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Guía literaria de Londres


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      Grabado de 1763 que muestra una representación satírica del interior de la cafetería Jonathan’s, donde se reunían los vendedores y compradores de valores. Esta cafetería fue el origen de la Bolsa de Londres. Al autor, H. O. Neal, no le gustaban los tejemanejes de los financieros, pues dibuja a Britania, representación de la nación, desmayándose en el extremo izquierdo de la composición, mientras en el derecho un diablo se regocija. Si no por otra cosa, el hecho de que aparezca una mujer delata que se trata de una alegoría, pues las mujeres tuvieron prohibido el acceso a las cafeterías de Londres hasta la segunda mitad del siglo xix.

      Si hace buen tiempo, paseamos por el parque hasta las dos y luego vamos a comer; y si hace mal tiempo nos entretenemos jugando al Picket o al Basset7 en White’s, o hablando de política en la Smyrna y en St. James’s. No debo dejar de decirte que cada partido tiene su lugar favorito y, aunque un extraño siempre es bien recibido en cualquiera de ellos, un whig no pondría un pie jamás en el Cocoa-Tree o en Ozinda, y a un tory jamás se le vería en la Coffee-House de St. James’s.

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      Grabado de Gustave Doré de una cafetería en Petticoat Lane, publicado en London: A Pilgrimag (1872).

      Con el tiempo, las cafeterías evolucionaron y algunas de ellas se convirtieron en clubes privados. Así,White’s Chocolate se transformó en White’s Club, el más aristocrático (y el más antiguo) de todos los clubes de caballeros de Londres. La tendencia de los londinenses de ideas políticas afines a congregarse en el mismo café se extendió a los negocios: el doctor Johnson y sir Joshua Reynolds fundaron el Literary Club en el Turk’s Head del Soho (barrio que, a su vez, tomó su nombre del grito «So-hoe» que proferían los cazadores en los días en que aquella zona era campo abierto), mientras que las aseguradoras marítimas se reunían en la cafetería Lloyds, donde se acabó fundando el mercado de seguros. Ahora bien, a ojos de un extranjero como César de Saussure, un protestante suizo, las cafeterías parecían a veces lugares muy rudimentarios. El fragmento que reproducimos a continuación procede de una de sus cartas.

      En Londres hay un gran número de cafeterías, la mayoría de las cuales, a decir verdad, no están demasiado limpias ni bien amuebladas, debido a la cantidad de gente que acude a ellas y por culpa del humo, que pronto acaba con los buenos muebles. Los ingleses son grandes bebedores. En estas cafeterías puedes tomar chocolate, té o café, y todo tipo de licores, servidos calientes; también hay muchos lugares en los que se puede beber vino, ponche o cerveza (…) Lo que atrae a muchísima gente a estas cafeterías son las gacetas y otros periódicos públicos. Todos los ingleses son voraces consumidores de noticias. Los trabajadores suelen comenzar el día yendo a las cafeterías para así poder leer las últimas noticias. He visto muchas veces a limpiabotas y otra gente de su clase hacer fondo común para comprar un periódico (…) Algunas cafeterías son frecuentadas por eruditos y gente de ingenio; otras son terreno de dandis y políticos o, de nuevo, de profesionales de las noticias.

      El gran incendio de Londres

       Diario

      John Evelyn

      

      

      1666 no fue un buen año para Londres. Justo cuando la peste dejaba de atormentar a la ciudad, el fuego la consumió casi por completo. Cerca de las dos de la madrugada del 2 de septiembre de 1666 se produjo un incendio en la casa de Farryner, el panadero del rey, en Pudding Lane. No hay que dejarse engañar por el nombre, pues esta calle no era famosa por sus postres, sino por las entrañas y despojos de animales (también llamados puddings) que se caían de los carros de los carniceros de Eastcheap cuando llevaban los restos de su comercio a las barcazas de basura del Támesis. El caso es que esta calle, antes del incendio, era una de las más estrechas de Londres. Tanto, que un carro debía transitar con cuidado para no rozar las paredes de las casas. El resultado fue un incendio urbano espectacular, que arrasó una ciudad construida de madera. Hasta el incendio de Chicago en 1871 no conocería el mundo un incendio urbano mayor.

      2 de septiembre. Esta horrible noche (…) empezó el deplorable incendio cerca de la calle Fish, en Londres.

      3. Oramos en casa. El incendio continuaba después de cenar, así que fui en coche con mi esposa y mi hijo a Bankside, en Southwark, desde donde contemplamos el deprimente espectáculo de toda la ciudad envuelta en llamas que llegaban hasta la orilla del río; todas las casas del puente, toda la calle Thames y hasta arriba, desde Cheapside hasta Tree Cranes, todo estaba calcinado; así que regresamos, completamente sobrecogidos por lo que pudiera suceder con el resto de la ciudad.

      Puesto que el fuego continuó toda la noche (si es que puedo llamar noche a algo tan claro como el día en diez millas a la redonda, iluminado con una luz horrible), conspirando con un fuerte viento de levante y la extrema sequedad de la estación, fui a pie al mismo lugar y vi que todo el sur de la ciudad ardía desde Cheapside hasta el Támesis y a lo largo de Cornhill (pues el incendio también viajaba en dirección opuesta al viento, además de a su favor), las calles Tower, Fenchurch y Gracious, y así hasta Baynard’s Castle, y ahora estaba llegando a la iglesia de San Pablo, lugar en el que los andamios contribuyeron a avivarlo. El incendio fue tan universal y la gente estaba tan atónita que, desde el principio, no sé por qué abatimiento o resignación, les costó apremiarse a sofocarlo, de modo que no se oía ni se veía nada más que gritos y lamentos, y corrían como criaturas sin propósito, sin intentar siquiera poner a salvo sus bienes; tanta era la consternación que se había apoderado de ellos. Y el fuego ardía a lo largo y a lo ancho, engullendo iglesias, edificios públicos, la bolsa, hospitales, monumentos y atracciones; saltando de forma prodigiosa de casa en casa y de calle en calle, a gran distancia las unas de las otras. El calor, acumulado tras un largo periodo de buen tiempo, llegaba a prender el mismo aire y preparaba a los materiales para concebir el fuego, que devoraba, de un modo increíble, casas, muebles y todo cuanto encontraba. Allí vimos el Támesis cubierto de bienes flotando, con las barcazas y barcos cargados hasta los topes con todo lo que alguien había tenido el tiempo y el valor de salvar; igual que, en el otro lado, los carros se dirigían a los campos, que durante muchas millas aparecían sembrados de mobiliario de todo tipo y de tiendas erigidas para ofrecer refugio tanto a la gente como a los bienes que habían podido rescatar. ¡Oh, qué espectáculo tan calamitoso y miserable! El mundo felizmente no ha conocido otro igual desde su fundación ni podrá ser superado hasta el día del juicio final. Todo el cielo había cobrado un aspecto aterrador, como la parte superior de un horno ardiente, y la luz se vio durante muchas noches en cuarenta millas a la redonda. ¡Que Dios me conceda que mis ojos nunca vuelvan a contemplar algo así, después de haber visto diez mil casas en llamas! El ruido y el crepitar impetuoso del fuego, los gritos de las mujeres y los niños, la prisa de la gente, la caída de torres, casas e iglesias fue como una horripilante tormenta; y el aire estaba tan caliente e inflamado que al final nadie era capaz de acercarse, así que todos se vieron obligados a quedarse quietos y dejar que las llamas ardieran, cosa que hicieron, a lo largo de casi dos millas de longitud y una de anchura. Las nubes de humo también eran sombrías y se calculó que alcanzaron casi cincuenta millas de longitud. Así lo dejé esta tarde, ardiendo como si fuera Sodoma o el día del Juicio. Por fuerza me vino a la mente ese pasaje, non enim hic habemus stabilem civitatem: las ruinas parecen una imagen de Troya. ¡Londres fue, pero ya no es! Así, regresé.

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      Grabado que representa el Gran Incendio de Londres de 1666 visto desde la orilla sur del Támesis. Cruzando el río se puede observar el antiguo puente de Londres, con sus características casas colgadas en el puente, y en la orilla norte, en medio de las llamas, destaca la torre cuadrada de la antigua catedral de San Pablo. Este es el mismo lugar, Bankside, adonde Evelyn va con su esposa y su hijo a ver la magnitud del fuego. El grabado es obra de Robert Chambers, que se basó para