Benito Pérez Galdós

Electra


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Evarista, El Marqués, Máximo.

      Marqués. He tardado un poquitín.

      Evarista. No por cierto. ¿Estuvo usted en el estudio de Máximo? (Se forman dos grupos: Electra y Máximo a la izquierda; Evarista y el Marqués a la derecha.)

      Marqués. Sí, señora. Es un prodigio este hombre. (Sigue ponderando lo que ha visto en el laboratorio.)

      Electra (suspirando). Sí, Máximo: tengo que consultar contigo un caso grave.

      Máximo (con vivo interés). Dímelo pronto.

      Electra (recelosa mirando al otro grupo). Ahora no puede ser.

      Máximo. ¿Cuándo?

      Electra. No sé... no sé cuándo podré decírtelo... No es cosa que se dice en dos palabras.

      Máximo. ¡Ah, pobre chiquilla! Lo que te anuncié... ¿Apuntan ya las seriedades de la vida, las amarguras, los deberes?

      Electra. Quizás.

      Máximo (mirándola fijamente, con vivo interés). Noto en tu rostro una nube de tristeza, de miedo... gran novedad en ti.

      Electra. Quieren anularme, esclavizarme, reducirme a una cosa... angelical... No lo entiendo.

      Máximo (con mucha viveza). No consientas eso, por Dios... Electra, defiéndete.

      Electra. ¿Qué me recomiendas para evitarlo?

      Máximo (sin vacilar). La independencia.

      Electra. ¡La independencia!

      Máximo. La emancipación... más claro, la insubordinación.

      Electra. Quieres decir que podré hacer cuanto me dé la gana, jugar todo lo que se me antoje, entrar en tu casa como en país conquistado, enredar con tus hijos, y llevármelos al jardín o a donde quiera.

      Máximo. Todo eso, y más.

      Electra. ¡Mira lo que dices...!

      Máximo. Sé lo que digo.

      Electra. ¡Pero si me has recomendado todo lo contrario!

      Máximo (mirándola fijamente). En tu rostro, en tus ojos, veo cambiadas radicalmente las condiciones de tu vida. Tú temes, Electra.

      Electra. Sí. (Medrosa.)

      Máximo. Tú... (Dudando qué verbo emplear. Va a decir amar y no se atreve) deseas algo con vehemencia.

      Electra (con efusión). Sí. (Pausa.) Y tú me dices que contra temores y anhelos... insubordinación.

      Máximo. Sí: corran libres tus impulsos, para que cuanto hay en ti se manifieste, y sepamos lo que eres.

      Electra. ¡Lo que soy! ¿Quieres conocer...?

      Máximo. Tu alma...

      Electra. Mis secretos...

      Máximo. Tu alma... En ella está todo.

      Electra (advirtiendo que Evarista la vigila). Chitón. Nos miran.

       Índice

      Los mismos; Don Urbano, Pantoja por el fondo.

      Don Urbano. ¿Almorzamos?

      Pantoja (a Evarista, sofocado, viendo a Electra con Máximo). ¿Pero, hija, la deja usted sola con Mefistófeles?

      Evarista. No hay motivo para alarmarse, amigo Pantoja.

      Marqués (riendo). ¡Claro: si este Mefistófeles es un santo! (Da el brazo a Evarista.)

      Pantoja (imperiosamente, cogiendo de la mano a Electra para llevársela). ¡Conmigo! (Electra, andando con Pantoja, vuelve la cabeza para mirar a Máximo.)

      Máximo (mirando a Electra y a Pantoja). ¿Contigo...? Ya se verá con quién. (Máximo y Don Urbano salen los últimos.)

       Índice

      La misma decoración.

      ————

       Índice

      Evarista, Don Urbano, sentados junto a la mesa despachando asuntos; Balbina, que sirve a la señora una taza de caldo.

      Don Urbano (preparándose a escribir). ¿Qué se le dice al señor Rector del Patrocinio?[36]

      Evarista (con la taza en la mano). Ya lo sabes. Que nos parece bien el plano y presupuesto, y que ya nos entenderemos con el contratista.

      Don Urbano. No olvides que la proposición de éste asciende a... (leyendo un papel) trescientas veintidós mil pesetas...

      Evarista. No importa. Aún nos sobra dinero para la continuación del Socorro.[37] (A Balbina que recoge la taza.) No olvides lo que te encargué.

      Balbina. Ya vigilo, señora. Este juego de la señorita Electra creo yo que no trae malicia. Si recibe cartas y billetes de tanto pretendiente, es por pasar el rato y tener un motivo más de risa y fiesta.

      Evarista. ¿Pero cómo llegan a casa...?

      Balbina. ¿Las cartas de esos barbilindos? Aún no lo sé. Pero yo vigilo a Patros, que me parece...

      Evarista. Mucho cuidado y entérame de lo que descubras...

      Balbina. Descuide la señora. (Vase Balbina.)

       Índice

      Los mismos; Máximo por el foro, presuroso, con planos y papeles.

      Máximo. ¿Estorbo?

      Evarista. No, hijo. Pasa.

      Máximo. Dos minutos, tía.

      Don Urbano. ¿Vienes de Fomento?[38]

      Máximo. Vengo de conferenciar con los bilbaínos. Hoy es para mí un día de prueba. Trabajo excesivo, diligencias mil, y por añadidura la casa revuelta.

      Evarista. ¿Pero qué te pasa? Me ha dicho Balbina que ayer despediste a tus criadas.

      Máximo. Me servían detestablemente, me robaban... Estoy solo con el ordenanza y la niñera.

      Evarista. Vente a comer aquí.

      Máximo. ¿Y dejo a los chicos allá? Si les traigo, molestan a usted y le trastornan toda la casa.

      Evarista. No me los traigas, no. Adoro a las criaturas; pero a mi lado no las quiero. Todo me lo revuelven, todo me lo ensucian. El alboroto de sus pataditas, de sus risotadas, de sus berrinches, me enloquece. Luego, el temor de que se caigan, de que les arañen los gatos, de que se mojen, de que se descalabren.

      Máximo. Yo prefiero que me mande usted una cocinera...

      Evarista. Irá la Enriquetilla. Encárgate, Urbano; no se nos olvide.

      Máximo.