Victoria Aveyard

Tormenta de guerra


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a los mismos dolores y preocupaciones. Yo me haré cargo de que no compartan el destino de papá, ni el de Shade.

      Bree se desploma en un sillón junto a nosotros y cruza sus desnudos tobillos sobre el tapete. Arrugo la nariz; los pies de los hombres no son bellos.

      —¡En buena hora terminaron con eso! —maldice a Corvium.

      Tramy agita la cabeza en señal de asentimiento, su barba castaña oscura no cesa de abultarse.

      —No lo echaré de menos —coincide. Ambos fueron alistados como papá, conocen tan bien esa fortaleza que tienen derecho a odiarla en su memoria. Intercambian sonrisas como si hubieran ganado un juego.

      Papá se muestra menos festivo. Se acomoda en otro sillón y estira su pierna regenerada.

      —Los Plateados construirán una ciudad igual. Así se las gastan, no cambian —sus ojos destellan en busca de los míos; siento zozobra cuando capto el sentido de sus palabras, me arden las mejillas—, ¿cierto?

      Miro avergonzada a Gisa, a quien examino rápido. Sus hombros están encorvados y suspira, asiente apenas; se entretiene con la manga de su blusa para evitar mi mirada.

      —Así que ya os habéis enterado —digo con voz hueca y apagada.

      —No de todo —mira a Kilorn y apostaría que él los puso sobre aviso, transmitió anoche las partes menos dolorosas de mi mensaje; inquieta, Gisa enreda un mechón en su dedo y sus hebras rojas relucen—, aunque sí de lo suficiente para hacernos una idea: algo acerca de otra reina, un nuevo rey y Montfort, claro, ¡siempre Montfort!

      Kilorn frunce los labios y pasa una mano por su disparejo cabello rubio, en reflejo de la incomodidad de Gisa. En él hay cólera también; hierve a fuego lento en su interior e ilumina sus ojos verdes.

      —¡No puedo creer que él haya dicho que sí! —dice.

      Lo único que puedo hacer es asentir.

      —¡Cobarde! —suelta Kilorn y cierra un puño—. ¡Idiota, bastardo presuntuoso y malcriado! ¡Debería partirle la boca!

      —¡Cuenta conmigo! —murmura Gisa.

      Nadie los reprende, ni siquiera yo, pese al hecho de que Kilorn lo espera. Me ve y se sorprende de mi silencio; le sostengo la mirada, intento hablar sin mencionar el nombre. Shade dio su vida por nuestra causa y Tiberias ni siquiera puede renunciar a la corona.

      Me pregunto si sabe que mi corazón está destrozado. Seguro que sí.

      ¿Así se siente que lo releguen a uno, como cuando yo rechacé a Kilorn y le dije que no sentía lo mismo que él, que no podía darle lo que quería?

      La compasión suaviza sus ojos. Espero que no sepa nunca qué se siente y no haberle causado tanta pena. Amarme no está en ti, me dijo en una ocasión; ahora querría que eso no fuera cierto, que yo hubiese sido capaz de salvarnos de esta agonía.

      Mamá posa una mano en mi brazo, por fortuna. Es un contacto ligero, aunque suficiente para guiarme al gran sofá. No dice nada acerca del príncipe Calore y la mirada que lanza alrededor de la sala habla por ella. ¡Ya basta!

      —Recibimos tu mensaje —dice con voz demasiado fuerte y clara, para forzar el cambio de tema—. Nos lo transmitió ese otro nuevasangre, el de la barba…

      —Tahir —interviene Gisa y toma asiento a mi lado, Kilorn guarda nuestras espaldas—. Decidiste reinstalarnos —pese a que esto era lo que ella quería, no paso por alto su afilado tono; parpadea hacia mí y levanta una ceja.

      Lanzo un sonoro suspiro.

      —Bueno, yo no decido nada por vosotros, pero si quisierais ir a Montfort, hay lugar para todos. El primer ministro me dijo que seréis recibidos con los brazos abiertos.

      —¿Y los demás evacuados? —pregunta Tramy y entrecierra los ojos al tiempo que se sienta en el brazo del sillón de Bree—. No somos los únicos aquí.

      Coloca un codo en su costado y se dobla mientras Bree ríe.

      —¿Lo dices por esa empleadita?, ¿cómo se llama, la del cabello rizado?

      —¡No! —replica Tramy y sus doradas mejillas se encienden bajo su barba; Bree trata de abofetearle la cara y se gana un manotazo. Mis hermanos son muy talentosos para actuar como niños. Antes esto me enfadaba; pero ahora su conducta de siempre me relaja.

      —Llevará tiempo —sólo puedo alzarme de hombros—. En cuanto a nosotros…

      Gisa emite una carcajada, echa atrás la cabeza con exasperación.

      —¡En cuanto a ti, Mare! Nosotros no somos tan idiotas para creer que el líder de esa República desea hacernos un favor. ¿Qué recibirá a cambio? —toma mi mano con dedos ágiles y la aprieta—. ¿Qué recibirá de ti?

      —Davidson no es Plateado —contesto—. Estoy dispuesta a darle lo que quiera.

      —¿Y cuándo dejarás de dar cosas? —revira—. ¿Cuando mueras, cuando acabes como Shade?

      Este nombre impone silencio en la sala. Junto a la puerta, Farley oculta el rostro en la penumbra.

      Examino la bella cara de mi hermana. Tiene quince años, ya entró en razón. Antes su rostro era más redondo, sus pecas menos numerosas y no tenía las preocupaciones que hoy tiene, sólo los temores habituales. Era la pequeña Gisa de la que dependíamos, de su habilidad, su talento, su capacidad para salvar a la familia. Ya no es así. Por más que no lamenta haberse librado de esa carga, su inquietud es obvia: no la quiere tampoco sobre mis hombros.

      Demasiado tarde.

      —¡Gisa! —lanza mamá como advertencia.

      Me recupero lo mejor posible, aparto la mano y me enderezo.

      —Tenemos que solicitar más tropas y el gobierno del primer ministro Davidson debe dar su aprobación para que nos las proporcionen. Yo participaré en la presentación de nuestra coalición, para que sepan quiénes somos, y hablaré a favor de la guerra contra Norta y la comarca de los Lagos.

      Mi hermana no está convencida.

      —No eres muy buena para debatir…

      —No, pero soy el cruce de caminos —eludo esa verdad— entre la Guardia, las cortes Plateadas, los nuevasangre y los Rojos —no miento al menos—. Y tengo práctica suficiente para hacer un buen papel.

      Farley mece a su bebé con un brazo y se lleva la otra mano a la cadera. Pasa un dedo sobre la funda de la pistola que lleva a un lado.

      —Lo que Mare quiere decir es que es una buena distracción; donde ella va, Cal la sigue, incluso ahora que está tratando de recuperar su trono. Irá con nosotras a Montfort, lo mismo que su nueva prometida.

      Kilorn sisea cuando inhala detrás de mí, Gisa está tan disgustada como él.

      —¡Sólo ellos pueden detenerse en plena guerra a concertar matrimonios!

      —Para forjar otra alianza, ¿no? —se burla Kilorn—. Maven ya comprometió a la comarca de los Lagos, Cal debe hacer algo similar. ¿Quién es la agraciada, una joven de las Tierras Bajas? ¿En verdad eso refuerza lo que hacemos aquí?

      —No importa quién sea —cierro el puño en mi regazo en cuanto comprendo lo afortunada que soy de que se trate de Evangeline, una mujer que no quiere tener nada que ver con él, una rendija más en la flamante armadura de Tiberias.

      —¿Y vosotros lo permitiréis? —Kilorn sale a zancadas detrás del sofá y nos mira a Farley y a mí—. Perdonadme, ¿lo vais a ayudar? ¿Después de todo lo que hemos hecho, ayudaréis a Cal a disputar una corona que nadie debería tener? —Está tan molesto que juro que escupirá en el suelo; mantengo un rostro impasible, lo dejo rabiar. No recuerdo haberlo visto nunca tan decepcionado de mí; enojado, sí, pero nada como esto. Su pecho sube y baja en tanto espera mi explicación.

      Farley