Victoria Aveyard

La Reina Roja


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hacia su esposa—. No podemos matarte, Mare Barrow —aún no, queda flotando en el aire—. Así que te ocultaremos dejándote a la vista de todos, donde podamos vigilarte, protegerte y tratar de entenderte.

      El brillo de sus ojos me hace sentir un manjar a punto de ser devorado.

      —¡Padre! —estalla Cal, pero su hermano, el príncipe pálido y esbelto, lo toma del brazo para acallar sus reproches. Esto tiene un efecto calmante en Cal, y cede.

      Tiberias prosigue, ignorando a su hijo.

      —Ya no eres Mare Barrow, una hija Roja de Los Pilotes.

      —¿Entonces quién soy? —pregunto, con voz temblorosa, pensando en todo lo horrible que ellos me pueden hacer.

      —Tu padre fue Ethan Titanos, general de la Legión de Hierro, muerto en batalla cuando eras una niña. Un soldado, un Rojo, te llevó consigo y te educó en la inmundicia, sin revelar jamás tu verdadero origen. Creciste creyendo que no eras nada y ahora, por obra del azar, vuelves a ser alguien. Eres Plateada, una dama de una gran Casa perdida, una noble con inmenso poder, y algún día serás una princesa de Norta.

      Aunque lo intento, no puedo contener un grito de estupefacción.

      —¿Una Plateada… una princesa?

      Mis ojos me traicionan, y vuelan a Cal. Una princesa ha de casarse con un príncipe.

      —Te casarás con mi hijo Maven, y lo harás sin protestar.

      Me quedo tan boquiabierta que juro que mi quijada casi toca el suelo. Un sonido horrible, vergonzoso, escapa de mi boca mientras busco algo que decir, pero lo cierto es que esto me ha dejado sin habla. Ante mí, el joven príncipe parece igual de confundido, y farfulla tan ruidosamente como yo quisiera hacerlo. Esta vez es el turno de Cal de refrenarlo, aunque me mira a mí.

      El joven príncipe consigue decir algo.

      —No lo entiendo —suelta él, haciendo caso omiso de Cal. Da rápidos pasos hacia su padre—. Ella es… ¿por qué?

      En condiciones usuales, yo me sentiría ofendida, pero tengo que aprobar las reservas del príncipe.

      —¡Cállate! —exclama bruscamente su madre—. Obedecerás.

      Él la fulmina con la mirada, cada palmo del joven hijo se rebela contra sus progenitores. Pero la madre persiste y el príncipe retrocede; conoce tan bien como yo su ira y su poder.

      Mi voz es débil, apenas audible.

      —Esto parece… demasiado —no hay otra forma de describirlo—. Usted no necesita hacer de mí una dama, y menos todavía una princesa.

      Tiberias sonríe, pese a todo. Como los de la reina, también sus dientes deslumbran de blancura.

      —¡Ah, pero lo haré, pequeña! Por primera vez en tu rudimentaria y miserable vida tendrás un propósito —siento la pulla como una bofetada—. Henos aquí, en las primeras etapas de una rebelión inoportuna, con grupos terroristas o combatientes de la libertad o como se llamen esos Rojos idiotas, haciendo volar las cosas en pedazos en el nombre de la igualdad.

      —La Guardia Escarlata —Farley. Shade. Tan pronto cruza este nombre por mi mente, suplico que la reina Elara no vuelva a entrar en mi cabeza—. Ellos realizaron un atentado…

      —En la capital, sí —el rey alza los hombros y se rasca el cuello.

      Mis años en las sombras me han enseñado a adivinar un gran número de cosas. Quién lleva más dinero consigo, quién no reparará en ti y quién miente. El rey miente, lo sé, mientras veo cómo, una vez más, se encoge forzadamente de hombros. Quiere parecer desdeñoso, pero no lo logra. Algo le hace temerle a Farley, a la Guardia Escarlata. Algo mucho mayor que unas cuantas explosiones.

      —Y tú —continúa, inclinándose al frente—, tú podrías ayudarnos a evitar que esta situación se complique.

      Yo reiría a tambor batiente si no estuviera tan asustada.

      —¿Casándome con… perdón, me podrías repetir tu nombre?

      Las mejillas del joven príncipe palidecen en lo que imagino es la versión plateada de un sonrojo. No en vano su sangre es de plata.

      —Me llamo Maven —contesta él, con voz baja y tranquila. Como el de Cal y su padre, su cabello es negro y esmaltado, pero las semejanzas terminan ahí. Mientras que ellos son corpulentos y musculosos, Maven es delgado, con unos ojos como agua clara—. Y sigo sin entender nada.

      —Lo que nuestro padre está tratando de decir es que ella representa una oportunidad para nosotros —dice Cal, quien por fin interviene para explicarse. A diferencia de la de su hermano, su voz es fuerte y terminante, la voz de un rey—. Si los Rojos la ven, Plateada de sangre pero Roja por naturaleza, educada por nosotros, es probable que se apacigüen. Será como un antiguo cuento de hadas, la plebeya convertida en princesa. Harán entonces de esta mujer su heroína. Se identificarán con ella, no con los terroristas —y concluye, con voz grave y sonora—: Ella será una distracción.

      Pero esto no es un cuento de hadas y ni siquiera un sueño. Es una pesadilla. Pasaré encerrada el resto de mi vida, obligada a ser quien no soy. A ser uno de ellos. Un títere. Un espectáculo para tener a la gente feliz, callada y oprimida.

      —Y si contamos bien la historia, también las Grandes Casas estarán satisfechas. Eres la hija perdida de un héroe de guerra. ¿Qué mayor honor podríamos darte?

      Nuestras miradas se cruzan, y yo imploro en silencio. Él me ayudó una vez, y quizá podría volver a hacerlo. Pero Cal inclina la cabeza de un lado a otro, la sacude lentamente. Aquí no me puede ayudar.

      —Esto no es una petición, Lady Titanos —dice Tiberias, usando mi nuevo nombre, mi nuevo título—. Cumplirás, y lo harás como es debido.

      La reina Elara vuelve hacia mí sus ojos pálidos.

      —Vivirás aquí, como es costumbre entre las novias de la realeza. Yo planearé a mi criterio cada día de tu vida, y tú recibirás lecciones de todo lo imaginable para que hagamos de ti alguien —busca la palabra correcta, mordiéndose el labio— apto —no quiero saber qué significa esto—. Se te someterá a continua inspección. En adelante, vivirás pendiendo de un hilo. Un paso en falso, una palabra inadecuada, y pagarás las consecuencias.

      Mi cuello se pone rígido, como si sintiera las cadenas con que los reyes lo han rodeado.

      —¿Y mi vida…?

      —¿Qué vida? —cacarea Elara—. ¡Deberías agradecer tu buena suerte, niña!

      Cal aprieta un momento los ojos, como si la risa de la reina le apenara.

      —Se refiere a su familia. Mare… esta joven tiene familia.

       Gisa, mamá, papá, los chicos, Kilorn… una vida arrebatada.

      —¡Ah, eso! —resopla el rey, mientras se deja caer en su asiento—. Supongo que le daremos una asignación para que se calle.

      —Quiero que mis hermanos regresen de la guerra —por una vez, creo haber dicho bien algo—. Y que no permita que sus legiones se lleven a mi amigo Kilorn Warren.

      Tiberias responde en un pestañeo. Un par de soldados Rojos no significan nada para él.

      —De acuerdo.

      Pero parece menos un indulto que una sentencia de muerte.

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      NUEVE

       L ady Mareena Titanos, hija de Lady Nora Nolle Titanos y Lord Ethan Titanos, general de la Legión de Hierro. Heredera de la Casa