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Guía literaria de Londres


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¿Qué ha sucedido con este o aquel lugar, o con esta o aquella dinastía, que recuerdo tan sólida y floreciente hace solo unos cien años?». Cada resurgimiento implica una nueva Hégira, un nuevo punto de comparación, un nuevo estándar de excelencia, una nueva inspiración de simpatía; puede que arrepentimiento del pasado, puede que esperanza por el futuro. Así San Pablo , renovada una y otra vez, ha forjado su sentimiento de camaradería con la humanidad. San Pablo siempre es joven, es decir, relativamente joven —dos siglos desde su último nacimiento, el que se produjo tras el Gran Incendio; antes hubo otro periodo hasta su destrucción y regeneración anterior, y antes hubo otra, y aún otra, hasta remontarse a la primera San Pablo, que se levantó en el alba de la historia de Londres— siempre joven y, sin embargo, enriquecida con las tradiciones y, todavía mejor que las tradiciones, con las experiencias de los siglos. Esta catedral, esta generación de catedrales, debería poder enseñarnos lecciones que ninguna otra iglesia inglesa es capaz, en su monótona antigüedad, de ofrecernos.

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      Como bien dice McCarthy, San Pablo ha tenido una historia muy accidentada. La primera basílica tardorromana la construyó, como nos contó Beda el Venerable, el obispo Melito alrededor de 604 d.C. en lo que entonces se llamaba Lundenwic. Melito siguió la costumbre de construir las basílicas dentro del recinto de las antiguas ciudades romanas, pero, como sabemos, los sajones habían abandonado la ciudad romana, que estaba esencialmente desierta. De modo que ese primer San Pablo, aunque estaba dentro de las murallas, quedaba fuera de la ciudad. Tras los primeros asaltos vikingos, en 886, los sajones trasladaron la ciudad otra vez dentro de las murallas, así que Londres volvió a rodear su catedral, que fue reconstruida por completo. Esta segunda versión de San Pablo, sin embargo, fue arrasada por un terrible incendio que la Crónica anglosajona fecha en 962. Se supone que esta segunda San Pablo estaba hecha completamente de madera. Parece ser que la tercera San Pablo, que se empezó el mismo año de la destrucción de la anterior, se construyó ya en piedra, pero, por desgracia, no nos ha quedado nada de ella, pues de nuevo un incendio la destruyó en 1087.

      La cuarta San Pablo, que se conoce tradicionalmente como la Antigua San Pablo, la empezaron los normandos tras la destrucción de la anterior, y su construcción duró doscientos años, aunque un incendio en 1136 casi acabó con ella. Pese a que la catedral se construyó con piedra, el techo siguió siendo de madera, lo que al final resultó fatal. Tras una ampliación, se terminó en 1314 y es la majestuosa catedral gótica que se observa en el grabado sobre estas líneas. Era entonces la tercera catedral más grande de Europa y su espira, que se elevaba 149 metros, la convertía en uno de los edificios más altos del mundo. En 1561 un rayo incendió la espira y la destruyó. La catedral cambió su silueta, como puede observarse en la siguiente ilustración, pero sobrevivió. No tuvo tanta suerte en 1666, cuando el Gran Incendio que acabó con la mayor parte de Londres la destruyó por completo. La nueva San Pablo, su quinta encarnación totalmente nueva, fue encargada a sir Christopher Wren y es la que se observa en el grabado bajo estas líneas y la que todavía hoy puede visitarse en la ciudad de Londres.

      Fue en un periodo extraño de la historia de Inglaterra cuando la anterior catedral de San Pablo se convirtió en cenizas durante el Gran Incendio de Londres. Podemos ver aquella época a través de los ojos de dos observadores atentos e inteligentes y, sin embargo, tan distintos el uno del otro como es posible serlo.

      ¿Acaso conoce la historia del mundo y sus iglesias alguna otra catedral que haya sufrido más a causa del fuego que San Pablo? Toda la carrera de este templo no ha sido sino una ordalía por la prueba del fuego. Fue herida por un incendio cien años antes de que se construyera Westminster Hall, la parte más antigua del palacio de Westminster; fue arrasada hasta los cimientos por el fuego en el siglo xi y llevó casi dos siglos devolverle algo parecido a su antigua magnificencia. «¡Fuera! Nos perdemos en la luz» debería haber sido su lema, pues fue destruida prácticamente por completo por un incendio en el siglo xv y su espira, de la que se decía que fue el edificio más alto del mundo en su época, fue destruida por un incendio provocado por un rayo un siglo después. Así llegó a aquellos días terribles de 1666, cuando feneció junto con buena parte de Londres en uno de los incendios más terribles que jamás se han producido en la historia de las grandes ciudades. Se formó entonces una comisión para reconstruirla, de la que formó parte el valiente John Evelyn, y luego sir Christopher Wren levantó el monumento que mayor fama le ha dado, de tal modo que aquellos que cuestionen su paso a la posteridad solo tienen que mirarlo para cerciorarse. El gran arquitecto duerme bajo el cobijo de la catedral que levantó del polvo y las cenizas, y no se escribió ningún epitafio más noble ni justo en una tumba que el que encomienda sus restos a la reverencia del mundo.4 El Gran Incendio de 1666 no fue sino un accidente en la carrera de sir Christopher Wren. Ya antes de que se produjera había sido nombrado miembro de la comisión destinada a considerar la posibilidad de reconstruir por completo la catedral, que había sido construida a retazos, con las nociones de belleza arquitectónica de un arquitecto obscureciendo, en lugar de complementando, las de otro. Hacía tiempo que se había decidido intentar dotar de simetría, cohesión y coherencia al edificio, y al final se había puesto de manifiesto que ese objetivo solo podía lograrse derrumbando la vieja estructura y erigiendo una nueva catedral que debía ser diseñada por el intelecto y la imaginación de un solo hombre, es decir, que debía ser la creación de una mente extraordinaria. Pero el plan se fue demorando por diversos motivos. Se interpusieron consideraciones políticas; hubo planes enfrentados y hostiles entre sí; se produjeron los retrasos y aplazamientos típicos de cualquier proyecto, y al fin pareció que no se iba a hacer nada. El Gran Incendio vino entonces al rescate y obligó a que se erigiera algo nuevo. Incluso Wren no pudo construir el templo tal y como él habría querido —su suerte quiso que tuviera que someterse a las llamadas consideraciones prácticas—. Por ejemplo, la idea de Wren era adoptar un principio del que he hablado recientemente como algo a lo que aspira un amigo mío: el principio de que San Pablo debía elevarse separada de los demás edificios y que debía poderse contemplar entera desde el río, desde la cúpula hasta su base. En la mente de Wren este objetivo podía alcanzarse creando una larga hilera de elegantes muelles que flanquearan el río, anticipando de este modo, y llevando más abajo en el río, la idea de lo que luego sería el Embankment, la canalización del Támesis. Pero Wren no logró llevar a cabo su plan. Se permitió que casas, almacenes y embarcaderos se amontonaran a los pies de la catedral caóticamente, y San Pablo se levantó tal y como la vemos ahora —o más bien como no la vemos ahora, excepto a trozos, fragmentos o plazos—. Aun así podemos, si lo deseamos, formular alguna asociación poética incluso a partir de su presente situación eclipsada y oculta, y añadirla a la reflexión que ya he hecho sobre que el descuido y los errores de generaciones pasadas han dejado que San Pablo tenga su base en el mismísimo corazón de la vida de la City. ¿Acaso no es semejante a un árbol grande y majestuoso, a algún gran cedro o alta palmera, a algún gigantesco ejemplar de un bosque de Sacramento que levanta su copa y extiende sus anchas ramas hacia el aire claro de las alturas, y deja que los matorrales y los musgos verdes y las flores silvestres y las pobres, comunes y bajas malas hierbas crezcan en su base?

      Llega la noche y San Pablo está sola. Toda la parte de la ciudad que la rodea queda sin movimiento ni vida. No se ven luces ardiendo a lo largo de Ludgate Hill. La estatua de la reina Ana mira hacia la oscuridad. No alumbra ninguna ventana en Cheapside. A partir de la media noche las campanas de St. Mary le Bow repican para nadie. Hay algo particularmente melancólico, inane y fútil en una campana que suena en la noche sin tener ninguna posibilidad de despertar oídos durmientes. Nadie vive en esta parte de la ciudad. Esta parte se ha ido a la cama. A la cama en Park Lane; en Piccadilly y Belgrave Square y Eaton Square; en Norwood y Hampstead y Clapham; en Wood Green y Brondesbury; en Bethnal Green y Stratford-atte-Bowe; a lo largo de la línea de muelles, en cualquier parte: la población de la City está compuesta por todo tipo de clases sociales. El Asmodeo que pudiera estudiar todas las viviendas en las que duerme la gente que huye de la City al caer la noche tendría una oportunidad