Leticia Elena Naranjo Gálvez

Tres modelos contemporáneos de agencia humana


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desliz por parte de Gauthier, quien parece haber pasado sin mediaciones desde la asunción de una metáfora, la del mercado perfecto y sus market-selves —tomadas como ficciones necesarias para modelar a la sociedad en tanto que sistema de cooperación, y a los agentes que en ella participan—, a lo que ahora puede ser visto como el elogio de un tipo real-histórico de sociedad, la cual debe ser pensada como el ejemplo por seguir por parte de cualquier otra (actual o futura). A mi entender, no queda claro si, por una parte, estamos hablando en términos de ficciones o metáforas útiles para modelar ciertas realidades a un nivel meramente conceptual y normativo, o si, por la otra, estamos al nivel de hechos verificables. Tampoco creo que quede claro el alcance que finalmente quisiera darle Gauthier a sus metáforas ni, por consiguiente, cómo concebir la relación y las posibles distancias que habría (en el contexto de su discurso) entre lo fáctico y lo modélico. Pues, de un lado, como hemos visto, nuestro autor se defiende en contra de quienes querrían criticarle por tomarse demasiado en serio sus ficciones o metáforas y creer, por lo tanto, que efectivamente así de monstruosos y de egoístas es como somos los seres humanos, y así de insolidarias son las sociedades que de hecho establecemos; esto es, meros market-selves interactuando en meros mercados. Pero, de otro lado, ahora resulta que Gauthier nos dice que el mercado es la mejor expresión de lo que somos y de lo que deberíamos aspirar a ser todos los agentes humanos, pues en él se da, como un hecho y no solo como una idea regulativa, la liberación de los lazos de la tribu, tanto para hacer negocios como para establecer sin coerción nuestras lealtades y afectos personales.

      Empero el autor intenta, una vez más, adelantarse a este tipo de críticas y entra a comentar el tema de los peligros que ofrece esta suerte de liberación operada por el mercado en aquel tipo de sociedades en las que no está del todo consolidado el capitalismo; peligros en los que se combinan, según Gauthier, los fallos de ambas formas de sociedad: la que se encuentra en un estadio previo al capitalismo y aquella otra en la que dicho sistema se encuentra más desarrollado. Así, nuestro autor afirma que en los escenarios sociales cuyo capitalismo aún es incipiente, por un lado, suele entorpecerse el cumplimiento de las restricciones morales y políticas que pondrían límites a las injerencias de las lealtades personales o de tribu en los asuntos públicos; y, de otra parte, esta preocupante situación se agrava aún más, ya que a ella se suma la tendencia a que, al mismo tiempo, la vida de los afectos se contamine por causa de la intromisión de intereses meramente económicos. Sin embargo, no ha de perderse de vista que estos resultados adversos solo se dan, según Gauthier, en sociedades que están a mitad de camino de su desarrollo capitalista, no en aquellas otras en donde ya se ha consolidado plenamente el sistema de mercado. Este último tipo de sociedad sigue siendo, a su entender, ejemplar. Allí las restricciones morales no solo son perfectamente compatibles con el no concernimiento mutuo que hay entre los ciudadanos, sino que, además, se hacen necesarias a causa de ese mismo no concernimiento, y dada la estructura de relaciones que se establece entre los agentes que interactúan de este modo. En este tipo de escenarios sociales, la moralidad no tiene un fundamento afectivo, sino que se respeta en razón de la búsqueda del interés individual, esto es, posee una base propiamente racional.

      Morality, as a system of rationally required constraints, is possible if the constraints are generated simply by the understanding that they make possible the more effective realization of one’s interests, the greater fulfilment of one’s preferences, whatever one’s interests or preferences may be. One is not then able to escape morality by professing a lack of moral feeling or concern, or a lack of some other particular interest or attitude, because morality assumes not such affective basis (pp. 102-103).

      En cuanto a esta idea de un fundamento racional y no afectivo de la moral, Gauthier nuevamente manifiesta hallarle la razón a Kant y, por el contrario, no compartir una posición como la de Hume. No obstante, una vez más pienso que se le podría objetar al autor canadiense que resulta un tanto difícil emparentar a Kant con una defensa del sistema de mercado. Entre otros motivos porque no creo que el filósofo alemán estuviera postulando su teoría moral como aplicable a la sociedad humana modelada en términos de vínculos económicos, los cuales, a los ojos de Kant, tal vez serían vistos como relaciones de mutua instrumentalización. Si, para él, esto último constituye aquello a lo que precisamente habría que poner límites mediante la moral, entonces obtendríamos de Kant una pintura poco conciliable con la apología que hace Gauthier de la sociedad de mercado como moralmente ejemplar. En mi opinión, el filósofo alemán estaba pensando, en franco contraste con los lineamientos de La moral por acuerdo, en términos de un respeto moral que, si bien no obedece a simpatías personales, como correctamente señala Gauthier, tampoco viene determinado por la lógica económica de la mutua instrumentalización. Por lo tanto, no sería acertado atribuirle un carácter moral-kantiano a la persecución de los fines individuales, llevada a cabo por los agentes que no están concernidos por sus congéneres. Al contrario: antes que obedecer a aquello a lo que Gauthier llama “no concernimiento mutuo”, los mandatos morales, tal y como se piensan desde Kant, más bien constituirían los límites que el respeto impone a quienes, persiguiendo sus propios intereses, desatienden los intereses de las demás personas.

      Otra objeción que a estas alturas pienso que se hace aún más justificada apuntaría a que Gauthier primero ha atribuido al mercado perfecto una ausencia —por innecesaria e injustificada— de la moral y, sin embargo, ahora resulta que nos dice que esta última solo podría surgir en una sociedad de mercado perfecto, ya que en ella sus miembros, al no estar concernidos los unos por los otros, están unidos por relaciones que no son afectivas, sino meramente racionales. Con lo cual ocurre que cada uno procura su propio interés y, por lo tanto, solo respeta las reglas del juego como el vehículo necesario para el logro de dicho interés. De manera que nos encontramos con la incómoda conclusión de que no queda claro, finalmente, si se está hablando de un mercado perfectamente competitivo como zona libre de moral o si, por el contrario, se está señalando que dicho mercado es el único contexto en el que puede surgir una moral racionalmente justificada. Esta confusión tal vez se deba, insisto, al hecho de que Gauthier parece tomarse demasiado en serio sus modelos del mercado y de sus market-selves; tan en serio que por momentos dejan de ser metáforas o esbozos orientativos y pasan a ser el ‘ejemplo real’ por seguir. Se trata del ejemplo constituido por aquello que, usando una suerte de jerga hegeliana, podría llamarse lo “real-racional”: la realidad ejemplar encarnada en la moderna sociedad de mercado.54 Esta última súbitamente deja de ser el locus de mercados meramente imperfectos, a pesar de ser real-histórica y aunque parezca necesitar restricciones morales, a la vista de los innegables fallos e injusticias —moralmente preocupantes— que se le podrían señalar.

      Uno de estos fallos que, por cierto, Gauthier no menciona expresamente, viene dado por las asimetrías de información. Si bien nuestro autor no se refiere a este asunto de manera explícita, es posible que lo tuviera en mente al postular su tesis de la moral como la solución racional a las imperfecciones del mercado. De este modo, si se piensa en una hipotética situación en la cual ya se han solucionado los problemas ocasionados por tales imperfecciones, es de suponerse que, para el filósofo canadiense, el sistema de interacciones económicas entraría a funcionar tal y como lo haría un mercado perfectamente competitivo, lo cual exigiría la erradicación de todo tipo de transacciones forzosas, incluyendo aquellas que se originan en las asimetrías de información. Esto es, situaciones caracterizadas por una desventaja y, con ello, por una pérdida de libertad para quien ‘sabe menos’ frente a quien transa con ella/él ‘sabiendo más’; v. g., tratándose de un agente que compra un producto o un servicio conociendo muy someramente las características de lo que compra frente a quien le vende dicho producto o servicio sabiendo a ciencia cierta qué es eso que le está vendiendo a su cliente. Esta posición de ventaja del vendedor sobre el comprador, a causa de su mayor acopio de información, le permitiría al primero ‘parasitar’ y explotar al segundo, y en ello creo que Gauthier estaría de acuerdo. De allí que seguramente su tesis de la moral como el remedio para las imperfecciones del mercado incluiría la corrección de las asimetrías de información.

      Pienso que nuestro autor tampoco objetaría que, a partir de esta tesis suya, se obtuviera así mismo la conclusión de que, si ocurriese que en el mercado se vieran favorecidos los intereses del explotador en contra de quien es objeto de esta particular forma de