te he dicho: si el Mágico prodigioso[39] necesita más capital para la implantación de sus inventos, no tiene más que decírnoslo...
Máximo. Gracias, tía. Tengo a mi disposición cuanto dinero pueda necesitar...
Don Urbano. Dentro de pocos años el Mágico será más rico que nosotros.
Máximo. Bien podría suceder.
Don Urbano. Fruto de su inteligencia privilegiada...
Máximo (con modestia). No: de la perseverancia, de la paciencia laboriosa...
Evarista. ¡Ay, no me digas! Trabajas brutalmente.
Máximo. Lo necesario, tía, por obligación, y un poco más por goce, por recreo, por entusiasmo científico.
Don Urbano. Es ya una monomanía, una borrachera.
Evarista (con tonillo sermonario). ¡Ah! No: es la ambición, la maldita ambición, que a tantos trastorna y acaba por perderlos.
Máximo. Ambición muy legítima, tía. Fíjese usted en que...
Evarista (quitándole la palabra de la boca). El afán, la sed de riquezas para saciar con ellas el apetito de goces. Gozar, gozar, gozar: esto queréis y por esto vivís en continuo ajetreo, comprometiendo en la lucha vuestra naturaleza: estómago, cerebro, corazón. No pensáis en la brevedad de la vida, ni en la vanidad de los afanes por cosa temporal; no acabáis de convenceros de que todo se queda aquí.
Máximo (con gracia, impaciente por retirarse). Todo se queda aquí, menos yo, que me voy ahora mismo.
José (anunciando). El señor Marqués de Ronda.
Máximo (deteniéndose). ¡Ah! Pues no me voy sin saludarle.
Evarista (recogiendo papeles). No quiere Dios que trabajemos hoy.
Don Urbano. Me figuro a qué viene.
Evarista. Que pase, José, que pase. (Vase José.)
Máximo. Viene a invitar a ustedes para la inauguración del nuevo Beaterio de La Esclavitud,[40] fundado por Virginia. Anoche me lo dijo.
Evarista. ¡Ah! sí... ¿Pero es hoy?...
ESCENA III
Evarista, Don Urbano, Máximo, El Marqués.
Marqués (saludando con rendimiento). Ilustre amiga... Urbano. (A Máximo.) ¿Qué tal? No creía yo encontrar aquí al mágico...
Máximo. El mágico saluda a usted y desaparece.
Marqués. Un momento, amigo. (Reteniéndole.)
Evarista. Pues sí, Marqués: iremos.
Marqués. ¿Ya sabía usted...?
Don Urbano. ¿A qué hora?
Marqués. A las cinco en punto. (A Máximo.) A usted no le invito: ya sé que no le sobra tiempo para la vida social.
Máximo. Así es, por desgracia. Hoy no le espero a usted.
Marqués. ¿Cómo, si estamos de fiesta religiosa y mundana? Pero esta noche no se libra usted de mí.
Evarista (ligeramente burlona). Ya hemos notado... celebrándolo, qué duda tiene... la frecuencia de las visitas del señor Marqués a los talleres del gran nigromántico.
Máximo. El Marqués me honra con su amistad y con el interés que pone en mis estudios.
Marqués. Me ha entrado súbitamente el delirio por la maquinaria y por los fenómenos eléctricos... Chifladuras de la ancianidad.
Don Urbano (a Máximo). Vaya, que sacarás un buen discípulo.
Evarista. Sabe Dios... (maliciosa) sabe Dios quién será el maestro y quién el alumno.
Marqués. A propósito del maestro: siento que por estar presente, me vea yo privado de decir de él todas las perrerías que se me ocurren.
Evarista. Vete, Máximo; vete para que podamos hablar mal de ti.
Máximo. Me voy. Despáchense a su gusto las malas lenguas. (Al Marqués.) Abur, siempre suyo. (A Evarista.) Adiós, tía.
Evarista. Anda con Dios, hijo.
Marqués (a Máximo, que sale). Hasta la noche... si me dejan. (A Evarista.) ¡Hombre extraordinario! De fama le admiré; tratándole ahora y apreciando por mí mismo sus altas prendas, sostengo que no ha nacido quien pueda igualársele.
Evarista. En el terreno científico.
Marqués. Y en todos los terrenos, señora. ¿Pues qué...?
Evarista. Cierto que como inteligencia...
Marqués (con entusiasmo). Y como corazón. ¿Pues quién hay más noble, más sincero...?
Evarista (no queriendo empeñarse en una discusión delicada). Bueno, Marqués, bueno... (Variando de conversación.) ¿Con que... decía usted... que hemos de estar allí a las cinco?
Marqués. En punto. Cuento con ustedes y con Electra.
Evarista. No sé si debemos llevarla...
Marqués. ¡Oh! Traigo el encargo especialísimo de gestionar la presencia de la niña en esta solemnidad. Y ya me di tono de buen diplomático asegurando que lo conseguiría. Virginia desea conocerla.
Don Urbano. En ese caso...
Marqués. ¿Me prometen ustedes no dejarme mal?
Evarista. ¡Oh! Cuente usted con Electra.
Marqués. Tendremos mucha y buena gente. (Se levanta para retirarse.)
Don Urbano. El acto resultará brillantísimo.
Marqués. Hasta luego, pues. Yo tengo que venir a casa de Otumba. Pasaré por aquí. (Óyese la voz de Electra por la izquierda con alegre charla y risa. Detiénese el Marqués al oírla.)
ESCENA IV
Los mismos; Electra.
Electra (dentro). Ja, ja... Rica, otro beso... Tonta tú, tonta yo; pero ya nos entendemos. (Aparece por la izquierda con una preciosa muñeca grande, a la que besa y zarandea. Detiénese como avergonzada.)
Evarista. Niña, ¿qué haces?
Marqués. No la riña usted.
Electra. Mademoiselle Lulú y yo pasamos el rato contándonos cositas.
Don Urbano (al Marqués). Hoy está desatinada.
Electra (alejándose, habla con la muñeca sigilosamente. Los demás la observan). Lulú, ¡qué linda eres!
Pero él es más bonito. ¡Qué feliz será mi amor contigo, y yo con los dos!
Marqués. ¿Sigue tan juguetona, tan...?
Evarista. Desde ayer notamos en ella una tristeza que nos pone en cuidado.
Marqués. Tristeza, idealidad...
Evarista. Y ahora, ya ve usted...
Marqués (cariñoso, acudiendo a ella). Electra, niña preciosa...
Electra