Parlamentario y administrador naval, Samuel Pepys (1633-1703) es ahora célebre por el diario que escribió durante una década (1660-1669), todavía cuando era relativamente joven. Sus textos son una de las principales fuentes que permiten conocer el Londres del periodo de la Restauración. Pepys fue testigo de la Gran Plaga de Londres (1664-1666), que fue la última gran erupción de peste bubónica en Inglaterra, y a la cual sobrevivió. Se estima que la Gran Plaga acabó con un 20 por ciento de la población de Londres, una cifra modesta comparada con la de la primera peste bubónica, la Peste Negra. Curiosamente, a pesar de su nombre, la Gran Plaga no se recuerda por ser la mayor, sino por ser la última.
24 de mayo de 1665. [He ido] A la cafetería, donde hace tiempo que no voy, con Creed, y allí no se habla de otra cosa que de la salida de los holandeses y de que la plaga crece en la ciudad; y de los remedios contra ella: algunos dicen unas cosas; otros, otras.
7 de junio. Muy en contra de mi voluntad, vi en Drury Lane dos o tres casas marcadas con una cruz roja sobre las puertas y allí escrito «Que el señor se apiade de nosotros»; esto me entristeció, pues fue la primera vez que, hasta donde alcanzo a recordar, vi una de esas cruces. Eso hizo que cogiera manía a mí mismo y a mi olor, así que me vi obligado a comprar un poco de tabaco para olerlo y mascarlo, lo que hizo que se me pasara la aprensión.
15. La ciudad está muy enferma y la gente tiene miedo; esta semana han muerto 112 por la plaga, frente a los 43 de la semana pasada, de los cuales uno murió en la calle Fenchurch y otro en la calle Broad, junto al despacho del Tesorero.
29. En bote a White Hall, donde el patio está lleno de carros y de gente que se marcha de la ciudad.
5 de julio. Madrugo y me aconsejan que envíe el ajuar y las cosas de mi mujer a Woolwich, para alejarla más. Por la tarde (…) me acerco caminando a Whitehall, pero el parque está cerrado. Siento tener que separarme de mi mujer. Vuelvo tarde a casa y me voy directamente a la cama, sintiéndome muy solo.
29. A mediodía vengo a comer, donde me entero de que mi Will [su criado] ha vuelto y está echado en mi cama, enfermo con dolor de cabeza, lo que hace que se apodere de mí un miedo extraordinario; y me las ingenié como pude para sacarlo de la casa e hice que mi gente se pusiera a ello sin desanimarlo.
30 (Día del Señor). Will ha estado conmigo hoy y ha recuperado la salud. Ha sido triste oír tañer nuestras campanas tantas veces hoy, por muertes o por entierros, creo que no menos de cinco o seis veces.
John Dunstall vivió en la época de la Gran Plaga y describió su proceso en esta serie de grabados, que culminan con el regreso de los habitantes a la ciudad una vez hubo remitido la epidemia.
15 de agosto. Oscureció antes de que pudiéramos regresar a casa, así que acabamos en las escaleras de Churchyard, donde, para mi gran azoramiento, encontré el cadáver de una víctima de la plaga en el estrecho callejón, apenas bajados un par de escalones. Pero gracias a Dios no me perturbó demasiado. En adelante, sin embargo, intentaré evitar volver tan tarde.
31. Esta semana han muerto en la ciudad 7.496 personas, de las cuales 6.102 han fallecido por la plaga. Pero se teme que el número verdadero de muertos se acerque esta semana a diez mil, en parte por los pobres que no se contabilizan, por su gran número, y en parte por los cuáqueros y otros tras cuya muerte no aceptan que suenen las campanas.
3 de septiembre (Día del Señor). En pie, me visto con mi traje de seda de colores, muy suave, y mi nueva peluca, que había comprado hace tiempo, pero que no había osado ponerme porque la plaga estaba en Westminster cuando la compré; y es difícil saber cómo será la moda, cuando la plaga haya terminado, en lo que atañe a las pelucas, pues por miedo a la infección nadie se atreve a comprar pelo que haya sido cortado de las cabezas de las víctimas de la plaga.
16 de octubre. Caminé hasta la Torre, pero ¡Señor! ¡Qué vacías y melancólicas estaban las calles! ¡Y había tantos enfermos en ellas, llenos de llagas! Mientras caminaba escuchaba retazos de historias tristes, pues todo el mundo hablaba de sus muertos y de alguno que estaba enfermo y de que había tantos enfermos en este lugar y tantos en aquel otro. Y me dicen que en Westminster no queda ni un solo médico y solo un farmacéutico, pues todos los demás han muerto, pero hay grandes esperanzas de que la mortandad baje esta semana. ¡Así lo quiera Dios!
15 de noviembre: La plaga, loado sea el señor, ha matado a 400 personas menos, dejando el total de la semana en 1.300 y algo. ¡Alabado sea Dios!
25 (Navidad). Por la mañana a la iglesia, donde asití a una boda de las que no se ven todos los días. Los jóvenes novios estaban encantados de estar juntos y me resulta extraño ver el gozo con el que nosotros, los casados, queremos ver a estos pobres infelices reducidos a nuestra misma condición, pues todos los hombres y todas las mujeres les miran y les sonríen.
31 (Día del Señor). Así termina este año… Ahora la plaga ha remitido casi por completo. Toda mi familia está bien y ha estado bien todo el tiempo, y todos los amigos que conozco, exceptuando a mi tía Bell, que ha muerto, y a algunos niños de mi prima Sarah, se han salvado de la plaga. Pero muchos otros que conocía muy bien han muerto; no obstante, para nuestra alegría, las casas vuelven a llenarse y las tiendan vuelven a abrir.
Igual que Samuel Pepys, el guarnicionero Henry Foe decidió quedarse en Londres durante la epidemia. Se cree que también tomó apuntes sobre la plaga, apuntes que un sobrino suyo que se quiso dar aires de grandeza añadiendo un aristocrático De a su apellido, leería con atención para escribir su Diario del año de la peste. El sobrino, por supuesto, era Daniel Defoe, al que pronto veremos en estas páginas en su poco conocida vertiente de crítico arquitectónico.
Wren reconstruye la catedral de San Pablo
Un viaje por toda la isla de Gran Bretaña
Daniel Defoe
Daniel Defoe (1660-1731) nació en el este de Londres, no muy lejos de la catedral de San Pablo. Tuvo la mala fortuna de presenciar personalmente dos de los acontecimientos más extraordinarios y desdichados que se han producido en la ciudad: la Gran Plaga (1665) y el Gran Incendio (1666). Este último arrasó todo el barrio de Defoe cuando era niño, dejando solo tres casas en pie, una de ellas la de su familia. El texto que presentamos a continuación defiende la catedral de San Pablo construida por sir Christopher Wren, a la que muchos criticaron por verla alejada del estilo gótico de la «Antigua San Pablo», que es como se dio en llamar a la catedral que se quemó en el Gran Incendio.
La más bella de todas las iglesias de la ciudad, y de todas las iglesias protestantes del mundo, es la catedral de San Pablo, un edificio extremadamente bello y majestuoso, aunque algunos autores gusten de manifestar su ignorancia pretendiendo buscarle faltas: es fácil encontrarlas hasta en las obras de Dios cuando se las contempla en conjunto, sin reparar en la belleza de cada una de las partes consideradas por separado y sin buscar la razón y naturaleza de cada elemento; pero cuando se inquiere de manera madura, se contemplan estos detalles con una justa reverencia y se consideran con buen juicio, entonces ofrecemos