dónde lo compró —dijo—. Pero primero tenemos que desayunar.
Portobello Road es una calzada larga y estrecha que se retuerce desde Notting Hill hasta la Westway y más allá. Ha sido la primera línea de combate de la guerra de aburguesamiento que se lleva librando desde que en los marchosos años sesenta los millones empezaron a llegar a Ladbroke Grove de la mano de las estrellas del pop y los directores de cine. Desde la época en la que uno podía corretear por el campo de la zona norte y coger peces en Counter’s Creek siempre ha existido un mercadillo. El de antigüedades, el tramo que más atrae a los turistas todos los sábados, solo lleva desde la década de los cuarenta, pero es en lo que piensan todos cuando escuchan el nombre. A medida que los millonarios sustituían a los bohemios ricachones en los ochenta, Portobello se ha convertido en un medidor del cambio social. Desde el extremo final de Notting Hill, las personas con sueldos de seis cifras han ido sisando las pequeñas y cuidadas casas adosadas victorianas y las grandes cadenas han buscado la forma de colarse entre las tiendas de antigüedades y las cafeterías jamaicanas. Los únicos en mantenerse como baluartes ante la marea implacable son los pisos de protección oficial de ladrillo rojo, que les lanzan miradas fulminantes a los habitantes de la City y a los profesionales de los medios y que hacen bajar los precios de las casas por su sola presencia.
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