Leticia Elena Naranjo Gálvez

Tres modelos contemporáneos de agencia humana


Скачать книгу

decir de nuestro autor, nos sentimos poco o nada concernidos por aquellos otros agentes que no pertenecen a nuestro círculo de afectos, salvo en circunstancias excepcionales en las que alguien ajeno a ese círculo se encuentre en una situación de extremo peligro y tengamos la posibilidad de ayudarle. Por lo tanto, el filósofo canadiense insiste en que su pintura del hombre común y corriente como un ser básicamente egoísta no resulta para nada falsa ni repulsiva. De allí que su supuesto del no concernimiento mutuo no deba escandalizarnos, ni hacernos ver un monstruo moral en el modelo de agente que Gauthier nos presenta. Por el contrario, según él, tendríamos que apreciar con claridad que dicho supuesto constituye un elemento fundamental tanto de la lógica con la que funcionan las interacciones en el mercado como de aquella que gobierna en general todas las interacciones humanas.

      The assumption of mutual unconcern may be criticized because it is thought to be generally false, or because true of false it is held to reflect an unduly nasty view of human nature, destructive not only of morality, but of the ties that maintain any human society. But such criticism would misunderstand the role of the assumption. Of course persons exhibit concern for others, but their concern is usually and quite properly particular and partial. It is neither unrealistic nor pessimistic to suppose that beyond the ties of blood and friendship which are necessarily limited in their scope, human beings exhibit little positive fellow-feelings. Where personal relationships cease only a weak negative concern remains, manifested itself perhaps in a general willingness to refrain from force and fraud if others do likewise, and in a particular willingness to offer assistance in extreme situations […] But this limited concern is fully compatible with the view that each person should look after herself in the ordinary affairs of life with a helping hand to, and from, friends and kin (pp. 100-101).

      1.3.3. El carácter ejemplar de la sociedad de mercado.

      La fusión entre agencia moral y agencia económica

      Es posible que nuestro autor haya caído en la cuenta (si bien no lo dice expresamente) de una objeción que podría hacérsele a este (su) argumento del “sentido común” que él le atribuye al agente moral no concernido. A saber, que puede señalarse un hecho que en absoluto resulta insólito en el ámbito de las interacciones humanas: que también en ocasiones nos preocupamos por la suerte de otros sujetos a los cuales no nos ata un previo vínculo de afecto. Es más: ni dicha preocupación ni, por el contrario, la falta de ella necesariamente tienen que considerarse como justificadas en razón de un tal vínculo, ni tampoco únicamente por el ‘tamaño’ del peligro que corre quien demanda auxilio, si bien cabe indicarse igualmente que, como de algún modo lo reconoce Gauthier, entre mayor sea dicho peligro y menos riesgos se corran al prestar la ayuda, solemos ser más proclives a condenar la insolidaridad de quien se niegue a ayudar. El punto es que si ocurre que alguien se abstiene de socorrer a otra persona, a pesar de que puede hacerlo y sin que en ello ‘se juegue la vida’, e independientemente de que el sujeto en peligro sea —o no— uno de los ‘suyos’ o de los ‘nuestros’, pertenezca —o no— al círculo de afectos de quien es objeto de la demanda de socorro, el caso es que no encontramos excusable su conducta a menos que nos ofrezca una explicación realmente convincente. Y es muy probable que dicha explicación no nos satisfaga si solo apela al hecho de que ese ‘otro’ que solicita ayuda es, para quien se niega a prestársela, un simple ‘extraño’ ajeno a sus lazos de parentesco/amistad. Tampoco creo que nos parezca muy convincente el argumento de que la situación no reviste ‘tanto’ peligro como para que se justifique el socorrerle (v. g., solo se va a resbalar ‘un poco’, no a romperse la crisma); o que el agente a quien se le ha solicitado ayuda tendría que incomodarse o pagar ciertos costes (podría llegar tarde a una cita, etc.). De hecho, algunos autores contemporáneos ven en nuestras reacciones de reproche ante ciertas muestras de insolidaridad (y no solo tratándose de ‘graves’ peligros para quien demande la ayuda) una forma de experiencia que para nada resulta extraña en nuestra vida en sociedad y que señalaría el ámbito de aquello que estaríamos dispuestos a llamar “lo moral”.51

      Creo que un ejemplo bastante ilustrativo de esto que aquí se intenta mostrar podría verse en el intento de E. Tugendhat por determinar qué es eso que, por lo menos a partir de la modernidad, solemos llamar “lo moral”. Su respuesta indica que las demandas y expectativas mutuas que, según él, parecen hacer parte del campo moral se presentarían en (o atravesarían) un amplísimo conjunto de praxis que no se reducen a la posibilidad de establecer vínculos de afecto. Sobre todo, dicha ‘amplitud’ significa que en franco contraste con otras formas de praxis más reducidas —v. g., un juego específico, como el fútbol, cuyas reglas solo rigen en aquellos escenarios donde se jueguen partidos de fútbol—, según Tugendhat, aquello que llamamos “moral” atraviesa o “permea” unos terrenos mucho más incluyentes en los que pueden situarse diversas formas de praxis —entre muchas otras, también los partidos de fútbol—.52 Pienso que esto podría autorizar que en este punto del análisis de su propuesta se le señale de nuevo a Gauthier que estaría restringiendo excesivamente el ámbito de aplicación de “lo moral”, pero esta vez de manera más explícita por la vía de extender acaso demasiado el campo en el que regirían las reglas del juego económico, y los supuestos de los que tiene que partir quien analice esa porción específica de la vida social. Por ello, cabría aquí la sospecha de que este tipo de análisis y de supuestos aplicables a lo estrictamente económico, y que resultan aceptables e incluso imprescindibles para modelar lo que ocurre dentro de dicho ámbito de interacciones, no sean los más apropiados para modelar el ámbito de todas o de muchas de las interacciones humanas, incluyendo de manera especial a la moralidad.

      Sin embargo, Gauthier insiste en que la asunción de su idea de unos seres no concernidos los unos por los otros parece estar de acuerdo no solo con nuestras intuiciones de sentido común, en cuanto a cómo suelen comportarse los agentes humanos en los contextos corrientes de la interacción social en general, sino también con el tipo específico de cooperación que constituye el mercado. En este último los agentes, en tanto que no concernidos los unos por los otros, no deben ser pensados como teniendo lazos de amistad ni de parentesco y, por ende, sus funciones de utilidad han de tomarse como independientes. No obstante, en mi opinión, algo que sorprende de esta situación tal y como la presenta el autor es que, según él, se trata de un estadio moralmente superior a aquellos otros escenarios en los cuales normalmente se piensa a las personas que mantienen esos vínculos de afecto o, por lo menos, de solidaridad, ausentes del esquema del mercado. Pues, para el filósofo canadiense, los yoes del mercado, a diferencia de quienes están relacionados afectivamente entre sí, pueden transar y cooperar con aquellos otros agentes con los cuales no desarrollen tales vínculos. Según Gauthier, esto contrasta con lo que suele ocurrir en las sociedades precapitalistas o de mercados no desarrollados, en las cuales existe la tendencia a hacer negocios solo con aquellos en quienes se confía en razón de los lazos de parentesco o amistad. Esta situación “primitiva” es superada, afirma el autor, por la sociedad de mercado, y ello se constituye en una muestra de la superioridad moral de esta última.53 Quienes viven en ella pueden escoger con quiénes se relacionan, tanto para hacer negocios y llevar a cabo sus actividades económicas, como para construir sus relaciones afectivas. En un contexto así, estas últimas tampoco les son impuestas a los agentes como, en cambio, sí les ocurre, nos dice Gauthier, a quienes viven en sociedades precapitalistas o no capitalistas. Para él, confianza y libertad en los negocios, así como liberación de los lazos de la tribu, son las ganancias innegables de la moralidad propia de la sociedad de mercado; ganancias que se traducen en el resultado que produciría la mano invisible: cada uno, persiguiendo su propio interés, aporta al de todos.

      The superiority of market society over its predecessors and rivals is manifested in its capacity to overcome this limitation and direct mutual unconcern to mutual benefit. If human interaction is structured by the conditions of perfect competition, then no bond is required among those engaged in it, save those bonds that they freely create as each pursues his own gain. The impersonality of market society, which has been the object of wide criticism and at the root of charges of anomic and alienation in modern life, is instead the basis of the fundamental liberation it affords. Men and women are freed from the need to establish more particular