o no.
Cuando terminamos, volvieron a invitarme a salir, pero dije que no y, en su lugar, conduje despacio y con cuidado hasta casa.
* * *
Lesley salió del hospital y apareció inesperadamente cuando yo intentaba perfeccionar una forma llamada aqua que, para los que no hayáis tenido una educación clásica, es una forma básica para manipular el agua. Solía formar la empedocliana junto con lux, aer y terra, dos de las cuales pasaron de moda cuando la teoría de los cuatro elementos de la materia no sobrevivió a la época de la Ilustración.
Se parece mucho a luz porque moldeas la forma en tu cabeza, abres la palma de la mano y, con suerte, te encuentras con una bola de agua del tamaño de una pelota de ping-pong. Nightingale aseguraba no saber de dónde salía el agua, pero yo supuse que provenía del aire del entorno. Era eso o que la absorbiéramos de una dimensión paralela, del hiperespacio o de algo incluso más extraño. Yo esperaba que no fuera el hiperespacio porque no estaba preparado para lo que eso implicaba.
En mi caso, de momento, había conseguido hacer una nube pequeñita, una gota de lluvia congelada y un charco. Y eso después de que tardara cuatro semanas en conseguir algo. Nightingale me estaba supervisando en el laboratorio de aprendizaje del primer piso cuando la neblina sobre mi mano se encogió y se convirtió en una bola flácida. El problema que surge en esta fase en la que estás aprendiendo a dominar una forma es que resulta casi imposible saber por qué lo que estás haciendo en ese momento funciona mejor que lo que estabas haciendo dos segundos antes. Por eso terminas practicando mucho las formae nuevas y no es fácil mantenerlas, sobre todo cuando alguien decide empezar a cantar el estribillo de Rehab al otro lado de la puerta, en voz alta y desafinando un cuarto de tono.
La bola explotó como un globo de agua, empapándome a mí, al banco y al suelo que teníamos alrededor. Nightingale, que ya estaba acostumbrado a mi peculiar aptitud de explotar las formae, se había mantenido bien atrás y llevaba puesto un chubasquero.
Fulminé a Lesley con la mirada y ella adoptó una pose en la puerta.
—He recuperado mi voz —dijo—, más o menos. —Había dejado de llevar puesta la máscara dentro de La Locura y, aunque su rostro seguía destrozado, al menos conseguía distinguir cuándo sonreía.
—No —dije—, siempre has desafinado.
Nightingale le hizo señas a Lesley para que entrara.
—Perfecto —dijo—, me alegro de que estés aquí. Tengo algo que enseñaros y estaba esperando a que estuvierais los dos para haceros la demostración a la vez.
—¿Puedo dejar mis cosas primero? —preguntó Lesley.
—Pues claro —respondió Nightingale—. Mientras lo haces, aquí el amigo puede ponerse a limpiar el laboratorio.
—Menos mal que era agua —comentó Lesley—. Ni siquiera Peter puede hacer que explote.
—No tentemos a la suerte —dijo Nightingale.
Nos reunimos de nuevo media hora después y Nightingale nos condujo a uno de los laboratorios sin usar del final del pasillo. Quitó unos guardapolvos y descubrió unos bancos de trabajo arañados, tornos y tornillos de banco. Lo identifiqué como un taller de diseño y tecnología, como el que utilizaba en el colegio, solo que atrapado en el túnel del tiempo de los días de la energía a vapor y el trabajo infantil. Levantó el último guardapolvo, bajo el que había un yunque negro de hierro de la clase que solo he visto cayendo sobre la cabeza de los dibujos animados.
—¿Estás pensando lo mismo que yo, Lesley? —pregunté.
—Eso creo, Peter —respondió—. Pero ¿cómo vamos a subir hasta aquí el poni?
—Herrar un caballo es una destreza muy útil —comentó Nightingale—. Y cuando yo era niño solía haber una herrería abajo, en el patio. Aquí, sin embargo, es donde convertimos a los chicos en hombres. —Se quedó callado y miró a Lesley—. Y supongo que a las jovencitas en mujeres.
—¿Vamos a forjar el Anillo Único? —pregunté.
Nightingale levantó un bastón.
—¿Lo reconoces? —preguntó.
Sí, lo reconocía. Era el bastón de un caballero, con un mango de plata de aspecto un tanto deslustrado.
—Es tu bastón para caminar —dije.
—¿Y qué más?
—Tu bastón de mago —dijo Lesley.
—Muy bien —dijo Nightingale.
—El golpea-canallas —dije, y cuando Lesley levantó lo que quedaba de su ceja izquierda, añadí—: Un bastón para darle una paliza a los granujas.
—Y la fuente de poder de un mago —dijo Nightingale.
Hacer magia tiene una limitación muy específica. Si te pasas, tu cerebro se convierte en queso suizo. El doctor Walid lo llama degradación hipertaumatúrgica y tiene algunos cerebros en un cajón que saca a la menor excusa para mostrárselos a los jóvenes aprendices. La regla de oro del daño cerebral es que, para cuando sientes cualquier cosa, el daño ya está hecho. Así que los practicantes de esta destreza suelen pecar de precavidos. Esto puede causar tensión cuando, solo como hipótesis, dos tanques Tigre aparecen de repente por entre los árboles una noche lluviosa de 1945. Para convertirse en el héroe de Boy’s Own Weekly y conservar el cerebro intacto, un mago sensato lleva consigo un equipo al que haya imbuido personalmente de muchísimo poder.
No me preguntes qué clase de poder es porque lo único que tengo que puede detectarlo es Toby, el perro. Me encantaría meter algún material con potentes vestigia en un espectrómetro de masas. Primero tendría que conseguir uno y después tendría que aprender suficiente física como para interpretar los puñeteros resultados.
Nightingale puso su bastón sobre uno de los bancos de trabajo, desatornilló la parte de arriba y sujetó la parte del palo a un tornillo de banco. Después, con un martillo y un cincel, lo partió a lo largo y descubrió un núcleo color plomo azulado mate del grosor de un lápiz.
—Este es el corazón del báculo —dijo, y buscó una lupa en un cajón cercano—. Miradlo más de cerca.
Cogimos la lupa por turnos. La superficie del núcleo se había difuminado salvo por unas distinguibles ondas sombreadas que parecían enrollarse hacia arriba a lo largo de su longitud.
—¿De qué está hecho? —preguntó Lesley mientras lo observaba.
—De acero —respondió Nightingale.
—De acero doblado —dije—, como las espadas de los samuráis.
—Se llama acero wootz —dijo Nightingale—. Son diferentes aleaciones de acero, forjadas con un diseño intencionado. Si se hace correctamente, crea una matriz que retiene la magia de manera que su dueño pueda recurrir a ella después.
Con lo que uno se ahorra bastante desgaste del cerebro, pensé.
—¿Cómo se introduce la magia? —preguntó Lesley.
—Mientras lo forjas —dijo Nightingale, y fingió que usaba un martillo—. Se utiliza un hechizo de tercera orden para elevar la temperatura de la forja y otro para mantenerla caliente mientras golpeas tu obra con el martillo.
—¿Y qué hay de la magia? —pregunté.
—Deriva, o eso me enseñaron, de los hechizos que uses durante su forja —dijo.
Lesley se frotó el rostro.
—¿Cuánto tiempo se tarda? —preguntó.
—Este bastón llevará más de tres meses. —Vio la expresión de nuestro rostro y añadió—: Si trabajas, digamos, una o dos horas al día. No puedes excederte con la cantidad de magia, de lo contrario, el propósito del bastón