es sólo el producto de condiciones económicas y no es posible curarlo sólo desde fuera, creando condiciones económicas favorables", 20.
El politólogo F. Fukuyama afirma que la historia ha terminado, en el sentido de que ya no es posible esperar un sistema político que mejore el que ofrece la democracia liberal, Vid. F. Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre, trad. P. Elías, Planeta,