José Carlos Mariátegui

Antología


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de la cultura del libro (una dimensión de sus intereses a la que casi no se le ha prestado atención). En una serie de artículos dedicados a ese campo, podía detenerse en la situación de sus distintos actores –autores, editoriales, traductores, libreros– y ofrecer un diagnóstico crítico tanto de la Biblioteca Nacional limeña (“paupérrima”, a la que no llegaba “ni un solo gran diario europeo”) como de la deficiente circulación internacional de libros en el continente.[55] Mariátegui buscó intervenir de diversos modos dentro de ese pobre panorama, montando junto a su hermano Julio César una editorial propia (Minerva) y haciendo de Amauta un receptáculo vivo de la literatura, el ensayo y las revistas culturales internacionales. La “crónica de libros”, que número a número solicitaba a su círculo colaborador, mantuvo siempre en su publicación un lugar privilegiado. Pero además, sus propias recensiones críticas en Mundial y Variedades a menudo incluían comentarios de las tendencias recientes del mundo del libro y las geografías de la edición. Así, mientras consignaba que “los libros de Henri Barbusse se cuentan entre los que más pronto y solícitamente son traducidos al español”, advertía que “el remarcable muestrario de novelas de la nueva Rusia que tenemos traducidas al español no alcanza […] a representar sino fragmentariamente algunos sectores de la literatura soviética”; y al tiempo que lamentaba que “a D’Annunzio lo hemos conocido y admirado en las mediocres, cuando no pésimas, traducciones españolas”, dado que “en Italia se traduce mucho”, sugería aprender la lengua del poeta para “acercarse a otras literaturas, más pronto y concienzudamente vertidas al italiano que al español”.[56] En suma, desde su recodo limeño Mariátegui se propuso participar en la creciente red global de intercambios literarios y en el proceso de la literatura mundial.[57]

      Indigenismo y realidad peruana

      Mariátegui tiene al menos otros dos fuertes incentivos al internarse en sus estudios de la realidad peruana. El primero, de orden estético-político: el indigenismo es en el Perú el proveedor de materiales para la emergencia de lo nuevo. Es, como se evidencia en el célebre ensayo dedicado a la literatura que cierra su libro, aquello que da cuerpo en su país a la vanguardia, la temática que permite sincronizar a los núcleos de jóvenes intelectuales emergentes en Lima y en provincias con el ánimo de ruptura pregonado en el mundo por las nuevas generaciones. El segundo, de carácter político-estratégico: según explica nuestro autor,

      No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros pueblos, de otras viejas razas en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el pueblo inkaico, que construyó el más desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial?