(del “mejor entre los hombres”) y la comprende como expresión del destino universal, en vez de protestar contra ella.
Allí radica para Shestov la diferencia esencial entre la filosofía y la religión, o entre Atenas y Jerusalén, según su formulación. El hombre creyente no acepta las “leyes irrevocables de la naturaleza”. Para él, la naturaleza en su conjunto se halla subordinada a la voluntad de Dios, que está en condiciones de modificar el pasado, resucitar a los muertos y curar a los enfermos. La aceptación de leyes naturales que no tienen ninguna conmiseración para con el ser humano le quita al infeliz la fuerza para insistir en su deseo personal, lo cual podría tal vez llevarlo a su salvación. En lugar de ello, se pone a filosofar y de ese modo se pierde irremediablemente. Shestov repite allí, en una forma modificada, la célebre argumentación de Pascal: debemos creer en Dios, porque si no hay Dios estamos perdidos de cualquier manera; y si en cambio lo hay, tenemos al menos una chance de salvación, que no nos es lícito malograr por falta de fe. Con ese argumento, Pascal sigue por cierto apelando a la razón. Shestov busca, en cambio, definir con precisión el punto en el que surge por vez primera la razón que fija la enfermedad como inapelable en vez de seguir aspirando a la curación.
En esta insistencia en la curación de cara a cualquier evidencia “natural” en contrario, Shestov adhiere a la tendencia principal del renacimiento religioso ruso de aquella época. Casi todos los representantes de este movimiento iniciaron sus trayectorias filosóficas como marxistas, o al menos como socialistas de izquierda. También Shestov escribió su primer trabajo de envergadura sobre “La situación de la clase trabajadora en Rusia”, que fue rechazado como tesis doctoral por la Universidad debido a su “tendencia revolucionaria”. Su participación como estudiante en distintas actividades de oposición y revolucionarias le había ocasionado ya grandes dificultades con las autoridades. Tardó relativamente poco, sin embargo, en perder su fe izquierdista y revolucionaria.
La razón intelectual para ello fue la misma que para muchos otros pensadores rusos de su generación. La fe en la razón, la ciencia y el progreso social –que Rusia había importado de Occidente y hecho suya en el transcurso de los siglos XVIII y XIX– incluía también la promesa de una mejor organización de la vida social y privada, y con ello también de una creciente felicidad individual: el hombre parecía ser más poderoso después de haberse liberado de los dogmas de la religión. Pero rápidamente se comprendió que resultaba exactamente al revés: con la revocación de la fe religiosa el hombre no se volvió más poderoso, sino más impotente. El progreso técnico, en efecto, iba asociado al reconocimiento de leyes naturales autónomas y objetivas que se mostraban prepotentes e indiferentes frente al hombre. Las deficiencias políticas, sociales y técnicas podían tal vez ser enmendadas, pero no así la enfermedad, la locura o la muerte, que tienen su origen en la naturaleza. E incluso si uno creyera que también esos males podrían ser superados en el futuro mediante el progreso ulterior de la técnica, solo se traería alivio a las generaciones futuras y se introduciría de ese modo una desigualdad en el tiempo histórico que no está legitimada por nada. Por ende, las evidencias de la lógica, la ciencia y la filosofía racional fueron percibidas por muchos en Rusia como coacción, como legitimación santurrona de una prisión administrada por las leyes de la naturaleza y en la que todo ser humano está condenado a una muerte sin sentido. Todo proyecto sociopolítico utópico se convirtió de ese modo en una promesa vacía. No es casualidad que el adversario predilecto de Shestov haya sido Husserl, quien como ningún otro filósofo hizo de la fuerza coactiva de la evidencia su tema y la exaltó.
Vladimir Soloviov, Nikolái Fiódorov, Nikolái Berdiáyev y muchos otros autores veteranos y más jóvenes del renacimiento religioso ruso abrazaron el cristianismo ortodoxo ruso para recibir de este una garantía o al menos una esperanza de un reino de la felicidad universal en el que la naturaleza misma podría reconciliarse con el hombre y con la sociedad, y del que también podrían tomar parte las generaciones anteriores mediante la resurrección de los muertos. En un cierto sentido, la ideología de este renacimiento religioso representaba más una radicalización del ideal socialista que un alejamiento de este: la naturaleza debería someterse al hombre y las leyes naturales transformarse en leyes del arte –como exigiera Soloviov–. Rusia estaría llamada a jugar un rol sumamente especial y mesiánico en todo ello. Porque a juicio de estos pensadores solo Rusia estaba en condiciones de concebir y realizar un proyecto tan audaz de trasformación total no solo de la sociedad sino del universo entero, pues la filosofía occidental había perdido ya sus fuerzas originarias mediante su aceptación de las condiciones existentes.
Esos sueños extáticos de salvación universal, como puede comprenderse de inmediato, no despertaron sencillamente ningún interés en Shestov. En privado y en su correspondencia, ironizó acerca de ellos. En público, se abstuvo de tomar una posición sobre ellos, lo cual le permitió publicar junto a sus sostenedores. Shestov se mantuvo pese a todo fiel a sí mismo: a él le interesaba exclusivamente el destino del individuo. La causa de la humanidad, de la naturaleza o de la historia en su conjunto lo dejaba completamente indiferente. Su protesta contra las evidencias de la razón o contra las leyes de la naturaleza fue articulada desde una perspectiva puramente personal. Y podía representarse perfectamente a un hombre que no tuviera motivos para lamentarse sobre las leyes de la naturaleza o la dominación de la ciencia. Por eso no veía ninguna razón por la que un hombre tal tuviera que ser salvado de aquellas. El presupuesto implícito de la antifilosofía shestoviana consiste en que la mayoría de los hombres no necesitan en general de la filosofía, porque creen –no importa si de manera correcta o incorrecta– que así y todo se encuentran sanos, felices y satisfechos. Solo unos menos, a los que les va especialmente mal, necesitan la filosofía. Lo cual significa que solo el destino de estos pocos resulta relevante en la elucidación de la problemática filosófica.
El lector de los escritos de Shestov nota relativamente rápido, sin embargo, que si bien su autor alude constantemente a su vivencia originaria, nunca la describe realmente. Shestov insiste todo el tiempo en que uno debe hablar exclusivamente sobre sí mismo, y no habla más que sobre los otros. Esta observación ha llevado a algunos comentadores a la tentación de intentar descubrir también en Shestov una vivencia originaria semejante. Al menos hasta ahora, esta tarea se ha mostrado insoluble.
Sabemos que cuando tenía doce años Shestov fue secuestrado por un grupo revolucionario anarquista que quería extorsionar a su padre para obtener dinero de él. El padre se negó a pagar, y después de algunos días el hijo fue dejado en libertad. Shestov no escribió nunca sobre este episodio, pero no hay fundamentos biográficos convincentes para asignarle el lugar de esa buscada vivencia originaria. Durante el tiempo que vivieron en Kiev, Shestov y su familia experimentaron algunos pogromos antijudíos, pero tampoco estos pueden ser considerados como el acontecimiento disparador.
De las memorias de algunos amigos de Shestov, surge que en el año 1895 Shestov tuvo efectivamente una vivencia semejante, de una absoluta desesperación, pero jamás se menciona su razón. Un amigo escribe que a Shestov le sucedió algo particularmente aterrador. Otra memorialista menciona una “responsabilidad complicada y fuera de lo común, que pesaba sobre su conciencia”. El propio Shestov se expresa solo una vez al respecto, en una entrada de 1920 de su diario, en la que escribe:
Este año hace ya veinticinco años que “el tiempo se salió de quicio”… Dejo esto por escrito para no olvidarlo: los acontecimientos más importantes de la vida, de los que no sabe nadie excepto tú, se olvidan con facilidad.17
Esta anotación resulta interesante en más de un aspecto. Muestra que Shestov se concentra en no olvidar un acontecimiento bien determinado, en detenerse en él y no apartarse de este. El peligro del olvido radica sin embargo en que los otros no saben de este acontecimiento. En sus escritos, Shestov crea por ese motivo una pequeña sociedad de autores que tienen todos su propio secreto, cada uno de los cuales sirve al mismo tiempo como metáfora y recordatorio del secreto shestoviano. Allí ya no importa realmente si las citas de esos autores a las que Shestov vuelve constantemente sirven para ese trabajo interior de la memoria, o si ese acontecimiento originario terrible y la memoria permanente acerca de este no son más que un pretexto y una ayuda mnemotécnica para la concentración en un único tema por razones puramente filosóficas, un tema al que Shestov retorna de manera casi compulsiva: la herida producida