de no tener la aprobación de su Orden, lo que se interpretó como una desobediencia grave a sus superiores carmelitas.
Así es. Esta obra de Francisco (su nombre de pila verdadero) Quiroga, que disfrutó poco más de año y medio del cargo de un beneficio de racionero en el Cabildo Catedral de Toledo (era sobrino de don Gaspar de Quiroga, durante muchos años canónigo del cabildo catedral de Toledo y en los últimos años de su vida arzobispo de Toledo[23], cardenal e Inquisidor general)[24]; se publicó sin la aprobación de sus superiores. Los censores hispanos denunciaban algunos juicios u opiniones (sobre aspectos teológicos y otros de carácter conventual) que no compartían. Por eso fue castigado severamente (le prohibieron escribir) y desterrado a un convento recién fundado en Cuenca, donde falleció poco después, el 13 de diciembre de 1628.
Realmente el libro tiene mínimo valor historiográfico porque presenta muchas deficiencias. El padre Jerónimo de San José criticó esta obra con las siguientes palabras: “Dictio eius facilis, stilus mediocris, ordo suboscurus, rerum delectus, examen ac iudicium (sed quod historici aiunt, crisis) haud omnino exacta…” Y añade: “At non ideo omnia ibi contemnenda. Nec quia dissidia alique inter olim admissa refert, ideo damnandus…”[25] No pudo decirlo mejor.
Quizá un episodio destacable sea la narración en la que cuenta cómo era la celda en la que el santo de Fontiveros estuvo recluído ocho meses y medio en el convento Nuestra Señora del Carmen de Toledo[26]. Más que poner el acento en los datos históricos concretos se fija, y este quizá sea el aspecto más positivo, en la doctrina y en los milagros de fray Juan.
3. Una biografía oficial: Jerónimo de San José (Ezquerra), Historia del Venerable padre fray Juan de la Cruz (1641).
Se trata de una obra con un bien granado estilo literario, inserta plenamente en un contexto barroco, como se aprecia en la lucha contra Satán y en la exaltación del aspecto milagroso del santo carmelita. Pero esto es compatible con la exigencia metodológica del historiador, que compagina con la reflexión propia del filósofo. Para decirlo de otro modo: el hagiógrafo (que intenta demostrar las virtudes heroicas del personaje que estudia) no engulle al historiador, que en este caso particular ha teorizado y escrito, además, sobre el papel de la historia[27].
Jerónimo Ezquerra de Rozas (así se llamaba) fue nombrado en 1626 cronista general de la Orden. Por eso esta obra se inserta en un contexto mucho más amplio: el de escribir una Historia general de la Reforma carmelitana, que finalmente no llegó a terminar (publicó una Historia del Carmen descalzo en 1637). Pero, eso sí, este objetivo le llevó a visitar muchos conventos en busca de datos e información, de modo que pudo manejar una amplia documentación.
El estilo refleja que el autor tenía, en verdad, una auténtica vocación de escritor, como lo demuestra su enorme producción literaria, pues escribió muchos libros de temática variada (teológicos, canónicos, obras preceptivas, poemas[28], etc.)[29]
El padre Crisógono de Jesús considera con razón que este libro “ha sido hasta el siglo XX la mejor biografía, tanto por la abundancia de información como por el clásico estilo del autor” [30].
4. Una biografía inédita y publicada tardíamente: Alonso de la Madre de Dios (Asturicense[31]), Vida, virtudes y milagros del santo padre fray Juan de la Cruz (1629-30).
El padre Alonso de la Madre de Dios conoció personalmente a Juan de la Cruz, cierto día que el Santo estuvo de paso en el convento de Segovia, donde fray Alonso hacía su noviciado. Fue parte destacada en los procesos para la beatificación de Juan de la Cruz como postulador entre 1614 y 1618.
Sin embargo su libro no fue publicado. Pero su trabajo fue empleado por otros biógrafos (estaba en el Archivo General de la Orden en 1635 y tras la exclaustración pasó el manuscrito autógrafo a los fondos de la Biblioteca Nacional de Madrid). Posiblemente no fue publicado porque se considerase un borrador (en el texto hay tachones, correcciones y espacios en blanco) que debería ser perfeccionado más tarde. Precisamente por esta razón, por no haber sido escrita con vistas a su publicación, Teófanes Egido considera que resulta una biografía útil, menos elaborada y más espontánea[32]. El padre Alonso de la Madre de Dios (cuyo nombre era Alonso Martínez Fernández, hijo de Alonso e Inés) murió en Segovia el 28 de agosto de 1635 y fue enterrado en la iglesia de san Juan de la Cruz en Alba de Tormes, que pertenece a la diócesis de Salamanca.
Maneja un material histórico abundante y de primera mano. Para el padre Fortunato Antolín es “la más fácil de leer de las biografías primitivas”[33]. Éste autor insiste en que la valía de este libro queda confirmada por el hecho de que presenta “datos aún desconocidos, es un testimonio de máximo valor por el autor, conocedor personal del Santo y, por añadidura, procurador de la mayor parte de los Procesos ante los Ordinarios, y es bien sabido que tenía a su disposición no sólo el texto procesal, sino también el contacto inmediato con los testigos de quienes pudo saber detalles tal vez no incluidos en las declaraciones. Además, no hay que olvidarlo, fue testigo presencial de “milagros” sanjuanistas y de hechos relacionados con el culto del Santo”[34].
Pero lo cierto es que esta biografía, extensa y difusa, resulta más pesada de leer que la biografía de Francisco de Yepes y, además, en gran parte es irrelevante.
5. La primera biografía moderna: Jean Baruzi, Saint Jean de la Croix et le problème de l ‘experiénce mystique (1924).
El volumen San Juan de la Cruz y el problema de la experiencia mística fue la tesis doctoral que defendió en 1923 Baruzi, que llegó a ocupar una cátedra de Historia de las Religiones en el colegio Stanislas de París, desde el año 1911, cátedra que venía desempeñando Alfred Loisy.
Jean Baruzi (1881-1953) fue alumno de la prestigiosa Escuela Normal Superior. Fue discípulo de Émil Boutroux. Como Agregado de Filosofía enseñó en L’École Gerson desde 1908.
El volumen vio la luz en 1924 en París y la segunda edición, que incluía algunas recensiones y opiniones que se vertieron sobre este libro, apareció en 1931. Incomprensiblemente se tradujo la primera edición de 1924 y no la segunda de 1931, que estaba revisada y que incluía como novedad una nota final. Lo primero que llama la atención es que pasaron 67 años hasta que fue traducida al español por el poeta vallisoletano Carlos Ortega. Ello se debió sin duda a las críticas acerbas de los carmelitas historiadores, sobre todo el P. Silverio, que denunciaban el subjetivismo del original de Baruzi. Ello no obsta para que en la biografía de Bruno de Jesús María se le cite con frecuencia.
La novedad procede, fundamentalmente, de dos aspectos: por parte del autor, supone un acercamiento al santo de Fontiveros no desde la fe, sino desde un punto de vista externo en cuanto el autor no se distingue por su profesión de fe en la ortodoxia católica[35]. Y, en segundo lugar, esto se pone de relieve en su enfoque, pues intenta secularizarle o, para decirlo mejor, se quiere hacer hincapié sobre todo en su dimensión humana. Como dice Jiménez Lozano, “baja a Juan de la peana y el nicho”[36]. Se trata, en definitiva, de un enfoque más positivista o racionalista, en el sentido de que pretende despojar la biografía sanjuanista del aspecto hagiográfico, y presentarlo así para creyentes y no creyentes[37]. En opinión de Jiménez Duque, Baruzi acentúa en su análisis el aspecto neoplatónico, “que no explica prácticamente nada de la mística palpitante y cristiana de san Juan de la Cruz. Pero la obra de Baruzi sacudió el ambiente…”[38]
Baruzi