Benito Pérez Galdós

Electra


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¿Urbano?

      Don Urbano (acudiendo presuroso). ¿Qué?

      Evarista. Ponte a las órdenes de Cuesta para la liquidación, y para la entrega a los Padres...

      Don Urbano. Hoy mismo. (Se levanta Cuesta.)

      Evarista. Otra cosa: bajas un momento y le dices a Electra que ya van tres horas de juego...

      Pantoja (imperioso). Que suba. Ya es demasiado retozar.

      Don Urbano. Voy. (Viendo venir a Electra.) Ya está aquí.

       Índice

      Los mismos; Electra, tras ella Máximo.

      Electra (entra corriendo y riendo, perseguida por Máximo, a quien lleva ventaja en la carrera. Su risa es de miedo infantil). Que no me coges... Bruto, fastídiate.

      Máximo (trae en una mano varios objetos que indicará, y en la otra una ramita larga de chopo, que esgrime como un azote). ¡Pícara, si te cojo...!

      Electra (sin hacer caso de los que están en escena recorre ésta con infantil ligereza, y va a refugiarse en las faldas de Doña Evarista, arrodillándose a sus pies y echándole los brazos a la cintura). Estoy en salvo... tía; mándele usted que se vaya.

      Máximo. ¿Dónde está esa loca? (Con amenaza jocosa.) ¡Ah! Ya sabe donde se pone.

      Evarista. ¿Pero, hija, cuándo tendrás formalidad? Máximo, eres tú tan chiquillo como ella.

      Máximo (mostrando lo que trae). Miren lo que me ha hecho. Me rompió estos dos tubos de ensayo... Y luego... vean estos papeles en que yo tenía cálculos que representan un trabajo enorme. (Muestra los papeles suspendiéndolos en alto.) Éste lo convirtió en pajarita;[26] éste lo entregó a los chiquillos para que pintaran burros, elefantes... y un acorazado disparando contra un castillo.

      Pantoja. ¿Pero se metió en el laboratorio?

      Máximo. Y me indisciplinó a los niños, y todo me lo han revuelto.

      Pantoja (con severidad). Pero, señorita...

      Evarista. ¡Electra!

      Marqués. ¡Deliciosa infancia! (Entusiasmado.) Electra, niña grande, benditas sean sus travesuras. Conserve usted mientras pueda su preciosa alegría.

      Electra. Yo no rompí los cilindros. Fue Pepito... Los papeles llenos de garabatos, sí los cogí yo, creyendo que no servían para nada.

      Cuesta. Vamos, haya paces.

      Máximo. Paces. (A Electra.) Vaya, te perdono la vida, te concedo el indulto por esta vez... Toma. (Le da la vara. Electra la coge pegándole suavemente.)

      Electra. Esto por lo que me has dicho. (Pegándole con fuerza.) Esto por lo que callas.

      Máximo. ¡Si no he callado nada!

      Pantoja. Formalidad, juicio.

      Evarista. ¿Qué te ha dicho?

      Máximo. Verdades que han de serle muy útiles... Que aprenda por sí misma lo mucho que aún ignora; que abra bien sus ojitos y los extienda por la vida humana, para que vea que no es todo alegrías, que hay también deberes, tristezas, sacrificios...

      Electra. ¡Jesús, qué miedo! (En el centro de la escena la rodean todos, menos Pantoja, que acude al lado de Evarista.)

      Cuesta. Conviene no estimular con el aplauso sus travesuras.

      Don Urbano. Y mostrarle un poquito de severidad.

      Máximo. A severidad nadie me gana... ¿Verdad, niña, que soy muy severo y que tú me lo agradeces? Di que me lo agradeces.

      Electra (azotándole ligeramente). ¡Sabio cargante! Si esto fuera un azote de verdad, con más gana te pegaría.

      Marqués (risueño y embobado). ¡Adorable! Pégueme usted a mí, Electra.

      Electra (pegándole con mucha suavidad). A usted no, porque no tengo confianza... Un poquito no más... así... (Pegando a los demás.) Y a usted... a usted... un poquito.

      Evarista. ¿Por qué no vas a tocar el piano para que te oigan estos señores?

      Máximo. ¡Si no estudia una nota! Su desidia es tan grande como su disposición para todas las artes.

      Cuesta. Que nos enseñe sus acuarelas y dibujos. Verá usted, Marqués. (Se agrupan todos junto a la mesa, menos Evarista y Pantoja que hablan aparte.)

      Electra. ¡Ay, sí! (Buscando su cartera de dibujos entre los libros y revistas que hay en la mesa.) Verán ustedes. Soy una gran artista.

      Máximo. Alábate, pandero.

      Electra (desatando las cintas de la cartera). Tú a deprimirme, yo a darme bombo, veremos quién puede más... Ea (mostrando dibujos), quédense pasmados. ¿Qué tienen que decir de estos magníficos apuntes de paisajes, de animales que parecen personas, de personas que parecen animales? (Todos se embelesan examinando los dibujos, que pasan de mano en mano.)

      Evarista (que apartando su atención del grupo del centro, entabla una conversación íntima con Pantoja). Tiene usted razón, Salvador. Siempre la tiene, y ahora, en el caso de Electra, su razón es como un astro de luz tan espléndida, que a todos nos obscurece.

      Pantoja. Esa luz que usted cree inteligencia, no lo es. Es tan sólo el resplandor de un fuego intensísimo que está dentro: la voluntad. Con esta fuerza, que debo a Dios, he sabido enmendar mis errores.

      Evarista. Después de la confidencia que me hizo usted anoche, veo muy claro su derecho a intervenir en la educación de esta loquilla...

      Pantoja. A marcarle sus caminos, a señalarle fines elevados...

      Evarista. Derecho que implica deberes inexcusables...

      Pantoja. ¡Oh! ¡Cuánto agradezco a usted que así lo reconozca, amiga del alma! ¡Yo temía que mi confidencia de anoche, historia funesta que ennegrece los mejores años de mi vida, me haría perder su estimación!

      Evarista. No, amigo mío. Como hombre, ha estado usted sujeto a las debilidades humanas. Pero el pecador se ha regenerado, castigando su vida con las mortificaciones que trae el arrepentimiento, y enderezándola con la práctica de la virtud.

      Pantoja. La tristeza, el amor a la soledad, el desprecio de las vanidades, fueron mi salvación. Pues bien: no sería completa mi enmienda si ahora no cuidara yo de dirigir a esta niña, para apartarla del peligro. Si nos descuidamos, fácilmente se nos irá por los caminos de su madre.

      Evarista. Mi parecer es que hable usted con ella...

      Pantoja. A solas.

      Evarista. Eso pensaba yo: a solas. Hágale comprender de una manera delicada la autoridad que tiene usted sobre ella...

      Pantoja. Sí, sí... No es otro mi deseo. (Siguen en voz baja.)

      Electra (en el grupo del centro, disputando con Máximo). Quita, quita. ¿Tú qué sabes? (Mostrando un dibujo.) Dice este bruto que el pájaro parece un viejo pensativo, y la mujer una langosta desmayada.

      Marqués. ¡Oh! no... que está muy bien.

      Máximo. A veces, cuando menos cuidado pone, tiene aciertos prodigiosos.

      Cuesta. La verdad es que este paisajito, con el mar lejano, y estos troncos...

      Electra. Mi especialidad ¿no saben ustedes cuál es? Pues los troncos viejos, las paredes en