Leticia Elena Naranjo Gálvez

Tres modelos contemporáneos de agencia humana


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de la exposición realizada por David Gauthier en La moral por acuerdo. Todo esto con miras a demostrar las inconsistencias que genera una visión del ser humano como meramente autointeresado y volcado a la maximización de sus preferencias (utilidad). En un primer momento, presenté algunas de las paradojas, cuando no contradicciones, en las que el propio Gauthier incurre con el ánimo de preservar el ideal de ‘pureza’ conceptual bajo el cual esgrime su modelo de agencia. En este sentido, se evidencia que el agente del filósofo canadiense se concibe como moralmente reducido, en virtud de que su racionalidad solo se basa en el cálculo de la adecuación de medios y fines (razón instrumental). Se trata de una visión reducida, así mismo, en tanto que cimenta la base motivacional del agente en razones que solo buscan satisfacer su propio interés, con lo cual la utilidad se convierte en el fundamento de la moral.

      Para la visión autointeresada del ser humano que propone Gauthier, las personas se ven volcadas al espacio público con el propósito de obtener beneficios que, de manera aislada y bajo un actuar guiado únicamente por una racionalidad que contempla tan solo las preferencias del sujeto individualizado e indiferente a la participación de los demás, no podrían obtenerse. De allí que, al menos para esta visión de la agencia, los individuos se vean volcados a interactuar en el plano público, a partir de la institución del mercado para ser más precisos, con el fin de satisfacer las preferencias que se ostentan con antelación a la inmersión en la esfera social. Allí toda posible cooperación se ve supeditada al cálculo instrumental que ve en la alianza una forma de aumentar el propio beneficio; en modo alguno se trata de un interés por el bienestar de los otros, antes bien se presenta el agente modelo como no concernido por sus congéneres.

      Dicho de otra manera, Gauthier propone un modelo de agente que establece sus preferencias de forma solipsista, sin que el contacto con los miembros de la sociedad interfiera en la configuración sustantiva de estas. En cierto modo, esta visión termina por prefigurar un modelo de sujeto aislado y solitario, que busca establecer relaciones sociales solo en la medida en que le resulta más provechoso para la satisfacción de sus preferencias individuales. Para Gauthier, tal modelo de agente tiene en ciernes lo que él considera un ideal de libertad seductor para los hombres contemporáneos: un sujeto autárquico del tipo Robinson Crusoe. Ante las críticas de este modelo, Gauthier terminará por señalar que, si bien desea rescatar varios rasgos del agente como homo oeconomicus, lo cierto es que su agente modelo se verá llevado a una corrección que lo acerca, más bien, al “individuo liberal” que el autor intentará presentar como caracterizado por una mayor sensibilidad moral. Tal es la promesa que evaluaremos en los próximos capítulos.

      Según la lectura de Gauthier, el mercado ideal, esto es, aquel en el cual no se presentan fallos y, por lo tanto, no hay explotación, resulta ser el espacio en el que los sujetos intervienen con miras a satisfacer sus necesidades y preferencias de manera perfecta. Se trata de un espacio en el cual la moral no resulta necesaria como mecanismo de corrección que limita las propias aspiraciones. Ahora bien, dado que no hay mercados perfectos, sino mercados con fallas donde la brecha entre el beneficio propio y el beneficio de todos tiende a incrementarse, la moral aparece como necesaria en tanto que corrige las interacciones económicas del mercado.

      Es importante notar que, con tal estrategia argumentativa, la moral queda reducida a una expresión correctiva de la razón instrumental propia del mercado que, en entre otras cosas, desconoce el papel que juega la afectividad en las consideraciones morales de los agentes que se encuentran en situaciones dilemáticas, donde median lazos de afecto o sentimientos morales. Desde la perspectiva de Gauthier, la acción moral se reduciría a aquella motivada por la consideración del propio beneficio, lo cual no resulta compatible con buena parte de nuestras intuiciones morales que señalan, por ejemplo, como incorrecto e inexcusable el negarse a prestar ayuda a otro en situación de alto riesgo cuando ello no supone un riesgo para la propia situación.

      En este punto, es importante recalcar un primer aspecto de la visión reducida del homo oeconomicus, al menos desde la reconstrucción propuesta por Gauthier: el agente es concebido como alguien que se basta a sí mismo para el establecimiento de sus propósitos y accede a tener un trato cooperativo con los otros solo con el fin de procurarse el beneficio resultante del cálculo estratégico. Más allá de ser un sujeto supuestamente ahistórico, Gauthier concibe un agente que se encuentra desligado de toda relación social previa que oriente y prefigure el proceso mismo de establecimiento de preferencias, como la experiencia humana misma manifiesta. Es evidente que Gauthier no está realizando una descripción del agente económico, sino desarrollando una propuesta normativa, la cual, sin embargo, es una visión empobrecida de la realidad de las personas, toda vez que no existen seres plenamente aislados; peor aún, no existen ‘dos momentos en la vida’ de estos: uno presocial y otro social.

      En el pensamiento de Gauthier, dado que el mercado, al ser la institución que sirve a la necesidad de mantener la armonía social, aún no se ha gestado de manera perfecta en la realidad, es necesario instituir una serie de normas morales que tendrían como propósito garantizar la no ocurrencia de excesos en los comportamientos egoístas de los seres humanos. Vale la pena destacar que la moral no tendría, entonces, una referencia directa al bienestar del otro; no sería expresión del concernimiento por el prójimo, sino tan solo restricción de la conducta egoísta con miras al propio beneficio.

      Según Gauthier, todos los agentes se caracterizan por ser racionales; esto es, por la capacidad de reflexionar y evaluar sus creencias hasta el punto de ser conscientes de ellas, en la medida en que estas se manifiestan verbalmente. De esta forma, surge lo que el autor denomina preferencias consideradas. En este sentido, la moral funciona como un conjunto de normas a las que el agente se adhiere con el fin de garantizar el disfrute de dicha institución; a la par que, como ideal regulativo que tiende a su concreción, el mercado mismo se ve perfeccionado a medida que los agentes interiorizan y acatan las normas sin necesidad de apelar a sanción alguna.

      Sin embargo, en su defensa del mercado como instancia que permite la inclusión formal mas no material de la moral, Gauthier incurre en una paradoja: si aquel deseaba promulgar una visión ahistórica de la moral, su defensa del mercado como institución social apetecible para cualquier cultura, tiempo y sociedad, termina por ir en contravía con dicha pretensión conceptual. En otras palabras, Gauthier incurre en una aparente contradicción cuando afirma que una institución cuya emergencia se encuentra históricamente situada es el mayor logro y propicia el mayor bienestar para cualquier cultura y sociedad, con independencia del contexto histórico en el que se encuentra. Con lo anterior, su defensa de la superioridad moral de la institución del mercado introduciría conceptualmente ciertas ideas que ya no serían formales, sino materiales: comprometen la teoría con cierta idea de sociedad que sería preferible a cualquier otra; lo cual parece, más que una consecuencia necesaria de la exposición, un compromiso ideológico que no está suficientemente sustentado.

      No obstante, este no es el único inconveniente que presenta la visión de la agencia expuesta por Gauthier. De hecho, la postura de aquel ostenta dificultades en la medida en que la evaluación de las preferencias solo se da en términos de hacerlas cognoscibles al agente mediante su verbalización, dejando de lado criterios externos o normativos que pudiesen cuestionar o avalar el contenido de la preferencia como tal. Nuestro autor, a pesar de querer mantener cierto estatus normativo para este tipo de preferencias, termina por incurrir en una contradicción: al final de su argumentación, queda claro que el único criterio claro para establecer la racionalidad de las preferencias es su mera expresión.

      Por último, aunque Gauthier estima que en el mercado perfecto no cabría explotación y, por lo tanto, no sería necesaria la moral, el autor deja de lado, en el marco de sus consideraciones, una diferencia que el mercado perfecto no puede resolver de manera previa al juego del intercambio, a saber: las asimetrías de información. Estas se transforman en un empobrecimiento de la libertad de aquel que ‘sabe menos’ al entrar en actividades de intercambio con el que ‘sabe más’. Se trata de la ventaja típica, por ejemplo, del vendedor sobre el comprador que le permitiría parasitar la situación para aprovechar su ventaja y generar prácticas de injusticia y explotación, debido a la imposibilidad del comprador de una preferencia considerada, ya que, debido a la falta de información, puede terminar eligiendo cosas que no redundan en su propio beneficio.