continuo y lo discreto que disputan, precisamente, el dominio del uno sobre el otro.
6.6.No obstante, si es cierta la tesis de Simone Weil acerca del final de la ciencia occidental a partir del ascenso de la probabilística y del saber cuántico, sus consecuencias todavía deben extraerse por entero. El final de la ciencia occidental, debe admitirse entonces, es un fenómeno coperteneciente con el final de la metafísica.
6.7.Un panorama semejante despeja el camino de la para-metafísica cuyo dominio lógico no es la tesitura de lo real sino la condición de posibilidad de toda tesitura: el principio de la disyunción. Ergo, la pregunta por la textura de la realidad (del cosmos, del cuerpo o del pensamiento) no coincide sino que, al contrario, es dependiente de la pregunta por el Ser y su mysterium disiunctionis.
6.8.Desde esta perspectiva, la hipótesis del continuo en la teoría de los conjuntos de números transfinitos que corona el gran edificio de la metafísica occidental en tanto teología política del Número inmanente y transitorio, alcanza su ocaso junto con la emergencia del Anti-número Omega, que no es sino la contracara de la despotenciación del Número, vale decir, de su potencia decreciente y difusa para captar el sustrato de la realidad.
6.9.Dicha imposibilidad no es un agotamiento histórico sino una condición estructural que, sin embargo, sólo se hace evidente al final de la historia de la metafísica clásica: el número es sólo un velo que esconde la insuficiencia de la oposición continuo-discontinuo pues todo el Ser no es sino un epifenómeno de lo allende el Ser. La hipótesis del continuo, en su validez como ontología regional, no deja de ser un caso particular del problema mayor de la hipótesis de la disyunción que afecta tanto a lo que existe (sensible o inteligible) cuanto a lo que subsiste indiferente a esas determinaciones.
6.10.La hipótesis de la disyunción rebasa las paradojas conjuntísticas para colocar en el centro de atención las paradojas de la acosidad como rasgo a priori determinante de la para-metafísica. La hipótesis tiene una implicación directa: ningún rasgo unario puede identificarse como factible de crear una unión entre el Ser y el allende el Ser. La disyunción es el rasgo común (definible, a veces, como intersección) que, en una aparente paradoja, impide toda Unicidad.
7.1.Toda teoría del número se presenta como subsidiaria de la historia de la metafísica que lo había erigido como parte de los principios supremos. El final de la metafísica coincide, prima facie por necesidad lógica, con el final del imperio del número.
7.2.La hiperciencia cuántica contemporánea, con sus desarrollos acerca de la probabilidad y la postulación del Anti-número Omega, instala la caesura epistemológica que hace inviable la concepción del número como arquetipo simbólico metafísicamente connotado en tanto cualidad con significado.
7.3.La disyuntología asume la situación epocal de la metafísica, vale decir, el declive definitivo del número como principio supremo. Junto con el eclipse de las aspiraciones rectoras del número, la para-ontología debe partir de una puesta en entredicho de la partición continuo-discontinuo a favor de lo disyunto.
7.4.El final de la metafísica implica, no obstante, el triunfo de sus opuestos, el Anti-número Omega y la teología política algorítmica que le está asociada. En semejante escenario, tanto el Número como el Anti-número deben ser sometidos a la criba de una pale-ontología que pueda ponerlos al descubierto como las dos caras de un mismo principio metafísico del ser como aparecer (en acto o en potencia).
7.5.El Anti-número es el resto de la metafísica denudada y, como tal, llama a su radical puesta en cuestión.
7.6. La metafísica, despojada en su final, comporta la subversión de sus archi-huellas originarias en el rasgo unario y la díada indefinida como orígenes del mundo extenso. El allende el Ser disyuntológico se confronta aquí con el más allá del ser de la tradición matemático-metafísica postulando su carácter ilusorio en tanto desdoblamiento del ser en un más allá retroproyectado, supuesto acausal, pero figurado, de su propia consistencia.
8.1.Los conceptos de génesis o eternidad del mundo carecen de toda validez una vez confrontados con el principio de la pluralidad de los mundos que sostiene una multiplicidad de presencias y ausencias simultáneas de universos.
8.2.La cosmogénesis no puede atribuirse a ningún principio unívoco, ni material ni inmaterial sino a la pluralidad propia de la disyunción en el Ser.
8.3.La disyunción en el Ser es la escisión originaria que hace posible la existencia de los universos múltiples de la ontología y los sistemas transfinitos de lo allende el Ser. La disyunción señala, precisamente, al Ser desbordándose a sí mismo en el Ultra-Ser.
8.4.En este contexto, se prescinde del principio antrópico en todas sus formas, comenzando por el dogma teológico-político de un Dios omnipotente, causa eficiente del universo existente o de cualquier mundo posible.
8.5.La pluralidad de mundos puede darse en número o en especie, en el Ser o en el más allá del Ser. La realidad se constituye en la agregación destotalizante de los diferentes conjuntos posibles de esa pluralidad. De igual modo, el axioma de la inmortalidad descansa sobre el postulado que sostiene dicha pluralidad.
8.6.La nóesis cosmológica no requiere del acceso a un mundo a-humano objetivamente independiente de todo viviente. Al contrario, su epicentro de pesquisa no es otro que la propia psyché, punto de convergencia de los universos paralelos en la contradicción precaria y el ensamblaje provisorio de la identidad individuada. El macrocosmos transfinito de mundos posibles encuentra un punto de manifestación en las facultades supra-humanas como la imaginación de las que la psyché es sede vacante de cualquier consistencia sustancial y, por esa misma razón, andamiaje de la disyunción en el Ser.
8.7.La cosmología disyuntológica está disociada de los postulados materiales de la física de los universos paralelos o de las branas y considera la especulación sobre el cosmos como un problema eminentemente para-ontológico.
8.8.Ninguna especulación sobre la cosmogénesis y la pluralidad de los mundos posibles puede prescindir de su campo más específico de manifestación: la inmortalidad como problema filosófico.
8.9.La teoría de la pluralidad de mundos posibles determina la noción de verdad. De esta forma, en cada mundo considerado puede existir una exactitud relativa a las reglas de su estructura. Se trata, en estos casos, de una exactitud regional. Otros mundos posibles, a su vez, pueden carecer de las modelizaciones de lo verdadero y de lo falso.
8.10.Puesto que resulta imposible abarcar la verdad como el Uno de la totalidad de los mundos posibles, sólo es dado establecer un sistema de concordancias de exactitudes relativas según los mundos posibles. La noción de verdad permanece, entonces, como patrimonio del sujeto que resulta de la convergencia entre el principio de individuación y el Outside.
8.11.La teoría filosófica de los mundos posibles sólo puede tener una vecindad de conjunto pero carece de toda homonimia con conceptos –no siempre con toda justicia derivados de la física cuántica– tales como “realidades alternativas” o “universos paralelos”. La teoría de los mundos posibles incluye la posibilidad de los mundos imposibles (inadmisibles desde el punto de vista de la ciencia física) y que sólo pueden ser fuente de especulación de la disyuntología para-metafísica.
8.12.La disyuntología, al poner en entredicho las reglas inamovibles de la lógica modal, las transforma en para-ontologías de lo fáctico y lo factual. En ese contexto, una sola necesariedad se establece según el siguiente enunciado: “es necesario que sea posible la existencia de la pluralidad de mundos”. Dicha necesariedad es un axioma para-metafísico que se sustenta en el carácter plurívoco del Ultra-Ser como disyunción.
9.1.El “caso Aby Warburg” no representa un episodio de los anales de la psiquiatría. La “ciencia sin nombre”