Katherine Applegate

La primera


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objetos sagrados.

      Kharu me miró, y yo hice un leve gesto de asentimiento. Estaba mintiendo por omisión, obviando detalles importantes, para burlar mis sentidos.

      —¿Si os traemos esos objetos, nos dejaréis partir? —preguntó Kharu.

      —Eso fue lo que dijo la reina.

      No, en realidad no lo había dicho. Ella no se comprometió, sino que se limitó a pronunciar una condición. De nuevo, Daf Hantch respondía con evasivas.

      Kharu no necesitaba que yo le señalara eso. Sin embargo, hizo un gesto afirmativo, como si se hubiera creído semejante embuste.

      —Nosotros esperaremos aquí —continuó Daf Hantch, respirando con dificultad—. No hay otra manera de salir o entrar a este lugar. —Hizo un respingo al decirlo y me lanzó una mirada que pretendí no ver, al igual que pretendí no haber oído esta nueva mentira.

      Más valía dejarlo pensar que le creíamos.

      Dejamos a los natites y a nuestros ponis babosa atrás, y seguimos a pie. Hacía calor incluso para nosotros, como en un mediodía de verano; no era insoportable, pero tampoco agradable. La luz se fue haciendo más intensa, y pronto encontramos la fuente de donde venía.

      Ante nosotros se abría una enorme cueva cruzada por riachuelos de magma. Pero eso no era lo peor. El magma también goteaba desde el techo de la cueva, una lenta lluvia de gotas tan calientes que bien podían quemar la ropa y la carne. Nuestro objetivo estaba en el extremo más lejano, a unos cien pasos bajo ese diluvio mortífero. Allí, la pared de la cueva subía verticalmente hasta desaparecer en la oscuridad.

      Al pie de esa pared había una poza rectangular rodeada de piedra. Una pequeña corriente de agua seguía un canal tallado en la piedra, y llenaba esta piscina, que producía una columna de vapor. El agua que rebosaba se acumulaba en un cauce serpenteante que hacía su camino entre los riachuelos de magma, hervía en los lugares en que se acercaba demasiado a éstos e iba soltando vapor en toda su longitud.

      Entre nosotros y la piscina que esperábamos alcanzar había grandes gotas de roca fundida que caían, una red de corrientes de magma, otra de vapor, y debajo de todo esto, una corteza de suelo renegrido.

      Tragué saliva. Sospecho que al igual que todos los demás.

      —¿Y estos natites creerán que somos invulnerables a la lava? —preguntó Kharu, riendo sin poder dar crédito—. ¡Es imposible que crucemos!

      Sin embargo, Renzo estaba estudiando la situación. Lo observé... la manera en que seguía cuidadosamente los movimientos, de izquierda a derecha, de arriba abajo, para percatarse hasta del último detalle. Se tomó su tiempo, asintiendo mientras pensaba, ignorando nuestras exclamaciones de irritación e incredulidad.

      Al final, dijo:

      —Creo que puedo hacerlo.

      —¿Que puedes hacer qué? —preguntó Kharu.

      —Puedo llegar hasta esa piscina y coger lo que sea que esté allí.

      —Eres tonto —respondió Kharu.

      —Quizá —respondió con una amplia sonrisa—, pero resulta que también soy un excelente ladrón. He logrado entrar y salir de las casas de personas con grandes riquezas, paredes muy altas, perros furiosos y hombres armados. Puedo hacerlo.

      Kharu frunció el entrecejo.

      —Perfecto, Renzo, el excelente ladrón, ¿qué ves tú que yo no veo?

      —Veo teúrgia más allá de todo lo que sé que está aquí. El suelo posee una leve inclinación hacia arriba, con lo cual las gotas de magma ruedan por los canales antes de que puedan enfriarse y adherirse, pero a pesar de eso, el diseño de esos canales no se hizo sin teúrgia. Ninguna pendiente, por más inclinada que sea, podría mantener esos canales sin taponamientos de magma acumulado. No. Hay magia operando aquí, magia muy antigua y poderosa —esbozó una sonrisa traviesa—. Pero además de la teúrgia, tenemos también matemáticas.

      Gambler enderezó la cabeza, con un gesto de sorpresa muy poco propio de un felivet.

      —¿Sabes de matemáticas? Era una de mis áreas de estudio en la isla de los eruditos antes de que yo... bueno, antes de que yo molestara a las personas que no debí molestar y terminara en la mazmorra en la que me encontrasteis.

      —Aprendo un poco de todo de todas partes —señaló Renzo—. Hay setenta y dos puntos diferentes de goteo. A primera vista, parece cosa del azar: que es inevitable quemarse. Pero veo un patrón, que podría explicar con más facilidad si tuviera un trozo de papel y algo de tinta... —miró alrededor, como si esperara que alguien le ofreciera lo que necesitaba, pero luego notó la impaciente exasperación en el rostro de Kharu—, o podría hablar de matemáticas con Gambler en algún otro momento.

      —Tal vez sería lo ideal —comenté.

      —Hay un ritmo, un patrón matemático. No será fácil, pero creo que puedo hacer el recorrido en doce saltos. El cuarto y el noveno serán los más difíciles.

      —Si sobrevives para llegar hasta la piscina, porque el agua hierve a borbotones —agregó Gambler—. Te quemarás la mano.

      —Así es. Necesitaré algo para sacar los objetos. Algo que pueda soportar el calor —miró intencionalmente la espada de Kharu.

      —No, no, no —exclamó Kharu—. ¡Ésta es la Luz de Nedarra! Pertenece a mi familia y así seguirá. No tiene precio.

      —Sí, y yo soy un ladrón.

      Kharu frunció los labios, enfadada:

      —Sí o no, Renzo —lo increpó—, habla claro para que Byx pueda oírte y juzgar si dices la verdad. ¿Estás planeando robar mi espada, sí o no?

      Renzo esbozó una pequeña sonrisa y ladeó la cabeza con descaro.

      —No voy a responder a eso, Kharu. O bien confías en mí o no. Eres la líder de nuestro pintoresco grupo y confiamos en tus instintos. ¿Qué te dicen ellos de mí?

      Kharu no parecía complacida, en absoluto. Un sonido muy semejante a un gruñido animal brotó de su garganta. Dio un paso al frente, amenazante, con la mano en la empuñadura de la espada. Pero Renzo no dejó de sonreír.

      Se miraron durante un buen rato, Renzo, con expresión divertida, Kharu, con gesto duro y lleno de sospecha. Durante unos instantes creí tener la certeza de que ella estaba a punto de cortarle la cabeza.

      —Cógela —dijo Kharu, arrojando la espada con el mango hacia Renzo.

      —Gracias, Kharu —respondió él, con apenas un dejo burlón.

      La respuesta de Kharu sonó más o menos así: “Grrrrrrr”.

      8

      Una obra maestra de planeación ejecutada sin el menor fallo

      e1

      Los dairnes no somos grandes bailarines. Y tampoco he tenido el gusto de ver a bailarines profesionales

      Esperó, marcando con la cabeza un ritmo que yo no alcanzaba a percibir. Luego dio un salto alto y largo, para caer con un pie a cada lado de un canal en el preciso momento en que una gran porción de piedra candente rodaba por él.

      Otro brinco, y fue a dar en un punto de apoyo muy estrecho en el que dos canales pasaban muy cerca uno de otro. Se inclinó hacia atrás y una gota cayó cerca de su pecho. De inmediato se movió hacia delante cuando otra gota pasó aún más cerca de su espalda.

      Una pausa, y vino luego el salto número tres. Renzo tocó tierra con pie firme en un espacio en el que no caía gota alguna. Allí podría recuperar el aliento.

      Era aterrador observarlo, pero no podíamos quitarle la vista de encima.

      Tal como él lo había