con los mismos ejemplos. No solo a los otros deniega Shestov cualquier desarrollo, cualquier creatividad, cualquier transformación intelectual, artística o cultural en general de la vivencia originaria. Tampoco sus propios textos se desarrollan mucho. No hay ninguna lógica del desarrollo en Shestov, ninguna evolución creadora, ningún trascender, ningún análisis de gran alcance, ninguna interpretación nueva o que se vaya profundizando; en suma: ningún producir cultural en el sentido habitual del término. Solo una constante re-producción, re-combinación y re-formulación de los mismos elementos.
La poética de los textos shestovianos tiene muy poco que ver, efectivamente, con la poética “creadora” del existencialismo. Recuerda más bien a la poética de una época posterior: a las novelas de Robe-Grillet, al arte y la música minimalistas, y a ese gusto por la repetición que se haría notorio entre los años sesenta y setenta. Independientemente de la manera en que lo justifique o haga convincente, Shestov se ocupa ante todo de la posibilidad de una escritura filosófica minimalista, repetitiva, re-productiva, es decir no productiva.
La necesidad de una escritura semejante emerge para Shestov de una comprensión profunda de la situación de la filosofía de nuestro tiempo. Sabe que las ciencias –las ciencias positivas y las ciencias humanas– han ocupado todo el terreno del pensamiento moderno. Sabe también que la historia de la filosofía ha reemplazado a la filosofía. Y no cree en el éxito de los esfuerzos heroicos de filósofos como Husserl, que tratan de reconquistar ese terreno con nuevos métodos filosóficos: ve que la razón científica en última instancia simplemente ignora esos intentos. El discurso filosófico rico, productivo, expansivo ha dejado de ser creíble en este siglo. Toda vez que Shestov comenta un discurso semejante en algún otro filósofo, se limita a preguntar: “¿De dónde sabe todo esto?”.
Por eso Shestov busca un discurso que pueda permanecer puramente filosófico, que no toque los ámbitos de las ciencias, la política, el arte o incluso de la religión en el sentido estricto del término. Filosofía no ya como una superciencia o como una cosmovisión total que somete metodológicamente a los otros “ámbitos parciales” del conocimiento, sino como un “discurso pobre” que se sitúa exclusivamente en una zona que no es ni puede ser reclamada ni por la ciencia, ni por la política, ni por la religión, ni tampoco por la historia de la filosofía. Esta zona, para Shestov, es la estrecha franja limítrofe entre el lenguaje cotidiano y el lenguaje de la razón. El discurso científico, racional constantemente está hiriendo el lenguaje cotidiano: no solo desmiente sus deseos y esperanzas, sino que los hace inarticulables e informulables por principio. Y al mismo tiempo, el lenguaje cotidiano está constantemente relativizando los principios de la razón, que le suenan como meras concesiones de la propia desesperanza. De allí la cuidadosa selección de citas, ejemplos e interrogantes que hace Shestov: estos solo pueden ser incorporados al discurso shestoviano si cruzan los límites entre los lenguajes científicos y cotidianos, es decir, si son hirientes o relativizantes y por consiguiente curadores. Recién después de una minuciosa examinación, Shestov empieza a trabajar con los elementos discursivos que ha seleccionado, a combinarlos, ubicarlos y considerarlos de diferentes maneras. Es así como Shestov determina el curso de la frontera por él observada.
La estrategia shestoviana de un discurso “pobre”, reducido, delimitado entronca con muchas estrategias artísticas y literarias de este siglo. Basta con recordar el Tolstoi tardío, la pintura posterior a Cézanne o la poesía posterior a Mallarmé. Con la notable excepción de Wittgenstein, la filosofía no fue en su mayor parte lo suficientemente lejos como para pensar y desarrollar esta estrategia de manera sistemática: la vieja pretensión de universalidad y riqueza está demasiado arraigada. La institucionalización académica ofrece a los filósofos corrientes una protección psicológica adicional de la competencia con otros discursos rivales, contra los cuales la filosofía llevaría las de perder si se expusiera a esta. Por eso el filosofar de Shestov, ante todo, sigue siendo atrapante e instructivo para esos pocos que ya tienen detrás de sí la dolorosa vivencia originaria del carácter limitado de todas sus posibilidades discursivas.
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