de secar sus lágrimas). ¿Y no le tiraba yo de los bigotes?
Cuesta. A veces con tanta fuerza, que me hacía usted daño.
Electra. Me pegaría usted en las manos.
Cuesta. ¡Vaya!
Electra. ¿Pues sabe usted que creo que todavía me duelen...?
Cuesta (impaciente por entrar en materia). Pero vamos al caso. Advierto a usted, Electra, que esto es reservadísimo. Queda entre los dos.
Electra. ¡Oh! me da usted miedo, Don Leonardo.
Cuesta. No es para asustarse. Vea usted en mí un amigo, el mejor de los amigos; vea en este acto el interés más puro, el sentimiento más elevado...
Electra (confusa). Sí, sí: no dudo... pero...
Cuesta. Vea usted por qué doy este paso... Aunque no soy muy viejo, no me siento con cuerda vital para mucho tiempo. Viudo hace veinte años, no tengo más familia que mi hija Pilar, ya casada, y ausente. Casi estoy solo en el mundo, con el pie en el estribo para marchar a otro... y mi soledad ¡ay! parece como que quiere echarme más pronto... (Con gran dificultad de expresión.) Pero antes de partir... (Pausa.) Electra, he pensado mucho en usted antes que la trajeran a Madrid, y al verla ¡Dios mío! he pensado, he sentido... qué sé yo... un dulce afecto, el más puro de los afectos, mezclado con alaridos de mi conciencia.
Electra (aturdida). ¡La conciencia! ¡Qué cosa tan grave debe ser! La mía es como un niño que está todavía en la cuna.
Cuesta (con tristeza). La mía es vieja, memoriosa. Me repite, me señala sin cesar los errores graves de mi vida.
Electra. ¡Usted... errores graves, usted tan bueno!
Cuesta. Sí, sí: bueno, bueno... y pecador... En fin, dejemos los errores y vamos a sus consecuencias. Yo no quiero, no, que usted viva desamparada. Usted no posee bienes de fortuna. Es dudoso que la protección de Urbano y Evarista sea constante. ¿Cómo he de consentir yo que se encuentre usted pobre y desvalida el día[30] de mañana?
Electra (con penosa lucha entre su conocimiento y su inocencia). No sé si lo entiendo... no sé si debo entenderlo.
Cuesta. Lo más delicado será que lo entienda sin decírmelo, y que acepte mi protección sin darme las gracias. Juntos van el deber mío y el derecho de usted. Gracias a mí, Electra, no se verá roto el hilo que une a cada criatura con las criaturas que fueron, y con las que aún viven... Y si hoy me determino a plantear esta cuestión, es porque... porque hace tiempo que me asedia el temor de las muertes repentinas. Mi padre y mi hermano murieron como heridos del rayo. La lesión cardiaca, destructora de la familia, ya la tengo aquí (Señalando al corazón): es un triste reloj que me cuenta las horas, los días... No puedo aplazar esto. No me sorprenda la muerte dejando a esta preciosa existencia sin amparo. No puedo, no debo esperar... Concluyo, hija mía, manifestando a usted que tenga por asegurado un bienestar modesto...
Electra. ¡Un bienestar modesto... yo...!
Cuesta. Lo suficiente para vivir con independencia decorosa...
Electra (confusa). ¿Y yo... qué méritos tengo para...? Perdone usted... No acabo de convencerme... de...
Cuesta. Ya vendrá, ya vendrá el convencimiento...
Electra. ¿Y por qué no habla usted de ese asunto a mis tíos...?
Cuesta (preocupado). Porque... A su tiempo se les dirá. Por de pronto, sólo usted debe saber mi resolución.
Electra. Pero...
Cuesta (con emoción, levantándose). Y ahora, Electra, ¿querrá usted a este pobre enfermo, que tiene los días contados?
Electra. Sí... ¡Es tan fácil para mí querer! Pero no hable usted de morirse, Don Leonardo.
Cuesta. Me consuela mucho saber que usted me llorará.
Electra. No me haga usted llorar desde ahora...
Cuesta (apresurando su partida para vencer su emoción). Adiós, hija mía.
Electra. Adiós... (Reteniéndole.) ¿Y qué nombre debo darle?
Cuesta. El de amigo no más. Adiós. (Arrancándose a partir. Sale por el foro. Electra le sigue con la mirada hasta que desaparece.)
ESCENA X
Electra, El Marqués.
Electra(meditabunda). Dios mío, ¿qué debo pensar? Sus medias palabras dicen más que si fuesen enteras. ¡Madre del alma! (El Marqués, que entra por el jardín, avanza despacio.) ¡Ah!... Señor Marqués.
Marqués. ¿Se asusta usted?
Electra. Nada de eso: me sorprendo no más. Si viene usted a oírme tocar, ha perdido el viaje. Hoy no estudio.
Marqués. Me alegro. Así podremos hablar... Apenas presentado a usted, entro de lleno en la admiración de sus gracias, y conocida una parte de su carácter, deseo conocer algo más... Usted extrañará quizás esta curiosidad mía y la creerá impertinente.
Electra. ¡Oh! No, señor. También yo soy curiosilla, señor Marqués, y me permito preguntarle: ¿es usted amigo de Máximo?
Marqués. Le quiero y admiro grandemente... Cosa rara, ¿verdad?
Electra. A mí me parece muy natural.
Marqués. Es usted muy niña, y quizás no pueda hacerse cargo de las causas de mi amistad con el Mágico prodigioso...[31] A ver si me entiende.
Electra. Explíquemelo bien.
Marqués. La sociedad que frecuento, el círculo de mi propia familia y los hábitos de mi casa, producen en mí un efecto asfixiante. Casi sin darme cuenta de ello, por puro instinto de conservación me lanzo a veces en busca del aire respirable. Mis ojos se van tras de la ciencia, tras de la Naturaleza... y Máximo es eso.
Electra. El aire respirable, la vida, la... ¿Pues sabe usted, Marqués, que me parece que lo voy entendiendo?
Marqués. No es tonta la niña, no. También ha de saber usted que siento por ese hombre un interés inmenso.
Electra. Le quiere usted, le admira por sus grandes cualidades...
Marqués. Y le compadezco por su desgracia.
Electra (sorprendida). ¿Desgraciado Máximo?
Marqués. ¿Qué mayor desgracia que la soledad en que vive? Su viudez prematura le ha sumergido en los estudios más hondos, y temo por su salud.
Electra. Sus hijos le consuelan, le acompañan. Hoy les ha visto usted. ¡Qué lindas criaturas! El mayor, que ahora cumple cinco años, es un prodigio de inteligencia. En el pequeñito, de dos años, veo yo toda la gracia del mundo. Yo les adoro; sueño con ellos, y me gustaría mucho ser su niñera.
Marqués. El pobre Máximo, aferrado a sus estudios, no puede atenderlos como debiera.
Electra. Claro: eso digo yo.
Marqués. Es de toda evidencia: Máximo necesita una mujer. Pero... aquí entran mis dificultades y mis dudas. Por más que miro y busco, no encuentro, no encuentro la mujer digna de compartir su vida con la del grande hombre.
Electra. No la encuentra usted. Es que no la hay, no la hay. Como que para Máximo debe buscarse una mujer de mucho juicio.
Marqués. Eso es: de mucho juicio.
Electra. Todo lo contrario de mí, que no tengo ninguno,